miércoles, diciembre 10, 2008

La brocha, la pluma y la palabra




Ay, si lo viera su padre. Cuantas ganas de estudiar.

Fue al colegio porque iba un amigo y porque había minitas. Alguna que otra profesora arruinaba la noche, aunque siempre, los jueves, aparecía la teacher. She was blondie. Los pibes le decían que la institutriz del idioma global alguna intriga tenía con él.

Veinte boludos años ya.

“Centro de Altos Estudios” se llamaba. Un colegio que un inversionista de brotado en los 90 de “Carlo”, puso porque decían que daba plata. Poquitas aulas, marcos de ventanas, unos cuántos bancos y el pizarrón era lo suficiente. Cuota cara, eso sí. Ojo, tenían informática, todo en el aula y con fotocopias.

Todos adultos. Ninguno bajaba de los 20 y se trataba de un club social. De carpetas prolijas y trabajos prácticos a tiempo, nadie sabía nada. Pero a él lo empezó a entretener la historia y la lengua. Las minitas de a poco desertaban y él se quedó sin laburo. “Changueaba”, cuentan. Lo suficiente como para comprar yerba y pan, los ingredientes de las apenas dos comidas diarias que se empujaba.

No fue el preceptor el que fue a tomar asistencia una noche, lo hizo el administrativo de un metro noventa y ciento veinte kilos al que siempre veía concentrado en la computadora jugando al solitario. “López”, dijo, “presente” respondió, “afuera” retrucó. “Usted debe seis meses”. Cabeza gacha.

“El guardian en el centeno” de J.D. Salinger era la tarea de aquellos días en los que entraba el chiflete por los agujeros de las zapatillas. La lectura se hacía en los recreos con el libro prestado de la profesora. Total, las chicas estaban todas abrigadas y no había qué mirar.

“Si no paga mañana, no entra más”. Holden, el protagonista de la novela, y él habían trazado el rumbos análogos puesto que los dos transitaban un "camino de desarrollo humano desde un idealismo juvenil e iluso hasta una madurez sobria y práctica. Este camino puede complicarse hacia el final, si se halla contaminado por distintos grados de esceptismo y resignación." La resignación puede tener dos consecuencias: la resignación activa, en donde el afectado es paradójicamente pasivo, o la resignación pragmática, esa en la que se tranza. “El guardian en el centeno” pudo más.

“Yo sé que le debo plata, no tengo para pagarle. Si usted quiere, compre pintura y le pinto las aulas”. Dos meses de brochas, rodillos, lijas, y pinceles.

Entre pared y pared, Holden y él fumaron cigarrillos, comieron sánguches de salchichón primavera y escucharon el aunténtico AM y onda corta que la Tonomac proveía. Ya por las noches, el timbre tocaba y él se escondía. Las minitas no debían verlo con sus jeans simil nevados a causa de la pintura y la cabeza albina de tanto lijar.

Perfumes franceses, el aroma de los trajes de etiqueta, el de los zapatos de cuero italiano, el de los aviones, y el de una fina novia rubia le hicieron olvidar aquella historia.

Sin embargo, no fue hasta hace unos días que recordó todo, cuando el capataz de pintores de su nueva casa, abrió un envase que contenía dos litros de tinner.

lunes, noviembre 17, 2008

Es lo que hay


Se conectan, se llaman, se reunen o se encuentran en la cancha. Todos juntos, “lo’h pibes”, salieron la noche anterior. El sábado de la ducha más profesional, del boxer caro (por las dudas), de polvo Véritas en la pelvis también por las dudas (algunos apelan al Axe en el escroto), el mismo que terminará en el cuello salvo que mamá haya comprado un perfume a la vendedora de Avon.
En el caso de ellos, camisita planchada (nunca remera) dentro del jean, de esos con bolsillos en las piernas, y zapatos náuticos marrones.
Pelo con baño de crema, aliento sin chicle y alguno que otro, un Renault 12.
Como ya hace calor, en el baño de los adonis mojan su cabeza y menean sus rulos en la pista.
Tomaron, como vikingos, ríeron, como tales pero no bailaron: dieron vueltas al asecho de la presa de escote, la dueña de todos los halagos, la reina de la noche. Y el glamour se apartó de ellos.
Cada una de las niñas de atención llamar, rechazó los favores prometidos y el objetivo, en el ocaso de la noche, ya dejó su lado selectivo por el azaroso.
Alguno de ellos tuvo suerte. El beso creció cual hiedra en la pared de la pista.
Ya el domingo, sea de donde sea el encuentro de cazadores, la orden del día establece el balance de la noche anterior.
El que besó, sonríe orgulloso. El que no, reprocha:
-Qué te agrandás… semejante bagre que te chapaste.
-Bueno che, era lo que había…
Todos ríen.
Las historia no es ficción; las imágenes no son mera coincidencia, se repite cada fin de semana.
Nosotros, los que en ningún centímetro de nuestro cuerpo hemos sido moldeados por el dios de la belleza, hacemos oprobio de la mujer conquistada: “era lo que había”, nos excusamos.
Perdón, ¿no será que también uno “era lo que había”?
Cuántas veces el erótico momento vivido con una mujer de belleza notable haya sido vapuleado por sus congéneres al día siguiente mediante un “qué bagre te comiste anoche” y el consecuente “era lo que había” sin que uno se entere.
La conquista de una mujer, en los varones, no busca en su totalidad el placer propio, sino la aprobación unánime de los demás. El “bagre” es motivo de vituperios, risas y burlas (aunque cuando un “bagre” macho se levanta una flor de mina, dicen “mirá la diosa esta con el gil que sale… debe tener mucha plata o así una p…”).
Si bien es cierto que la Pampa Argentina a dado la mejor carne del mundo, el hallazgo ha favorecido en su mayoría a las mujeres. Los hombres argentinos somos, mayormente feos.
He visto la luz; una de las verdades fundamentales de mi vida, la cual imprimió la cuestión en mi mente: ¿será que todo este tiempo el “bagre” fui yo cegado por el machismo? Definitivamente sí, por que “era lo que había”.
Ahora soy feliz porque el “es lo que había” termina por disparar la pregunta retórica fundamental para el autoestima alto: “Qué tendrá el flaquito”.

martes, noviembre 11, 2008

Buenos Aires


Bajás las escaleras y lo primero que tenés es una boletería. Un señor, una chica, una señora, un tipo, un viejo: cualquiera puede atenderte en una boletería. Prefiero pensar que la emisión de la palabra “hola” se desintegra en el vidrio porque nunca me saludó algún boletero. Mucho menos una chica muy linda en la ventanilla de Retiro en la que se compra el boleto para ir a Tigre. La señorita no solo no dice “hola” sino que usa gafas de sol, ahí debajo del tubo fluorecente.
No sé si es una especie de rechazo repulsivo, o una especie de habilidad que se transmite como si fuesen croupiers, pero arrojan la tarjeta como los niños a las figuritas y las monedas como tejo debajo del arco del vidrio. Tampoco hablemos del “gracias”, o del “chau”.
La estación del subte huele a estrés, y las miradas al suelo dan la pauta de una vida en soledad. Un “buen día” general, para el que lo quiera recibir, tiene efectos tan extremos como antitéticos: se puede recibir una sonrisa o un “…cha tu madre”.
Dejar pasar al otro en la puerta del subte, implica la pérdida del tren por lo tanto no importa si se lleva una carga pesada, un niño o si se es anciano, hay que subirse, a como de lugar, con la ayuda del codo.
Peatonal Florida. En su suelo se marchitan millones de millones de oportunidades de conocer a otros, de enamorarse: todo el mundo se choca y nadie se mira. Pedir disculpas luego de la colisión involuntaria sorprende los locales.
Los taxistas parecen harbese doctorado en la Academia Nacional de las Quejas.
Cuantas mujeres sin maquillaje. Sentadas en las plazas con la cabeza apoyada en el puño mirando una baldosa. Cuantas mujeres sin peinarse. Entregadas a la maldición de la edad que ya se fue, la juventud lo es que lo es todo son la causa de sus ojeras y las arrugas el estigma del que ya no sirve.
La cuidad tan inmensa hace que el hombre se sienta un minúsculo átomo en el universo y se pibotea de destino en destino; allí nunca se sabe si se va a regresar a casa.
Las personas no dejan de hablar a las radios, el psicólogo colectivo, que presta gratuitamente su diván que (el teléfono), mientras que durante las 24 horas C5N muestra un mundo mejor para vivir.
Algunos le dicen “coso”, y otros dicen “break”, nadie dice pausa, recreo, o intervalo.
El que anda de traje tiene un modo y acentuación al hablar; el que reparte medias reces en un camión parece hablar otro idioma. Uno odia al otro por “cheto” y éste al anterior por “cabeza”. Cada grupo se distingue por su atavío, modo de hablar, peinado y otros puntos, todos, siempre visuales. Lo que cada uno muestre eso es.
Los hombres “son todos unos complicados”, “las chicas todas histéricas”, “este país da para todo” por eso es que “ya no se puede vivir”.
Todo es lo “más” del mundo, y estamos de acuerdo: la cuidad más coherentemente contradictoria de este planeta. La villa se erige con soberbia frente a los hoteles más caros de la ciudad. Las personas más indeseables comparten el conglomerado con las más maravillosas; las más ricas, con las más miserables.
La noche puede ser un ápice de pasión o la soledad más persistente.
Te juro, está bueno Buenos Aires.

lunes, octubre 20, 2008

¿Qué hora son, mi amor?


Sí, billetera mata galán, pero no reloj. No hay Rolex que te salve de la vergüenza.
Te mofaste ante tus amigos de haber conseguido el tesoro más preciado: la cita telera con las mellizas Débora y Julia D., dos increíbles mujeres iguales con los glúteos de Rocío Guirao, las lolas moderadas y naturas de Carla Bruni la actitud de Illona Staller, apenas 20 años (que reeco), sodomitas, insestuosas y más pedigüeñas que piquetero en Navidad.
Juntaste unos 500 en billetes de 10, para que la billetera se te vea gorda.
¿El plan? Ir el sábado directo a la loncha delgada de carne magra en el albergue de los sueños.
Y así fue. Pegaste un Falcon modelo 78 palanca al volante, de esos de un solo asiento de modo de ir con las dos entretenido. Tocaste el "tu-tu" que las haga bajar del "deto", pusiste primera y ellas fueron “a lo suyo” también probando la caja de cambios albergada debajo de la tapa de cilindro de tus Angelo Paolo.
Habitación disponible. 23.30 y dos horas de lujuria por delante, además de la rigidez de un caballo salvaje.
Pero ay de ti hombre necio, no recordaste que el matrimonio preside hasta el tiempo y adelantó la hora.
La insaciables a las 00.30 reales, 01.30 K, recién terminaban su show promiscuo e (insisto) insestuoso de caño (ese que sueñan bailar en lo de Tinelli y así pasar por lo de Canosa, Rial, Carlos Paz, Mar del Plata, y los yates de la oligarquía?, cama, mesada, jacuzzi, suelo, patio privado.
Pero la argentinidad del controlador de tiempo del hotel de los adulterios salió a la luz, y anunció fin de turno. “Señor usted entró a las 23.30”, retrucó ante el reclamo. “¿Qué hora son, mi amor”?, “es verdad, la 01.30 y son $200 por el show y paganos ahora, mi amor, que nuestro cafishin está en la puertita del telo”.
Cuando Mefistófeles develó su identidad a Fausto, este se sorprendió menos que vos.
Fueron $250 de la suite Eros, $50 del champú marca Moria Casán, y $200 del show. Los “ja” de tus amigos en el bar, hicieron creer a los transeúntes de la vereda que había un humorista dentro sin darse cuenta que allí no se encontraba un auténtico loser, sino una víctima más de la terquedad kirchnerista.

martes, octubre 07, 2008

Ví luz y entré


La noche, se presta. La estación más botánica del año hace de las suyas en la progesterona, vaya a saber uno por qué.Las chicas no hacen previa de fernet y cerveza, lo de ellas el tráfico textil. Una lleva las sandalias, la otra la remerita y así el espejo es explotado como un somalí.
El boliche elegido es uno de entre las decenas de la movida nocturna. Dos gotas de Chanel Nº 5, tanga, pollera y taco aguja. Hacen pucherito para tener el privilegio de la entrada libre (damas gratis a toda hora siempre y cuando prometas fiesta al cajero).
La disco, presenta un catálogo interminable de potenciales dispensadores de amor y promueve el intercambio de fluidos mediante su oscuridad, elecciones que, en la mayoría de los casos, termina precipitándose por la música (o el volumen de esta puesto que de día se puede escuchar lo mismo y nadie se pone a levantar a otro) y la oscuridad imperante adornadas por una iluminación cuidadosamente sugestiva.
Los parroquianos de estos templos de perdición tienen la posibilidad (algunos en gran porcentaje y otros en menor) de ganar el privilegio de la contemplación desnuda de estos cuerpos que ondulan al ritmo de las melodías. Existen otros que, aún no habiendo sido favorecidos en su estampa, tienen mayor posibilidad de ganarse un show de caderas, a saber: el/los dueños del boliche. Algunas nenas entregan su cuerpo al ticket del ahorro, y a la pulsera VIP, milagrosa llave maestra que abre cualquier puerta cerradas por portones de músculo puro; patovicas que le dicen. También este género puede llegar a ser objeto de admiración de las mujeres desamparadas o de las que sueñan encima de sí mismas una espalda como galería de mansión que les tape la luz del foco telero.
El barman: pocos son los obreros de la cirrosis que no hayan regalado un champagne a cambio de unos (mínimo) besos. Acaso tampoco existan barmans feos.
El dj: siempre puede ser objeto de admiración y no faltará mujer que entregue su cuerpo melómano a los ritmos percutivos del que mejor sabe manejar el pitch.
Pero hay alguien que tiene un necesario protagonismo en la noche y nunca a sido objeto de interés de la mirada femenina. Es quizá el papel co -protagonista de la historia que se escribe en la noche: el iluminador.
¿Alguien alguna vez se levantó al iluminador de un boliche? ¿Eh? ¿Eh? ¿Eh? ¿Habrá boca de mujer que haya besado esos labios magullados de tanto pelar cable con la boca y no con el alicate? Alguna por su condición de groupie novata no le quedó otra que entregarse al sonidista gordo con tal de llegar al grupo, ¿pero alguna se levantó al iluminador? ¿Será que su condición de eléctrico patea cuando alguien lo toca? ¿Eh? El está ahí, por lo general al lado del dj, ornamentando los ambientes de la melodía reinante. Contempla la pista, mira las manos levantadas de la gente ávida de promiscuidad. Si alguna niña pela, él ilumina, los muchachos miran a la niña y ésta mira a los rostros de deseo de su auditorio. Cuando llega el recato, nunca mira al iluminador para agradecerle ese impulso al camino a la fama.
Las groupies fueron siempre en busca del músico, aunque sea del músico invitado. Hasta el del coro ganó, y ni hablar de los plomos que son como los perros que comen las sobras.
El iluminador tiene camión aparte: es el primero en llegar (cuando no hay nenas), y es el último en irse, muchas veces cuando no hay ni nenas ni paga: las nenas ya se han subido al colectivo de los músicos para emprender un viaje a los confines del colon (a una estrella de rock se le entrega todo).
¿Qué haría Pink Floyd, Waters, Peter Gabriel, la Creamfields y Lito Vitale sin luces? ¿Qué sería de Ibiza sin iluminadores?¿Eh? Si bien es cierto que todos decimos “que buenas estuvieron las luces” ¿Quién dijo “que buenas estuvieron las luces, quiero conocer al iluminador"? ¿Eh? Hasta lo omitieron de aquella frase que enuncia "ví luz y entré".
Se trata del hombre olvidado detrás de una consola de perillas, puntos y tomas corrientes. El que se bancó horas y horas de clases de electricidad en las E.N.E.T. todas.
El iluminador es el compañero de la banda en descontrol escénico. El que apagó la luz cuando no se pudo con la vuelta del tema lento, el impulsor de tu viaje de éxtasis cuando enciende los flashes.Ahí está él, en cada pista y en cada recital anhelando envolver el cuerpo de una niña con su cinta aisladora; mostrarle su habitación en la que invariablemente siempre cuelga una bola de espejos.
El iluminador es el albor de nuestros ojos pecadores, el teleobjetivo de nuestras ametralladoras; el iluminador es, en suma, una luz en el camino al Hades
(Choreado de leebrucelee.blogspot.com, mi otro blog.)

miércoles, septiembre 24, 2008

Bailar pegados es bailar



Tres hombres, tres mil trillones de células reproductivas, empujadas por el avance avasallador e inminente de la testosterona, activada por la cerveza, que enlatada con una capacidad de 350cc. en las manos del que ha caído al antro equivale al vasito del odontólogo.
Y se baila, como primate. Se relojea como búho buscando la coincidencia de contemplaciones. Cuando el encuentro se lleva a cabo, no se mira a la muchacha, se la escanea.
Tres hombres. Bailan. Gritan, hacen chistes. Carcajadas de camionero. Detrás, la progesterona en toda su efusión, moviendo lo que mueven los primates hembras aprovechando la luz negra para la acentuación curvilínea. Y la manifestación hormonal masculina, a esa altura ya es una revolución rusa. El zarismo ha caído. Rasputín no se hace cargo de las últimas dos sílabas de su apellido y quiere demostrar su virilidad.
Los muchachos buscaron la entrada perfecta, aunque se antecedieron ellas: pidieron foto. Recurso ambiguo: ¿pidieron solo con el ánimo de plasmar una instantánea o de conocer al grupo? No. Querían conocer al más lindo.
Pero la hormonidad de ellas es compatible a la de los muchachos y el grupo, pragmático, nada irasible y generoso de actitud, hizo parte abrió inscripción.
La noche llegaba al fin. El país enteró arengó el retorno triunfante del la canción “lenta” y la gitana dio con el gusto. Sonó el primero, los muchachos miraban, meta echarle carbón a la locomotora. Las chicas solo miraron el suelo.
Las células reproductivas, las hormonas y la revolución cayó en el precipicio cuando la advertencia cortó la pasividad de la melodía: “estamos todas de novias”.
Aún así, el pragmatismo hizo bandera, y para no ejercer el ejercicio humillante del derrotado cuyo estandarte de “poronga” se arrantra sobre la polvora de la guerra perdida, los muchachos allí se quedaron.
Sonó “Amazing”, “Presente”, y algunos dignas de un telo de $18. La imagen se proyectó sobre cuatro chicas y tres hombres en ronda moviendo sus cuerpos sin siquiera tocarse, aunque ese momento estaba premeditado para tacto y el intercambio de fluidos.
Cantando la canción con el gesto de quien está en el concierto del intérprete, en suma, este relato es el registro de En suma, cuatro pelotudos bailando lento pero solos.

lunes, septiembre 15, 2008

Un relato de cartón y un corazón de acero


Era de tarde cuando se ordena que en esta página se realice una “nota” acerca de los cartoneros. Su vida, las horas de trabajo, su paga, su recorrido, cada uno de los detalles que hacen cada vez más popular este trabajo.
Noche de miércoles. Se anuncia lluvia. A buscar cartoneros para la “nota”. Uno no quiere, otro, tampoco. A seguir buscando.
Peatonal Mendoza al 600 atestada de botellas de plástico apiladas y cajas de cartón. Con y alrededor de ellas, como hormigas, llevando y trayendo, los cartoneros.
“La nota”, no se hace, nadie quiere salir.
Muchacho junta cartón en la misma calle a la puerta de un local de regalos. “Hola”, dice el cronista, “hola”, contesta el muchacho.
Trabaja enérgicamente, en soledad, en silencio. Moreno, de ojos achinados y rostro tierno. Dedos gruesos, uñas gordas, mucha mugre en sus manos.
Mario Antonio Páez, dice llamarse, 25 años, en pareja; una hija de un año y medio, y otra recién nacida.
Por lo general, cuando se realizan estas “notas” se acercan chicos de la calle u otros cartoneros a hacer chistes o bromas, y las notas son distendidas, esta noche eso no sucede. Nada interrumpió la charla entre el cronista y entrevistado.
Pero Mario habló, y puso bajo los cimientos de esta “la nota” una bomba que la demolió reduciéndola a escombros esparcidos por ¿el suelo?
“Pagan $0.20 el kilo”, explica. “Yo vengo a trabajar como a las nueve. Salgo de mi casa con el carrito a las siete y llego como a las ocho y media. Cuando cierra este negocio, ya me arrimo y me dan el cartón. Ellos siempre me lo dan a mí”, relata.
Al cartón que junta para vender, lo pasa a buscar un camión por su casa y se lo compra. “Nosotros le vendemos a un acopiador a $0.20 el kilo, y él lo vende a Buenos Aires a $1.80 ó $2”.
En total, Mario hace $20 diarios aproximadamente. “Antes ganaba mejor porque tenía el carro, pero me robaron el caballo. Al carro se lo di a mi hermano porque lo necesita. Quién me va a comprar un carro”, dice mirando al suelo con gesto de dolor.
Un caballo se está pagando $600, el carro $1.000. “Así que tengo uno más chiquito ahora y a ese lo traigo y lo llevo pechando no más”, indica.
“Hace como un año mi hija mayor tuvo un accidente. Se calló en un tacho de agua. Se ahogó y ahora tiene una parálisis cerebral. Casi me muero (se refriega el rostro). ¿Sabés lo que es? Ahora está con una traqueoptomía [una manguera que se le introduce por la garganta y hace funcionar sus pulmones] porque tiene parálisis cerebral. No me alcanza para los remedios, no me alcanza para la leche, y me nació otrita y es difícil”, dice y sus ojos empiezan a cargarse de lágrimas, pero aguanta mira hacia el suelo, agarra un cartón y lo dobla.
Luego revela que otra manguera entra por la panza de la beba y de esa manera se alimenta.
“Lo médicos me dijeron que su cerebro puede andar mejor, pero ahora no”, explica.
Vive junto a su familia “en una casa de machimbre”. Con su esposa y las dos nenas. Araceli, la mayor, vive constantemente con el aparato que la hace respirar, y comer.
“Encima para llevarla al hospital, siempre lo tengo que hacer en un taxi porque no puede andar en los colectivos porque hay mucha gente y un resfrío no más le puede hacer mal. Yo veo a otros padres que andan con los chiquitos paseando y yo la saco a mi hija. Mi señora me dice que le puede pasar algo, pero ¿qué voy a hacer?, pero yo la saco con el aparato y todo. Quiero que mi hija tenga una vida como cualquier chico”, relata consternado y otra vez a doblar el cartón.
“El aparato me lo consiguió Federico Masso, gracias a gente del hospital que se lo pedía. Después yo hablé con él por si podía conseguir ladrillos para hacer una casa con eso, porque el machimbre para mi hija es peligroso por las enfermedades. Fui varias veces y me dice siempre que vuelva después. (Silencio prolongado) Pero qué va a ser, es la vida del pobre. Yo quiero que mi hijita esté bien, que no sufra en la casa que tengo ahora. La quiero sacar a pasear, comprarle cosas”, reflexiona y vuelve a quebrarse, pero aguanta, no llora.
Silencio. El cronista no le dice nada. Él, calla y dobla.
Tiene habilidades como albañil, pero no tiene un oficial que lo llame.
Poco a poco la escasez de trabajo se profundizó, y “salí a juntar cartón”.
“Cuando lo ven a uno con la ropa que anda, que es para juntar cartón, las mujeres ahí no más se agarran las carteras, y yo le digo, amigo, que los choros, no están aquí trabajando. Ellos ganan bien; lo de ellos es más fácil”, afirma.
Vuelve a consternarse, otra vez aguantar. Tal vez a modo de descarga enuncia otro “qué va ser”.
Aunque contó que su hija necesita un respirador portátil de $1.500, que también quiere un trabajo más o menos estable, no lo pidió. “Lachiquitas no tendrán ropa de lujo, pero están bien”, cuenta.
Mario no aprovechó el contacto con un medio para pedir algo, más bien, enunció como un lema “hay que pelearla. No queda otra.”
Buscaba una “nota” acerca de “los” cartoneros. Esto, no es tal cosa. Podríamos llamarla “historia”.
La charla terminó y Mario dobló su espalda a su tarea, humilde, sin pedir nada, sin preguntar siquiera fecha de publicación de esta “historia” y se despidió limpiándose la mano y luego ofreciéndola.
Mario habló y entre sus palabras no hubo una sola queja al destino, Dios, la Patria, ni a los hombres.
Mario habló y puso bajo los cimientos de esta “nota” una bomba que la demolió reduciéndola a escombros esparcidos por ¿el suelo? ¿el suelo del corazón? ¿ el centro de nuestra egolatría? ¿de nuestra inconformidad? ¿de nuestra argentinísima queja permanente?
¿Será esto periodismo?

lunes, septiembre 08, 2008

Conversaciones con Don Jorge


- ¿Puedo?
- …
- ¿Cómo le va?
- Estoy solo y no hay nadie en el espejo…
- Me imagino… Con la ceguera se debe sentir la suma de todos los miedos
- Me gustaría ser valiente. Mi dentista asegura que no lo soy.
- A lo que voy es que se debe sentir horrible no poder verse uno al espejo…
- La paternidad y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres.
- ¿Quiere una seca del pucho?
- Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.
- Ah, perdón. Es un honor para mí estar aquí con usted, uno de los escritores más grosos del mundo.
- Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez.
- No, Don Jorge, a usted lo quieren mucho; y ahora más, porque a la gente se la quiere más después de muerta. A propósito, ¿cómo se sintió morirse?
- Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado ser más buenos.
- Qué lastima no tenerlo con nosotros, Don Jorge…
- Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece.
- Si, pero usted es un grande, tiene que estar acá, ahora, porque sus letras nos hacen bien…
- Cuando uno escribe, el lector es uno. Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe.
- No me diga eso, su trabajo era la literatura, usted amaba escribir…
- La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. Yo, a diferencia de otros escritores, no me jacto de lo que escribo sino de lo que leo. Si uno siente que la tarea literaria es misteriosa, entonces uno puede esperar mucho, ya que uno no es responsable.
-Ahora me doy cuenta por qué fue usted el director de la Biblioteca Nacional…
- Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica.
- Y ¿que tal el “más allá”?
- El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto…
- ¿Anduvo? Que envidia…
- El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es envidiable".
- Me refiero a que debe ser interesantísimo saberse inmortal, carente de tiempo… - El tiempo es la materia de la que he sido creado. El tiempo es el mejor antologista, o el único, tal vez. La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
- Usted es inmortal Don Luis, yo no, yo estoy vivo…
- Inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal
- Y ¿qué somos entonces?
- Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
- ¿Quiere algo? Si quiere le pongo un tango, que a usted le gusta mucho...
- ...



- ¿Por qué suspira?
- He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.
- Entiendo. Usted vendió muchos libros, he hizo dinero haciendo lo que le gusta, y así se confirma mi teoría: el dinero no hace la felicidad…
- Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas. Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas.
- ¿Amó?
- Las mujeres me han hecho desdichado. Pero la poca felicidad que he obtenido compensa toda la desdicha. Es mejor ser feliz y desdichado que no ser ninguna de las dos cosas.
- ¿Qué me cuenta de la Argentina hoy por hoy?
- Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística.
- Si, es verdad…¿Le gustan Cristina y Nestor?
- Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón. Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos.
- …
- Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos …
- La verdad… Bueno, me voy antes que anochezca. Mi casa está lejos.
- Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo.
- Gracias a usted Don Luis… Lo visito el domingo que viene ¿quiere?
- Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.
- Hasta luego…
- Disculpe.
- Si, diga…
- Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones…
- Adiós, Don Jorge.
- Gracias por la música, misteriosa forma de tiempo.

domingo, agosto 31, 2008

El tema de la semana, de los cafés y los asados


Mis abuelos eran dos españoles que llegaron a la Argentina huyendo de la Guerra Civil Española, que asoló ese el país entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, concluyendo con la victoria de los rebeldes y la instauración de un régimen dictatorial de carácter fascista. A la cabeza del cual se situó el general Francisco Franco. Además de que supuso un desenlace, principalmente a raíz de la llamada Revolución social española de 1936, entre las principales ideologías políticas de carácter revolucionario y reaccionario (o contrarrevolucionario) que entonces se disputaban en Europa y que entrarían en conflicto poco después, estaban el fascismo, el carlismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y el Socialismo de Estado del PCE y la Komintern (liderada por el régimen de Stalin en la URSS), y los diversos movimientos revolucionarios: socialistas, comunistas, comunistas libertarios, anarcosindicalistas o anarquistas, y poumistas.
Enrique López y Fernández, mi abuelo paterno, escultor decorador de fachadas, fue combatiente y, luego de su captura, condenado a muerte en el paredón. Nunca supe a qué bando perteneció, aunque intuyo que si fue sentenciado con la pena capital y estuvo detenido, seguramente no perteneció a los franquistas.
Mientras esperaba su muerte, por alguna razón que también desconozco, su condena no fue llevada a cabo y partió junto a mi abuela, Dolores Capel, (cosechadora de olivares) y su primer hijo (mi tío José). Nunca supe se si huyó a la Argentina o emigró legalmente.
Tampoco estoy enterado de la fecha de llegada y mucho menos acerca de su puerto primero, si Buenos Aires o Rosario (podría ser Río de Janeiro también). Lo que sí sé es que su primera morada fue una caballeriza de esta ciudad santafesina en donde vivía un familiar.


Aunque no conozco el año exacto de llegada, entiendo que vivieron la era dorada de Perón dado que mi padre nace en Rosario en 1952.
Cuando yo era muy niño, preguntaba de Perón a mi abuela y ésta me contaba que la Argentina era "el país más rico del mundo. Los bancos apilaban verdaderas torres de lingotes de oro en sus halls dado que no cabían en las cajas de seguridad". También me contó que lloró con tristeza por Evita y que le rezó muchísimo. "Evita iba en los trenes tirando dinero al aire para la gente del campo que era muy pobre".

Tampoco sé en qué año llegaron mis abuelos, mi tío y mi padre a Tucumán. Sin embargo creo que en los 60 con el peronismo proscripto ya residían en esta ciudad norteña.
Más tarde pasó lo que muchos conocen, y mientras Perón era ungido Presidente por tercera vez en el período 1973 - 1977, mis abuelos eran los porteros de un edificio céntrico tucumano llamado "Castilla" ubicado en calle San Martín frente a la Casa de Gobierno de Tucumán. Mi padre, Enrique López Capel, tenía 25 años cuando el presidente Perón muere y asume su esposa "Isabelita", (creyó el pueblo que el diminutivo "ita" haría los mismos efectos que hizo en la primera esposa de Perón).
Desde los 70, la Argentina pasó por períodos de lucha ideológica alentados por las proezas de Fidel y el Che en Cuba. El país se dividía entre la Izquierda y la Derecha. Esa lucha era tan sistematizada que en esa década, con y sin Perón, surgieron diversas agrupaciones políticas armadas con planes estratégicos de toma, resistencia o mantenimiento del poder.

Tucumán era el laboratorio de lo que vendría a partir del 76.






En los cerros y montes tucumanos, guerrilleros de izquierda planeaban una revolución que, mediante el "Operativo Independencia", fue frustrada por el entonces interventor militar de Tucumán, el General Antonio Domingo Bussi.
Dos años después, el gobierno de facto lo nombraría Gobernador con la suma del poder público.







En aquella década, mi padre disfrutó sus años mozos en forma, si se quiere, apolítica.
Yo nací en el 79, bajo la dictadura que, naturalmente, pasó sin inmutarme.
Así como le pregunté a mi abuela por Perón, también le pregunté por un tal Bussi. Me dijo que hacía encerar la Plaza Independencia; que los bronces de la Casa de Gobierno brillaban como oro y que en su época no había linyeras, ni borrachos en las calles, y, menos que menos, mugre en el centro.
A mi padre no le tocó el Servicio Militar Obligatorio, aunque a veces insistía con los cortes de pelo bien "prolijo", el famoso y castrense corte "Medio americano". Cuando no le prestaba atención en ciertas cosas, me imponía que ante sus órdenes yo contestara "Si señor".
Nunca fue amigo del rock, más bien de "Palito Ortega", "Leo Dan" y alguno de esos personajes.

Pasó el tiempo y cuando ya tenía 13 o 14 años trabajaba con mi padre en una camioneta de reparto de las flamantes latas de gaseosas que recién llegaban a la Argentina. Las vendíamos y repartíamos en las localidades de Tucumán, en sus cabeceras de departamentos y en ciudades más pequeñas.
Yo había descubierto a Sui Generis (quién no a esa edad) y sus canciones existencialistas, sutilmente contestatarias al sistema. Todos unos hippies. Un día decidí poner un cassette de la banda mientras recorríamos las rutas. Al poco tiempo de reproducción, papá me obligó a cambiar "esa música".
Nuestro itinerario consistía en recorrer cabeceras de departamentos del sur de Tucumán y sus diferentes localidades. Un día de poca venta, la pusión exploradora y Magallanezca de mi padre nos situó en pueblos alejados en el pedemonte precordillerano. Recuerdo el nombre de algunos: Teniente Berdina, Pueblo Independencia, Soldado Maldonado, Capitán Cáceres, entre otros que no recuerdo.
"No sabía que existían estos lugares", le conté a mi padre a lo que contestó: "Estos pueblos los fundó Bussi. Son fundamentalmente obreros de la caña de azúcar".
Papá habló de las obras de Bussi y de alguna manera halagó al ex Gobernador, y dado que sentía idolatría por mi padre, me quedé con esa idea.
Hoy, en este mismo momento, mientras escribo este post, caigo en que tres de estos pueblos tienen nombres de militares, y el nombre Pueblo Independencia, seguramente celebra la victoria del Operativo Independencia que se llevó a cabo en esas zonas.
Me puse a buscar acerca de los nombres de estos tipos, y no encontré nada.

Julieta Teitelbaum era una adolescente de 17 años cuando aceptó ser mi novia. Yo tenía 18.
Mis abuelos ya habían muerto y mi padre había corrido la suerte inmigrante de ellos, yéndose a España cuando el desempleo había llegado a sus índices más altos durante el período presidencial de Menem.
Julieta quería estudiar filosofía. En tanto Bussi se candidateaba para Gobernador. "¿A quién vas a votar en esta tu primera vez?", me preguntó, "a Bussi", le contesté.
No sabía de la otra historia del gobierno militar. Tampoco sabía lo que provocaban mis hormonas en aquel tiempo, pero todo lo que pasaba por mi cabeza era el sexo. Entonces Julieta se puso en la difícil tarea de explicarme paso a paso, la historia de Bussi. Acaso porque es judía, y aunque era casi agnóstica, creo que lo hizo porque aquel Proceso de Reorganización Nacional que comprendió el período entre los años 76 y 83 tenía un marcado perfil antisemita.
Ella habló de los desaparecidos y la metodología utilizada por militares, paramilitares, policías y grupos parapoliciales para desaparecerlos.
Con los años, afortunada o lamentablemente, mis hormonas se calmaron. Mi mente devino en la curiosidad: leer, preguntar, leer, leer, leer y luego supe que mi profesión iba a ser la de periodista.
Hace apenas tres días, Antonio Domingo Bussi, fue condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad en San Miguel de Tucumán.
Asistí al juicio y en la audiencia recordé una conversación con mi abuelo unos 20 años antes. Horrorizado (horrorizándome), el viejo relató los pormenores de la guerra en el campo mismo de la batalla y tomándome fuertemente del brazo me aconsejó siempre huir de la guerra aunque sean mis convicciones fueran pilares de concreto. También me dijo, que los Napoleón y los San Martín se habían muerto pues en el 2000 (esto lo mencionó en los 80), las guerras iban a ser netamente tecnológicas, y que Estados Unidos por ser el país bélico más poderoso del mundo, sería el dueño del planeta.
Mi abuela, hizo sus aportes, pero desde el lado civil del conflicto. Hombres y mujeres escondicos en refugios bajo tierra escuchando los bombardeos y sintiendo el sacudir de la tierra con la lluvia de bombas. El sonido de las sirenas cuando se acercaban aviones enemigos; sed y hambre en todo momento y la vuelta al hombre primitivo que salía en minutos de tranquilidad a buscar un perro o cualquier otro animal que los alimente.
Finalmente, durante y después del juicio a Bussi, los que me rodean, los que conozco, los que frecuento y los que no conozco, se sumieron en un debate que concluye, de los dos lados, con un rotundo “lo que hizo Bussi estuvo bien” o “lo que hizo Bussi estuvo mal”.
Los medios de difusión también se subieron a su vereda. El hombre lloraba al momento de su declaración y el país se conmovía. Algunos por su sufrimiento, otros por la "desfachatez" del llanto.



Por ese juicio, por lo menos los tucumanos abrieron nuevamente el debate. ¿Hizo bien? ¿Hizo mal? ¿Fue un buen hombre y los otros los malos, o los otros ern buenos y Bussi el villano?
No hubo caso, por más que me pidieron opinión, no podía dejar de ponerme en ninguno de los dos lados. Todo mi corazón y mi conciencia me dice: soy pacifista. No estoy de acuerdo con el hombre que empuña un arma porque ese hombre sabe que en algún momento habrá de usarla y matar a otro hombre para conseguir algo que quiero o quieren, me parece el camino errado.
Acaso sea que mi pocisión nace a partir de leer acerca de Gandhi, y todo lo que consiguió solo con la palabra.
Lo peor, es que creo que los desaparecidos de este país, en su enorme mayoría, fueron hombres y mujeres que nunca empuñó una pistola.
Hoy por hoy, tengo 29 años. He visto los ojos de quien protagonizó una guerra. Un muy buen chiste, o una alegría de corazón, alteraban sus labios para la sonrisa , más no así con sus ojos. La mirada triste parecía haber sido tallada en sus ojos para siempre. La guerra parece dividir en los que las presencian dos hemisferios en el rostro: uno norte congelado y morfológicamente perpetuo y uno sur, que responde a los estímulos momentaneos. El gesto alegre de mis abuelos parecían dos caras a la vez, en los labios de la felicidad superficial, y los ojos de recuerdos que no se borran.


Este post no es la celebración por la condena de un hombre macabro, este es un homenaje aquellos que en aquellos tiempos de hostilidad y estado de sitio permanente, abogaron y murieron por la paz.
Que la paz sea con aquellos que murieron por mantener la paz (pero no con otra pistola, palos, piedras o puños).
NUNCA MÁS.

lunes, agosto 18, 2008

La peatonal


Los pies se hicieron sentir. No quisieron seguir. Entonces encaré a la peatonal, que va derecho hasta la parada de mi colectivo.
Auriculares, música.
Miré al horizonte y a todas las caras delante de mí; a todas y a cada una, al gesto triste del canillita; claro, eran las ocho y media de la noche, y se veía que le habían quedado mucho diarios.
Una chica miraba a su novio como viendo al mismísimo Dios, el chico, miraba las tetas de otra que pasaba. Esta señorita, ya cuando estábamos cerca me miró a mí, no como Dios, tal vez como a un Gauchito (muy) Gil (también muy). Es muy típico eso: cuando una pareja va por ahí abrazada, el varón o la mujer miran muy fijamente a otro que pasa.
En los auriculares, “Peace and love”, y “No tan distintos”, reggaes magistrales de Sumo.
Negocio de ropa interior a mi derecha. Vidriera enorme, buenas prendas, buenísimos posters. Como todos los varones, la miro de reojo y sonrío al ver a un sexagenario hacer lo propio a una tanga de esas que puestas en una mujer, dan ganas de morderle las dos nalgas. Las chicas desnudas son hermosas, pero en ropa interior son mejores. Que fetichista, que orgullo ser así. A propósito, me acerqué la vidriera pensando en que no hay que tener vergüenza en mirar ropa interior femenina. Es que los pibes pensamos que al mirar los demás juzguen que uno es degenerado o "puto". Miré el precio de unas portaligas y en ese momento se acercó a la vidriera una chica con un culo tallado, así que me dieron ganas de regalarle algo. Calculo que le quedará como en la foto de abajo e intuyo que la miraría con el mismo gesto que todos los tipos de la mencionada fotografía.


Seguí el camino de la parada del bondi, que son tres cuadras por la peatonal, camino corto si se quiere, pero digno de observación.
Hay días en los la urbe no la contamina y huele a rosa, jazmín y pino. En invierno a naranjas.

A esta hora huele a panchuque, mostaza y mayonesa. También huele a sahumerio barato. Es que hay una especie de artesano hippie que no es tal cosa. A mí no me engaña: esas cadenas y aros los compró en una fábrica y los sahumerios son más tucumanos que la caña de azúcar.
Al lado de él, un tipo vende películas truchas, y le dice a una señora que Wall E se vé “espectacular”. Mentira, se lo vende en un CD (no un DVD) y encima, todavía ni siquiera salió en DVD. ¿Lo botoneo? Es que la señora tiene pinta de señora que llama a alguien para que le prenda el DVD y le ponga una peli. Mejor no: la mafia de los cd’s truchos es grande en la peatonal y me van a matar diecisiete vendedores juntos, que (de paso se enteran), trabajan para uno solo. Ahí no se puede vender, pero los inspectores municipales terminan de laburar a las 20, así que a esta hora hacen estragos.


Otro culo interesantísimo cruza delante de estos ojos como scanners: Es que Tucumán es así, sinuoso, de cintura chiquita y culo manzana. Te juro, la mayoría de las minas son así.
Por suerte la mujer que me tocó amar por estos días vino con yapa: tiene buenas lolas, es rubia, y tiene ojos verdes, así que camino por la peatonal y miro culos, pero no con resentimiento, resignación, molestia, bronca o añoranza, más bien miro como quien recorre un museo. Igual, creo que la figura de esta ninfa que pasó, está potenciada por sus botas.
No, no sé como se llaman. Son las que se usan ahora, muy sexies, de taco altísimo. Deberían usarlas todas las minas: les queda bárbaro.
Otra de las cosas que les queda muy bien es el peinado ese que también está en boga: el flequillo hacia atrás sostenido por una traba y el pelo largo y sueltísimo.
Ah, y los chupines también les queda muy bien. Hace que uno quiera mirarles las piernas pero sin sacarles el pantalón. Aunque ahora lo usan con zapatillas, con botas creo que se potencia. "

Voy caminando lento y a mi diestra, a un metro, una chica camina a la misma velocidad. Entonces me doy cuenta (y ella también) que pareciera que caminamos juntos. Desacelera su marcha para que la pase, yo también. Entonces acelera ella, pero seguimos ahí porque es petiza y cada dos pasos que hace yo hago uno. Me río, no sé ella, tal vez sí, no la miro.
Parada del bondi. ¿Moneditas? Si, tengo.
Estoy tercero en la cola. Una minita llega y se pone adelante, nadie le dice nada y así como ésta un montón de viejas. Me pone muy molesto que una mujer aproveche su condición para ciertas cosas. La caballerosidad es una virtud que se regala, no a la que se está obligado. Digamos, ¿no estaría buenísimo que la vieja o la mina se pongan detrás de mí y yo les ofrezca mi lugar, asiento y afines?



Igual no llega a molestarme mucho. Porque voy en el bondi y suena “Hoy te esperé” de La Mississippi, compuesto por Ricardo Tapia, mi amigo. Si, mi a-mi-go.
Lo conocí en una entrevista e intercambiamos mails, ahora chateo casi todos los días y hablamos de política, de mujeres, de sus hijos a los que además admira. Una vez me saludó bien temprano a la mañana diciendo “¿qué hacés tan temprano?”, le contesté: “Vos qué hacés tan temprano. Sos un músico de rock. Calculo que te estás acostando”. “No”, dijo; “estoy escrbiendo. Lo hago a esta hora por el sol y los pajaritos…”. Abajo, en la foto, tomábamos un vino.
Las llaves. Abro la puerta y Estrella salta como loca. Una perra boxer que apareció para aportar un manantial de ternura a mi vida.
La peatonal ha quedado lejos. Eso quiere decir que hasta el lunes no voy a ir al centro. Eso quiere decir que no voy a trabajar. Eso quiere decir que no voy a recorrer esas calles en busca de nada. Eso quiere decir que voy a recorrer una avenida, que me lleva hasta su casa; a la rubia de ojos verdes de buen culo, buenas lolas; que a veces usa esas botas que conté y también chupines, de peinado con flequillo para atrás. La que escucha conmigo a La Mississippi, y hace todo para que me den ganas de ser caballero con ella.
Es la chica que me alquila las películas (originales) que me gustan. Si a ella no le gusta, todo bien, prefiere dormirse en mi regazo.
Su casa siempre huele a fruta, a mangos, a naraja y en invierno a mandarina.
En fin, tal vez, ella sea el resumen de lo que miro, de lo que escucho, de lo que toco y recorro.

Todo mi mundo se concentra en ella, acaso sea la sumatoria de mi vida en paralelo.

miércoles, julio 23, 2008

Inmunidad a ciertas cosas gracias a otras


El stress de las últimas horas en el trabajo: todos quieren irse, todos quieren terminar, a cualquier precio. No importa cuan enredado ni cuánto tranbajo tenga, cada una de sus acciones precipitadas y torpes son para que me apure, porque ellos quieren irse.
Las ventanas no están hermetizadas, porque “es un gasto vano”, y el estrépito taladrante del tráfico céntrico allana el lugar como un ejército revolucionario y se multiplica con el de las voces al borde de la histeria.

Ya en la calle, alguien parece haber cometido un error tan mínimo como el de haber embragado mal su automóvil, sin que falte el intolerante que empieza a tocar su bocina como si llevara una mujer en trabajo de parto. Así es como a él se suma la orquesta infernal de cientos de conductores en automóviles detrás que pegan su mano a las bocinas.

Coches y coches. Pareciera que la única finalidad de las grandes urbes es avanzar y avanzar. Se supone que en un horario hábil, pico, la gente está trabajando, ¿entonces por qué todos se encuentran con su auto en la calle a esas horas?
En las ciudades no hay términos medios: odiamos estar en la calle en esas horas, pero nos envuelve el miedo cuando están solas.

El chofer del colectivo frena de golpe y me repite unas cuatro veces la palabra “vamos”. Yo le digo “hola” y ni me mira. “Mínimo, por favor. Gracias” y su rostro presenta el gesto característico de alguien que percibió un olor maloliente.

Las calles de la ciudad no ayudan, hacen temblar al micro de ventanillas muy flojas y no puedo siquiera escuchar la música que llevo conmigo.
¿Leer? Imposible. Las luces del interior no ayudan.

Más tarde bajo del transporte público y me dispongo a cruzar la avenida.
Entro a las calles desiertas y entiendo que en estos tiempos los vecinos no se sientan en la vereda a mirar sus hijos cómo aprenden a andar en bicicleta.
De hecho, ahora que lo pienso, creo que los niños de los últimos diez o cinco años no saben andar en bicicleta. Ya no los veo en las calles de barrio, o en las plazas o en los parques.
Sea como sea, si algún vecino anda por ahí, no me saluda.

Sin embargo, ninguno de los puntos de esta lista produce en mí tristeza alguna, o por lo menos molestia, y mucho menos hastío, porque al fin y al cabo sé muy bien que después de todo este recorrido, vos estás esperándome en tu casa.

jueves, junio 26, 2008

Común y corriente





Algunas posan en cuatro patas, y la imagen se multiplica por miles siguiéndome, estampándose en cada kiosco del país.
Otras bailan en concursos de beneficencia. Firmaron contratos cuyas cláusulas establecen en forma terminante el persistente close up al culo.

Cuerpos que, aunque tallados por el escalpelo, producen en los hombres un gesto similar al de un perro que mira a su amo comer.

Al día siguiente, la testosterona reunida comenta, opina, y remarca “¿la viste a la fulana anoche? ¿Qué bárbaro?”. En ese momento, el grupo me mira a la búsqueda automática y preestablecida de una respuesta paralela. “No me gustan”, y hasta las mujeres se ríen sin creerme y ya nadie habla conmigo.

Prefiero a las que me cruzo en la calle. Esas que se tapan después de hacer el amor para ocultar sus complejos. Las prefiero con ropa, pues no hay ejercicio más alto que el de la incertidumbre de saber qué usa debajo de ella.
La prefiero matera y de las que hacen tartas y bizcochuelos para acompañar, de risa fácil y broma.
Me gusta tímida y mirando hacia abajo; de zapatillas y ropa interior de algodón. Esas que andan en colectivo, mirando por la ventanilla al infinito.
Para mí son mejores sin pintura los días de semana, y maquillada los sábados por la noche.
No me lleves a la cama mostrándome un foto tuya en cuatro patas, más bien, invitáme una cerveza y decímelo con los ojitos o de última con el baile.
Para qué lucirce en un escenario, si no hay imagen más bella que la que se proyecta cuando se ve una mujer estudiando, sentada a la mesa, muda, con la cabeza apoyada en la mano, atenta a las líneas de la fotocopia.
Cualquier chica plástica de la tv, de seguro me regalaría ropa fina, y cara, pero yo prefiero a las que para el invierno tejen bufandas.
No es que yo sea exigente, pero gustos son gustos.
Me gusta de jogging, o pollera.


No me vengas con las que tiene perros glamorosamente diminutos, prefiero las que tienen un mestizo y lo abrazan sin renegar de los pelos del animal pegados en su ropa.


lunes, junio 16, 2008

Nosotros



El choque, la tensión, las ideas que no concuerdan. Finalmente el portazo. El otro siempre tiene la culpa.
Puchero; "no te llamo nada". Dormir, a lo loco.
No afloja el uno, no afloja la otra.
Lunes de feriado, lo mismo que un domingo por la tarde.
"No te llamo nada", se insiste. Suspira. Tal vez se llora. Hace frío. Lunes feriado, lo mismo que un síndrome de domingos por la tarde.
¿Conciliación obligatoria? Minga.

jueves, mayo 29, 2008

Crónica de otra vida



Tenía el poder de adulterar la realidad, y no me importaba si me ponía las zapatillas al revés.
No había virus ni bacterias que me infecten si comía el algodón de azúcar con las manos sucias.
Los adultos eran gigantes de otros planetas que no paraban de tomar café, cosa que tampoco me causaba curiosidad.
Todos los objetos del mundo representaban algo para abrir, desarmar y no volver a armar jamás, nada servía al pasar por mis manos.
Mi casa tenía un jardín anterior, y precediéndolo una reja y un portón que cubría un escalón. Ese era mi palco, y la calle la pantalla donde se proyectaban mis sueños de superhéroe y por momentos, cantante, y escritor. Pasaba horas ahí, pensando. Las viejas pasaban con sus bolsas de las compras y me saludaban. Desde adentro se percibía el olor de las papas fritas de mi muy española abuela quien al servirlas cortaba mis sueños al grito de “¡Juanito!”, la gran invitación al deguste.
En ese escalón evocaba a Verónica, mi amor más inocente, cuya boca nunca besé por vergüenza, creo que, de hecho, después del “sí”, ni siquira la volví a saludar.

El abuelo dejaba de leer sus aventuras de Alejandro Dumas y Julio Verne al tiempo que la abuela ponía en la mesa a “El Crestón”, un vino cuyo envase consistía en una botella de color verde de un litro con una tapa a rosca de lata. Cuando la Lola se iba a buscar otra cosa, el abuelo vertía vino rosado en una tapita y me daba a beber con sonrisa cómplice y con seña se “sshh” significando nuestro secreto.
El fondo enorme de casi cien metros fue mi estadio de cantante y cada uno de las hojas del césped, mi público.
La televisión por cable no existía, y una tarde de inverno, un fin de semana, transmitieron por televisión un concierto de “Los Tres Tenores”. Pavarotti, Carreras y Plácido Domingo, regalaban su ópera más popular y el mundo entero, desde Roma, escuchaba.
Mi abuelo, quien escapó de su Granada natal por sentencia de fusilamiento, amante de la ópera y la zarzuela, permanecía frente al televisor atento, inmóvil. Yo lo observaba mientras gritaba “Lola, ven aquí, que Carreras va a cantar ‘Granada’…”.
Un acorde dio el tono al tenor pañuelo en mano y, de su diafragma, la palabra “Granada”, rompió el corte silencioso que la precede.
Solo bastó esa palabra. Giré mi cabeza y mi abuelo, de más de siete décadas ya no miraba el televisor. Su rostro intentaba llegar a su pecho en su posición reclinada. Su cabeza toda temblaba ante el impulso perseverante del llanto. Intentaba sentarse derecho pero su abdomen, en ese momento convulsionado por el llorar no se lo permitía. Finalmente, su espalda se dejó caer en el respaldo de su mecedora, su rostro se inclinó hasta su hombro y se dejó llorar. Su llanto era persistente, tupido, pero silencioso, como tratando de no interrumpir la música.
Inmediatamente la Lola caminó hasta allí ya con sus pómulos mojados y se arrodilló junto a él. Lo abrazó y los dos jadeaban en vaivén.
Los años del viejo, y las enfermedades en su cuerpo ya no le permitían moverse demasiado, por lo que, acaso, sabía que ya nunca volvería a ver la Alhambra.
Meses después, el abuelo murió.
La abuela haría varios viajes a España otra vez y yo crecería de tamaño y disminuiría en interés por sus papas fritas, sus visitas al recreo del colegio con chocolates para todos mis compañeros, su gelatina diaria y su banana pisada con miel.
En verdad, me estaba convirtiendo en este que soy ahora.

(En la foto, la Lola y el abuelo Enrique).

martes, mayo 13, 2008

Acerca de una obsesión

Los días pasan y no hay nada que acerque mis dedos al teclado. Pregunté al que sabe, al que vive de la pluma, si es que la inspiración es una especie de amante desconsiderada. Así respondió: "En cuanto a la musa te diría que si ella viene y no estás preparado, pasa de largo. Aún la gente menos literaria de este mundo suele tener inspiraciones (visitas de la Musa) pero nadie se entera. Quiero decir que es preciso ejercitarse, trabajar, escribir 'a diario' (sabiendo que no todos los días se escribe), si la mano no está ejercitada nada podrá hacer. Es incluso escribiendo que aparecen las evidencias de estímulo, los descubrimientos inesperados, los resplandores, digamos. También es cierto que se sufren períodos de sequía, días enteros 'sin ideas', sin nada, pero también es cierto que aun eso termina. En fin, tampoco yo sé demasiado pero, de algún modo, es el único camino que conozco".

Venga la musa o no; haga el ejercicio diario de escribir o no, todo lo que se me ocurre tiene que ver con el moñito de tu ropa interior.






sábado, abril 26, 2008

No entiendo



Quién hubiese sido capaz de abandonarla, con su pelo tan vulnerable a la brisa.
Quién es el que la omite con ese talento tan suyo de amar, con esa vocación para el beso desnudo. Cómo es que le dijeron “adiós” sin tener en cuenta su voz de arroyo serrano.
¿No sintió el olor de su cuerpo de óleo en el último abrazo, el bálsamo amigo que deja en el otro al abrazar?
¿Existe providencia que impida lavar sus pies por pisar donde el otro pisa?
¿Cómo decidir nunca más recorrerla de cuerpo entero, presente, muriendo finalmente en el concupiscente elástico de su braga rosa que ornamenta el sur de su abdomen?
Que lo explique el que se atreve.

domingo, abril 06, 2008

Pronóstico


Me siento impresionado, como ocurre sobre la superficie de la tierra cada vez que se aproxima un cataclismo.
Los cúmulus amontonados hacia el Sur presentan un aspecto siniestro; esa horripilante apariencia que he observado a menudo al principio de las tempestades. El aire está pesado y el mar se encuentra tranquilo.
A lo lejos, se ven nubes que parecen enormes balas de algodón, amontonadas en un pintoresco desorden, las cuales se van hinchando lentamente y ganan en volumen lo que pierden en número. Son tan pesadas, que no pueden desprenderse del horizonte; pero, al impulso de las corrientes superiores, fúndense poco a poco, se ensombrecen y no tardan en formar una sola capa de aspecto en extremo imponente. De vez en cuando, un globo de vapores, bastante claro aún, rebota sobre esta alfombra parda, y no tarda en perderse en la masa opaca.
Evidentemente la atmósfera se halla saturada de fluido, del cual también yo me encuentro impregnado, pues se me eriza el cabello como si me hallase en contacto con una máquina eléctrica. Me parece que si, en este momento, me tocasen mis compañeros, recibirían una violenta conmoción.
A las diez de la mañana se acentúan los signos precursores de la tempestad; diríase que el viento descansa para tomar nuevo aliento; la nube parece un odre inmenso en el cual se acumulasen los huracanes.
No quiero creer en las amenazas del cielo; mas no puedo contenerme y exclamo:
-Mal tiempo se prepara.
(De "Viaje al centro de la tierra" de Julio Verne).

lunes, marzo 31, 2008

La retórica de los perdedores



-Es que nosotros, los que no nacimos "lindos" vamos a sufrir siempre. Porque nos enamoramos de las más "lindas" ¿entendés?
-No.

-No soy de esos pibes que entran al laburo o a la facu y al boliche, y las minas se dan vuelta para mirarte.

-Bueno, pero tenés otros atributos. Sos un pibe inteligente.

-¿Sirve?

-Claro, boludo...

-Yo creo que no.

-¿Por qué?

-Porque yo puedo estar con una mina desplegando mi inteligencia, pero entra el grandote, que se viste con toda la onda y sus manguitas cortas le dejan ver los brazos trabajados y la espalda y hombros anchos y la minita se va con él.

-Pero te contradecís, porque vos dijiste una vez que las minas pierden por el oído y los varones por la vista.

-Si puede ser... Pero pasa que cuando a un pibe feo se enamora de una mina, por más chamullo que tenga no se lo puede decir y, ¿sabés qué? termina siendo su amigo. El chabón hiperfachero, cuando se enamora, tampoco se lo puede decir, pero corre con la ventaja de que la minita lo está deseando de alguna forma, ella está dispuesta de antemano. Si están, por ejemplo bailando, la minita lo va a rodear el cuello con los brazos va a acercar la trompita y el pibe por inducción le va a comer la boca. En cambio yo, voy a dar mil vueltas y no le voy a decir nunca.

-No sé...

-¿Sabés que es lo peor de todo?

-No, qué...
-El pibe feo se va a hacer tan amigo que la minita lo va a invitar a bailar una noche, con él a solas o con las amigas, no importa. Ponéle que coincidieron en una fiesta o boliche juntos. La minita va a ver un pibe que le gusta, y cuando le dé cabida, van a empezar a chamullar, y después van a andar a los besos, y al pobre pibe, por feo, se le va a partir el corazón.

-Bueno, pero la mina está en su derecho, aparte el pibe nunca le dijo nada.

-Por supuesto, pero yo no me estoy enfocando en la mina; yo te cuento cómo es la pobre vida del feo que se repite desde la adolescencia hasta la resignación, que me pregunto cuándo carajo llegará...

-¿Y qué onda si el chico al final se anima y se le declara?

-No, no se le va a declarar; le va a contar, que es muy distinto. Le va a decir todo lo que siente pero no le va a hacer propuesta, porque el feo viene con el autoestima baja.

-¿Y después?

-Eso, lo que te dije antes. Va a terminar siendo el amigo, y el ciclo empieza otra vez. Supongamos que se ponen de novios. Ella decide hacerlo porque el pibe es "bueno". Se va a terminar yendo con otro, tarde o temprano. Porque el pibe la va a cuidar y le va a dar todo lo que quiera, y eso no les gusta a las minas. Lo más probable es que la mina ande por ahí un tiempo, con otro o algunos hombres. Seguro que se va a lastimar, mucho. Y un día va a volver.

-Qué se yo... ¡Mozo!, ponga música... y no le sirva más vino a este.

viernes, marzo 21, 2008

Trovador de samplers y loops


Lisandro Aristimuño se disponía al trabajo (para él grato) de contestar mails a los que lo escucharon y después le escriben.
Hijo patagónico de Río Negro, músico independiente, reincidente de las mixturas que permite la era digital, grabó tres discos "Azules Turquesas" en 2004, "Ese asunto de la ventana" en 2005 y "39°" el año pasado y como premio recibió el suspiro de los sensibles, y el respeto de los muchos músicos.
Anoche tocó por primera vez en Tucumán, en un "set solo", un show sin banda y fue toda una experiencia.
Un rato antes, estuvimos charlando.

-Cuando le pregunto a alguien si escuchó a Lisandro Aristimuño me responden conla automática pregunta “no, ¿qué hace?”
A mí resulta complicado saber poner en palabras lo que hago musicalmente. Si hayalgo que me gusta de la música es eso. No la podés encuadrar y es algo que vapor un lado más espiritual y más sentimental, así que ponerle estilos me parece medio radio.
Cuando me preguntan qué hago, respondo que es una mezcla de muchas cosas electrónicas. Me gusta mucho el pop, hago muchas cosas rock, hago cosas del folklore del mundo. Siempre digo que lo más importante es la canción. Tiene que ver con lo que la canción me pida, me entrego a la canción que es la que manda en mi música.

-¿La canción viene de el ejercicio diario de ponerse a componer o cuando la musa lo mande?
Son etapas. A veces no me sale ninguna canción y estoy dos meses sin poder componer o compongo y no me gusta lo que hago. Pero hay etapa en las que quizá en un mes hago diez o doce canciones. Depende de lo que me esté pasando en la vida.
A veces mi vida está muy normal, y a veces me pasan cosas fuertes y cuando tengo algún choque emocional es como que tengo más ideas.

-¿Cómo fue el hecho de no haber entrado tanto a la Argentina y si en otros países?
No me enoja. Aparte no siento que tenga más reconocimiento afuera que acá. En Buenos Aires me dieron una bienvenida increíble, la prensa y la gente. La misma gente me está ayudando a promover mis conciertos porque no tenemos una estructura de producción y artística económicamente fuerte. Soy independiente y todas las fechas junto a la gente que trabaja conmigo son de autogestión y se hizo así como una cooperativa de trabajo. También tengo la suerte de que en Argentina la gente que me va a ver me ayuda mucho a publicitar mis canciones, graba discos, se los lleva a los amigos, se lo muestra al padre y se arma una cadena interminable y eso es impagable. Son cosasque se están dando por la música y no por otro medio, ni comercial, nitelevisivo ni radial.

-¿Uno de esos soportes fue tu blog?
Si, la verdad funciona bastante bien. También el myspace, y la página web. Mucho internet y mucho de gente que cuando termina el show me dice “voy a traer un grupo de amigos porque le va a encantar”. Entonces es una cosa que se expande como el agua, y lo que más me gusta es que se debe a la música en sí. No hay otra cosa comercial que lo motive. Me sorprende también que hay gente que conoce mi nombre pero no me conoce físicamente y eso es alucinante. Tiene que ver con que no es necesario que me conozcas físicamente. Si te gustan mis canciones y me ubicás por mi nombre es lo mejor que me puede pasar. Por ejemplo ir por la calle y que nadie sepa quién soy y cuando digo mi nombre me dicen “ah, sos vos, tengo tus discos”. Realmente me parece que es lo lindo de todo esto que nos está pasando con la gente que trabajo, de cuidar mucho la música, de no bastardearla, no vendiéndola como una lata de coca cola, sino mucho respeto a la música.

-Este verano mientras estuve en un camping de Humahuaca, una mañana me puse atomar mate y tocar con la viola algunas de tus canciones y de pronto gente delas carpas aledañas comenzaron a acercarse a cantar y se las sabían a todas…
Mirá vos… Esas cosas a mí me hacen muy feliz. Me hacen seguir adelante. No me hace seguir adelante saber cuántos discos vendí, sino esto que vos me contás.

-En la entrevista que hice el año pasado te pregunté por la música que más tegusta, ahora, teniendo en cuenta tu discurso y tu retórica, me gustaría saberqué lees.
En realidad no soy un gran lector, debo admitirlo. No soy un tipo que está leyendo todo el tiempo o de un libro por mes. Incluso hay libros que nunca terminé de leer. Lo que siempre leí, desde que empecé a interesarme en las letras y en la poesía de mis canciones y un poco para influenciarme y llevaradelante las canciones, es Alejandra Pizarnik. Es una gran influencia en misletras y en mis canciones, tienen sonidos sus palabras.

-¿Los tres discos que te llevarías a la isla desierta?
Uh, ¿son tres nada más?… es muy difícil…

-Bueno, los que quieras…
Uno de Peter Gabriel, creo que “Us”, (esperá, estoy mirando mis discos). Alguno de Radiohead, creo que Kid A, que me parece un buen disco. Seguramente alguno delos Beatles, que sería Revolver, alguno de Bob Marley y alguno de Charly García, seguramente.

-¿Te gusta mucho?
Charly es el músico más grande de Latinoamérica. No solo admiro mucho su música sino que soy un fan total de él.

-¿Lo conocés?
No. Tampoco me darían muchas ganas. Digo, lo respeto mucho. Me gusta su música ysus discos y con eso ya estoy lleno, con eso me basta. No me interesa conocer la persona. Quizá también tengo un poco de miedo a que me desilusione un poco. Me parece que la música que hace es tan grande que con eso ya me conformo.

-Después de que el disco ya salió a la calle, ¿te pasa que lo escuchás y encontrás cosas que te hubiese gustado cambiar?
¿Sabés que no? No pasó con ninguno de los tres discos. Debe ser que el hecho deser el productor de los tres discos y trabajarlos con tanta antelación hace que pueda ir escuchándolos en los viajes, en los autos, o voy a la casa de algún amigo que me aconseja. Tengo gente muy allegada que son productores incondicionales e inconscientes. A la hora que ya están me desprendo de ellos, incluso ni los escucho o los escucho muy poco. Ya quedan con su vida propia. Ellos tienen su vida y van por ahí.

-¿Cuál de los tres es el que más cariño le tenés?
Es difícil tenerle cariño a uno solo. Porque son etapas de tu vida. Creo que los tres son muy fieles a los momentos que viví en mi vida son como el reflejo de todo lo que fui viviendo entonces si elijo uno es raro. Hay algunos que no tienen lo que tiene el otro. Cuando presenté 39° dije que como que había terminado una trilogía.

-39° para mí tiene un sonido más visceral. Lo siento más duro a ese disco…
Puede ser. 39° puede tener que ver con lo urbano, con el hecho de estar viviendohace 6 años en Buenos Aires y creo que si hay algo que tiene la ciudad es eso, los sonidos estridentes y duros, las sonoridades de la calle, los bondis, las bocinas, es como todo muy duro y creo que todo eso me entró por algún lado y se reflejó eso en el disco. Por ahí Azules Turquesas es mucho más cálido porque se hizo en el sur, el interior y como que tiene un sonido más natural.


domingo, marzo 16, 2008

Vivir de la luz roja















Luz ruja en el cruce de las dos avenidas. El balde espumoso descansa sobre la platabanda y el limpiavidrios absorve el agua que lavará el parabrisas. Las uñas casi desintegradas por el detergente y la cara sucia.
Unas cuantas monedas y a veces una sonrisa refleja alegría y, a la vez, expone las caries que evidencian el olvido propio y el de una sociedad. Son los pibes del semáforo, los que limpian parabrisas a cambio de una moneda.
Salta y Sarmiento de la Ciudad Histórica de San Miguel de Tucumán. Son casi las seis de la tarde y cinco chicos lavan los vidrios. Estefanía y dos pibes más prefieren no hablar. Ezequiel de 17 y Ezequiel de 13 tienen ganas. Trabajan aproximadamente 6 horas diarias. El más grande de los dos, con lo que gana ayuda a su mamá para darle de comer a sus hermanitos. El más grande tiene 6 y el más chico tiene 5.
“La gente nos trata mal porque creen que les vamos a robar”, dice el más grande de los dos. El más chico describe: “hay gente en autos de lujo que nos da cinco o diez centavos”. “Algunos no te dan ni las gracias”, dice Mario, uno de los que no quería hablar, pero que se arrepintió. Según contaron, muchas veces son víctimas de robos por parte de chicos más grandes “que andan ‘bolseando’” (drogados con pegamento). “Una vez vino la policía a llevarnos a nosotros porque pensaban que éramos los que robaban”, explica Mario. Ezequiel, el de 17, explicó que a veces, cuando puede compra el diario y mira las ofertas de trabajo con la esperanza de algo mejor, “pero cuando me presento para un trabajo me ven la cara y me dicen ‘vení otro día’ y voy varias veces pero siempre me dicen lo mismo. Me tienen como perro de la calle”, relata.
“¿Les gustaría estudiar?”, se les preguntó y enmudecieron. “Yo prefiero venir a laburar y no estudiar, porque acá consigo plata y la necesito. Tengo que mantener a mi hijo”, justifica Mario.
A pesar de la búsqueda en los cruces de avenidas más importantes, en las únicas dos donde había chicos limpiando vidrios, era en Salta y Sarmiento y Coronel Suárez y Gobernador Del Campo. Allí cuatro chicos más a la vez trabajaban. También, en este caso, costó el acceso a sus palabras.
Eran Gonzalo de 20 años y Cristian de 18, y otros dos chicos de la misma edad que prefirieron no identificarse. Todos ellos de la conflictiva villa La Costanera, contaban los pormenores de su trabajo: cuanto cuesta el detergente, como disolverlo para que rápidamente limpie los insectos pegados en el parabrisas, cuantos tiempo debe se debe dejar al detergente para que actúe.
“Algunas personas son malas y otras buenitas. Hay quienes se bajan y te quieren ‘manotear’ y hay veces en las que te demandan (a la policía) por tocarles el vidrio. Otra gente nos regaló zapatillas y bolsones con mercadería... Para las fiestas es lindo porque llevamos de todo para la casa”, explica Gonzalo. “Cuando me hacerco a los autos a limpiarles el vidrio, hay gente sube las ventanilla y pone los seguros porque creen que les vamos a robar y eso se siente feo”, describe Cristian. “Ellos piensan que por ejemplo nosotros le podemos robar el celular y si lo vendemos nos van a dar 100 o $150, pero nosotros con el lavado llevamos para comer todos los días y por semana hacemos mas o menos esa plata. Vos tenés que saber que el que viene a laburar acá no es chorro, porque a los ladrones les gusta la platita fácil y no trabajan,”, interrumpe. A la vez reconoce que otros conductores les gritó “vayan a laburar” y la repuesta de ellos fue “denos laburo usted”. “A quién de nosotros nos van a dar trabajo si algunos no saben leer ni escribir”, protesta.
Gonzalo y Cristian llegaron a terminar la primaria, los otros dos no. “Sería lindo leer y escribir, pero yo tengo que llevar comida a mi casa”, dice Gonzalo.
Cuando me se acerqué a los ocho chicos en las dos esquinas, el temor se apoderó de ellos. La desconfianza y el miedo a la policía los mantiene en alerta. Las charlas fluyeron y de a poco ganaban confianza para hablar. Al final, sonríen y al saludar, lo hacen con un apretón de manos pero empuñando como lo hacen los púgiles de las pulseadas. En ese momento, una chica de unos 20 años que con un bebé en los brazos pide monedas a los conductores, se me acerca y pregunta: “¿qué usted viene trayendo algún plan?

viernes, marzo 14, 2008

El insistente


El llamado activa las hormonas, pospone cualquier plan, supera las inclemencias del tiempo; hace a la montaña caminar hasta Mahoma.
El encuentro se realiza y el muchacho solo espera paciente cual araña el momento oportuno, aunque no sabe dicernirlo.
Luego viene la disco, el movimiento cortejante de los cuerpos, el alcohol que despide a las inhibiciones y las miradas que desnudan.
Y la paciencia se termina, la jauría ataca cual represión a una protesta. Y viene el inesperado “no, bailemos, solo bailemos”.
La anciedad y el deseo mutan, ahora todo es desprecio. Ya no es lo mismo estar con ella, ya no dan ganas de acompañarla a casa y el en caso de que se lo haga, no se habla.
Y se hace el recuento, muchos pesos gastados, de alguna manera “invertidos”.
Molestia. “Nunca más”, se dice. Arrepentimiento.
Y la única palabra que se habla y escucha en el lecho de la desidia es “tendría”.
Afortunadamente algunas veces viene el sueño, cuando no se le anticipa el llanto.
Pasan los días y se olvida. Y a los pocos meses, vuelve a sonar el teléfono, y el ciclo comienza una vez más.

jueves, marzo 06, 2008

El encantamiento mutuo de los cuerpos

























Fragmento de "El héroe sin nombre" de Rodolfo Rabanal.
“Aquello que más me atraía, y que sigue atrayéndome, es ella y la red tejida por ella a mi alrededor. Lo que más me repugna es la situación general que enmarca nuestras vidas y mi propia debilidad, mi propia licencia, mi propia proclividad a la sumisión “mimética” donde destaca, como una espina, mi incapacidad para llevar adelante un proyecto que tanto anhelé hasta hace apenas treinta días.
¿Es posible que lleguemos a sentirnos ahítos, atiborrados de amor? (he decidido utilizar la temible palabra, después de todo, aunque con todas las reservas del mundo). ¿Es natural que la constante e íntima presencia de la persona más deseada nos empache de ella misma sin que por eso deseemos perderla? ¿Es inevitable que la completud erótica desplace, elimine, o –en el mejor de los casos- postergue todo proyecto, toda tarea, toda ambición que no esté íntimamente relacionada con esa completud? Naturalmente, ha de ser por eso que toda organización humana se apoya en la existencia de leyes, límites, prohibiciones, símbolos. Qué espanto. Nada parece ser menos correcto e innecesario, para el desarrollo de la voluntad constructiva y organizadora, que el encantamiento mutuo de los cuerpos.
Días completos (no exactamente, yo debía arrastrarme hasta la oficina y ella debía arrastrarse hasta sus pacientes al límite fijado por su horario). Días completos, de todos modos, días sucesivos, perfectamente encadenados a la repetición innovadora de “lo nuestro”. Durante días enteros viví en su cueva, examinando sus hendiduras, explorándola toda, sondeando como un buzo en las aguas profundas olvidadas del sol. Yo fluía dentro de ella, me vertía. Ella me alimentaba como a un niño como a un niño de pecho. Comíamos en la cama, en el piso, sobre la mesa, a cualquier hora. Una noche soñé que me depuraba hasta desaparecer. Una tarde nos disgustamos hasta trenzarnos en una pelea quizá un poco más dura, un poco deliberadamente “teatral”. La insulté y me insultó, la tomé de los pelos y la eché bruscamente encima de la cama. Me resulta imposible recordar el motivo de la gresca, sólo sé que después –aún en medio de cierta violencia, también un poco “teatral”- la posesión fue perfecta como nunca lo había sido antes, o así me pareció.”

lunes, marzo 03, 2008

Ausencia



















Los reproches giran en torno a la ausencia, y la ella misma se convierte en la presencia más notable. Es por ello que el amor se forja en la presencia y se establece en la ausencia hasta que finalmente se desvanece como la bruma, lenta o velozmente.

sábado, febrero 16, 2008

Acerca de una pasión II

















Si. Estoy copado con “El héroe sin nombre” de Rodolfo Rabanal (insisto: tal vez mi escritor favorito). Por eso es que en este post, les dejo otro fragmento.
Contexto: Es la época de la dictadura militar. El protagonista y la mujer con la que mantiene una relación, viajan a Rawson para visitar al hermano preso de la señorita.
Después de salir de la cárcel, la pareja decide hacer algo para disipar el dolor que vivieron en el lugar. Lo único que encuentran abierto es un cine donde proyectan “La maldición de la pantera rosa”, y deciden entrar. Disfrútenlo.


Prácticamente no hay espectadores, cinco o seis personas a lo sumo en butacas intermedias. Elegimos las últimas y nos apretamos juntando las manos. Las magnificas torpezas del inspector Clouseau nos diluyen en nuestros pensamientos penosos (los míos al menos) como se diluye un terrón de azúcar en una taza de café caliente. Peter Sellers, que vuelve loco a su jefe, habla marcando consonantes y perdiendo las vocales en el camino en la parodia extrema de un británico snob imitando a un francés igualmente snob. El efecto es tremendo y ahora nos reímos como si hubiésemos recuperado la felicidad, media hora antes -la pobre- al borde del abismo. Después, cuando el film promedia y ataca la parte final, mi mamo derecha busca entre su ropa y la mano izquierda de ella se desliza hacia mi entrepierna, mientras empezamos a besarnos como si nos bebiéramos el uno al otro. Ahora ya nada puede detenernos, a ella le excita hacerlo en los cines y en los lugares públicos, en los rincones de distracción y en los trenes nocturnos. quizá se trate de una forma peculiar de rebeldía. Y mientras lo hacemos sé que la cárcel es precisamente la imposibilidad de este esplendor, de esta porfía y de este desafío. He aquí la fuente de todas las delicias brutalmente denegadas al convicto, los bienes incalculables del “mundo exterior”, la luz del aire sobre las últimas ramas de los árboles un atardecer de primavera, y la boca tibia de una mujer amante acariciando con sus labios y su lengua el terso escroto y el glande inflamado del hombre en la inigualable intimidad de la total entrega. No puede haber mayor penuria y privación impuesta por los hombres a los hombres que ese exilio, ese destierro del sexo festivo. Pero sexo parece sonar ahora como una palabra acaso demasiado delimitada, demasiado circunscripta a un tipo de comportamiento fisiológico, casi clínico. Entonces ¿qué más? ¿qué otra palabra cumpliría el requisito que la plétora exige?
Ana María Ryghe dice pasión, entusiasmo. Y yo añado: perturbación deliciosa de los sentidos, fruición extrema, arrobamiento de la sensualidad feliz. Y ella: alianza “opuesta” de las sensaciones, ansia, desvelo y codicia. Hambre. Amor. Y yo sigo: Recompensa, satisfacción y vacío, necesidad y cumplimiento. Y ella: Amor. Violencia, dolor, placer y ternura. Ritmo. Amor.

miércoles, febrero 06, 2008

Acerca de una pasión


"Fragmento de "El héroe sin nombre" de Rodolfo Rabanal. (Acaso el
escritor que más admiro)

"Ana María Ryghe, me propina una caricia y me besa. Su boca sabe a
fruta con un fondo apenas astrisgente, como si acabara de chupar unas
gotas de lima. Yo, por lo que ella dice, huelo a whisky y tabaco. Sin
embargo, no señala que le disguste mi aliento porque su lengua juega
meticulosamente con la mía como si se tratara de una víbora amigable
curioseando un objeto de interés común para ambas, entonces la toco y
la aprieto y siento que estoy aferrándome a ella -a su aliento, a sus
labios, a sus ojos- como quien llega a la costa de salvación al borde
mismo del desmayo. La palpo, la huelo, le mordisqueo el cuello, los
hombros. Esta mujer (le digo como si fuera otra y yo la denunciara) me
va a convertir en un perro. Vamos a la cama, me pide. No, le digo,
aquí mismo"

sábado, febrero 02, 2008

Su pecho y mi mano


Sus padres no estuvieron en todo enero.
Dormí todas estas noches en su casa.
En la cama, cuando se rendía al sueño se daba lmedia vuelta, se acomodaba de costado, apoyada sobre el lado derecho de su cuerpo, dándome la espalda, pero dándomela literalmete: todo el inverso de su cuerpo pegado a mi anverso.
Con su mano izquierda, tanteaba buscando la mía, y una vez que la encontraba la llevaba sobre su pecho y la sostenía allí, acaso, toda la noche.
Más tarde, cuando ya cambiábamos de posición ya dormido, a veces ella estaba detrás mío, y de madrugada, no sé si en sueños, sonámbula o despierta me besaba. La mayor parte de esos besos eran en mis hombros o en los homóplatos.
Cada vez que se daba cuanta de que estábamos alejados en la cama, se acercaba, se pegaba a mí y, no sé si en mí se refugiaba o me protegía... Pero siempre buscaba mi mano, para apoyarla en su pecho, apretándola fuerte, haciéndome sentir la vibración de los latidos de su corazón.