domingo, noviembre 05, 2006

Domingos por la tarde


Los domingos me aterran. Sobretodo cuando la el estatismo del día soberbio se jacta de "calmo". El alma parece ahogarse en la jaula de mi pecho y sus gritos como los de un condenado repercuten hasta mi cabeza, quebrando la represa de mis ojos, haciendo cataratas sobre mis pómulos.
En domingos mi cama se hace pampa y mi ventana por más que abierta, imparte un hermetismo claustrofóbico que me gobierna pero que no puedo (o no quiero) abandonar.
En domingos la soledad no descansa, se multiplica. Pide prestado un disfraz a la muerte sin olvidar su guadaña filosa. Pero no me corta, solo me atormenta, se ríe, se burla, me señala, me escupe, invita a fantasmas colegas y aledaños a reírse todos juntos siendo yo el bufón de un espectáculo ridículo.
En domingos la música es triste. Los alegres discos descansan de la noche anterior y declaran huelga. Solo la lúgubre música que invita a la pena tiene jurisdicción en mis oídos.
En domingos mi piel se lacera, sangra, se infecta ante la ausencia de una mano exploradora (una mano milagrosa).
En domingos vuelven a materializarse en mi mente amores viejos, nuevos, y futuros que intentan hacer de mi un demente, pero mi mente cobarde se esconde y que todo lo enfrente el corazón.