miércoles, octubre 11, 2006

Nicole


Recuerdan los inicios de Nicole, sus primeros pasitos sobre alfombras, pasarelas, bordes refractarios de piscinas lujuriosas, sus ambigüedades de Lolita a los trece o catorce, su madre visionaria apostando a su cachorra-marca, sus piernas prodigiosas colgando de monturas de caballos alazanes u overos (como el del General tres veces presidente), sus pekines y slurpys husmeadores como husmeador y guardabosques fue su ex prometido Liberman, su granja de extramuros con batatas enterradas en el humus de los campus, su beso a la modelo brasilera que ardió bajo su boca puesta en "O" tal como se la perfila para decir "hola" mientras se provoca con el cuerpo cubierto de lencería de tules, su carita de (en fin) mujer tocada para el sexo? ¿Recuerdan o no recuerdan? ¿Eh? ¿Sí o no? Eso cambió un día cuando la desposó un modelo músico. Fue así: la llevó a las playas de José Ignacio (no por el mártir Rucci de Luz y Fuerza: no), abrió la cremallera larguísima de su estuche (la longitud despertó en Nicole un suspiro melómano) y rasgó su guitarra criolla entre las olas, el viento y el frío del mar. Para que no continuase el concierto enamorado, casáronse y desvistiéronse luego de una fiesta de boda a todo culo. ¿Preguntan si desvirgáronse? No, eso ya estaba dado.
El amor de consorcio no es fácil: es difícil. Se fue escurriendo por los boquetes del jacuzzi día tras día. Primero hicieron el amor a mansalva: en el jardín de invierno, contra las bachas de baños y cocinas, sobre la hierba y contra el pino centenario, en el asiento trasero de la coupé vintage y contra la parrila enmariposada del Minicooper, sobre el edredón y bajo los futones, bajo la lluvia o en la ducha, en los bed & breakfast o en las suites de los Hilton. Cocinaron arroces, perdices, solomillos, que rociaron de hierbas finas y salsas del picante impronunciable (el ají XXX); y bebieron bloody marys y cognacs frente al hogar (¿hogar chaqueño?, ¿hogar chambón?) del que salían señales de humo en el idioma del mayorista del amor: Cupido. Pero entre ángeles, el diablo de la cornamenta metió la cola, se filtró como hiedra en la fortaleza matrimonial y hechó por tierra las promesas de eternidad. Fue el final del "para siempre". Fue en el vestuario del estadio José Amalfitani. Nicole se vistió a media asta y ofreció su espalda a cuatro ágiles del fútbol nacional más o menos de madera (nunca Messi), entre quienes se hallaba el defensor rústico que, a ojos de buen cubero, le entró en el corazón a fondo. Quien la haya visto la recordará desprotegida ante el cuerteto formado en escuadra tras los paneles de los mingitorios. ¿Que sacudir más de tres veces es oprobio moral al que le corresponden expiaciones caras? Puede ser, pero hay que estar allí y hacer lo primero solamente, frente a la carne que debilita a las defensas (aquí no hay catenaccio ni defensa siciliana que aguante la embestida de Líbido). En el vestuario de El Fortín murió el amor de los consortes: cayó, se derrumbó, se lo fumaron el rumor televisivo y las baladas aterrorizantes del cantor modelo, quien ahora compone en honor a Armando Manzanero.