sábado, febrero 16, 2008

Acerca de una pasión II

















Si. Estoy copado con “El héroe sin nombre” de Rodolfo Rabanal (insisto: tal vez mi escritor favorito). Por eso es que en este post, les dejo otro fragmento.
Contexto: Es la época de la dictadura militar. El protagonista y la mujer con la que mantiene una relación, viajan a Rawson para visitar al hermano preso de la señorita.
Después de salir de la cárcel, la pareja decide hacer algo para disipar el dolor que vivieron en el lugar. Lo único que encuentran abierto es un cine donde proyectan “La maldición de la pantera rosa”, y deciden entrar. Disfrútenlo.


Prácticamente no hay espectadores, cinco o seis personas a lo sumo en butacas intermedias. Elegimos las últimas y nos apretamos juntando las manos. Las magnificas torpezas del inspector Clouseau nos diluyen en nuestros pensamientos penosos (los míos al menos) como se diluye un terrón de azúcar en una taza de café caliente. Peter Sellers, que vuelve loco a su jefe, habla marcando consonantes y perdiendo las vocales en el camino en la parodia extrema de un británico snob imitando a un francés igualmente snob. El efecto es tremendo y ahora nos reímos como si hubiésemos recuperado la felicidad, media hora antes -la pobre- al borde del abismo. Después, cuando el film promedia y ataca la parte final, mi mamo derecha busca entre su ropa y la mano izquierda de ella se desliza hacia mi entrepierna, mientras empezamos a besarnos como si nos bebiéramos el uno al otro. Ahora ya nada puede detenernos, a ella le excita hacerlo en los cines y en los lugares públicos, en los rincones de distracción y en los trenes nocturnos. quizá se trate de una forma peculiar de rebeldía. Y mientras lo hacemos sé que la cárcel es precisamente la imposibilidad de este esplendor, de esta porfía y de este desafío. He aquí la fuente de todas las delicias brutalmente denegadas al convicto, los bienes incalculables del “mundo exterior”, la luz del aire sobre las últimas ramas de los árboles un atardecer de primavera, y la boca tibia de una mujer amante acariciando con sus labios y su lengua el terso escroto y el glande inflamado del hombre en la inigualable intimidad de la total entrega. No puede haber mayor penuria y privación impuesta por los hombres a los hombres que ese exilio, ese destierro del sexo festivo. Pero sexo parece sonar ahora como una palabra acaso demasiado delimitada, demasiado circunscripta a un tipo de comportamiento fisiológico, casi clínico. Entonces ¿qué más? ¿qué otra palabra cumpliría el requisito que la plétora exige?
Ana María Ryghe dice pasión, entusiasmo. Y yo añado: perturbación deliciosa de los sentidos, fruición extrema, arrobamiento de la sensualidad feliz. Y ella: alianza “opuesta” de las sensaciones, ansia, desvelo y codicia. Hambre. Amor. Y yo sigo: Recompensa, satisfacción y vacío, necesidad y cumplimiento. Y ella: Amor. Violencia, dolor, placer y ternura. Ritmo. Amor.

miércoles, febrero 06, 2008

Acerca de una pasión


"Fragmento de "El héroe sin nombre" de Rodolfo Rabanal. (Acaso el
escritor que más admiro)

"Ana María Ryghe, me propina una caricia y me besa. Su boca sabe a
fruta con un fondo apenas astrisgente, como si acabara de chupar unas
gotas de lima. Yo, por lo que ella dice, huelo a whisky y tabaco. Sin
embargo, no señala que le disguste mi aliento porque su lengua juega
meticulosamente con la mía como si se tratara de una víbora amigable
curioseando un objeto de interés común para ambas, entonces la toco y
la aprieto y siento que estoy aferrándome a ella -a su aliento, a sus
labios, a sus ojos- como quien llega a la costa de salvación al borde
mismo del desmayo. La palpo, la huelo, le mordisqueo el cuello, los
hombros. Esta mujer (le digo como si fuera otra y yo la denunciara) me
va a convertir en un perro. Vamos a la cama, me pide. No, le digo,
aquí mismo"

sábado, febrero 02, 2008

Su pecho y mi mano


Sus padres no estuvieron en todo enero.
Dormí todas estas noches en su casa.
En la cama, cuando se rendía al sueño se daba lmedia vuelta, se acomodaba de costado, apoyada sobre el lado derecho de su cuerpo, dándome la espalda, pero dándomela literalmete: todo el inverso de su cuerpo pegado a mi anverso.
Con su mano izquierda, tanteaba buscando la mía, y una vez que la encontraba la llevaba sobre su pecho y la sostenía allí, acaso, toda la noche.
Más tarde, cuando ya cambiábamos de posición ya dormido, a veces ella estaba detrás mío, y de madrugada, no sé si en sueños, sonámbula o despierta me besaba. La mayor parte de esos besos eran en mis hombros o en los homóplatos.
Cada vez que se daba cuanta de que estábamos alejados en la cama, se acercaba, se pegaba a mí y, no sé si en mí se refugiaba o me protegía... Pero siempre buscaba mi mano, para apoyarla en su pecho, apretándola fuerte, haciéndome sentir la vibración de los latidos de su corazón.