domingo, agosto 31, 2008

El tema de la semana, de los cafés y los asados


Mis abuelos eran dos españoles que llegaron a la Argentina huyendo de la Guerra Civil Española, que asoló ese el país entre el 17 de julio de 1936 y el 1 de abril de 1939, concluyendo con la victoria de los rebeldes y la instauración de un régimen dictatorial de carácter fascista. A la cabeza del cual se situó el general Francisco Franco. Además de que supuso un desenlace, principalmente a raíz de la llamada Revolución social española de 1936, entre las principales ideologías políticas de carácter revolucionario y reaccionario (o contrarrevolucionario) que entonces se disputaban en Europa y que entrarían en conflicto poco después, estaban el fascismo, el carlismo, el constitucionalismo de tradición liberal burguesa y el Socialismo de Estado del PCE y la Komintern (liderada por el régimen de Stalin en la URSS), y los diversos movimientos revolucionarios: socialistas, comunistas, comunistas libertarios, anarcosindicalistas o anarquistas, y poumistas.
Enrique López y Fernández, mi abuelo paterno, escultor decorador de fachadas, fue combatiente y, luego de su captura, condenado a muerte en el paredón. Nunca supe a qué bando perteneció, aunque intuyo que si fue sentenciado con la pena capital y estuvo detenido, seguramente no perteneció a los franquistas.
Mientras esperaba su muerte, por alguna razón que también desconozco, su condena no fue llevada a cabo y partió junto a mi abuela, Dolores Capel, (cosechadora de olivares) y su primer hijo (mi tío José). Nunca supe se si huyó a la Argentina o emigró legalmente.
Tampoco estoy enterado de la fecha de llegada y mucho menos acerca de su puerto primero, si Buenos Aires o Rosario (podría ser Río de Janeiro también). Lo que sí sé es que su primera morada fue una caballeriza de esta ciudad santafesina en donde vivía un familiar.


Aunque no conozco el año exacto de llegada, entiendo que vivieron la era dorada de Perón dado que mi padre nace en Rosario en 1952.
Cuando yo era muy niño, preguntaba de Perón a mi abuela y ésta me contaba que la Argentina era "el país más rico del mundo. Los bancos apilaban verdaderas torres de lingotes de oro en sus halls dado que no cabían en las cajas de seguridad". También me contó que lloró con tristeza por Evita y que le rezó muchísimo. "Evita iba en los trenes tirando dinero al aire para la gente del campo que era muy pobre".

Tampoco sé en qué año llegaron mis abuelos, mi tío y mi padre a Tucumán. Sin embargo creo que en los 60 con el peronismo proscripto ya residían en esta ciudad norteña.
Más tarde pasó lo que muchos conocen, y mientras Perón era ungido Presidente por tercera vez en el período 1973 - 1977, mis abuelos eran los porteros de un edificio céntrico tucumano llamado "Castilla" ubicado en calle San Martín frente a la Casa de Gobierno de Tucumán. Mi padre, Enrique López Capel, tenía 25 años cuando el presidente Perón muere y asume su esposa "Isabelita", (creyó el pueblo que el diminutivo "ita" haría los mismos efectos que hizo en la primera esposa de Perón).
Desde los 70, la Argentina pasó por períodos de lucha ideológica alentados por las proezas de Fidel y el Che en Cuba. El país se dividía entre la Izquierda y la Derecha. Esa lucha era tan sistematizada que en esa década, con y sin Perón, surgieron diversas agrupaciones políticas armadas con planes estratégicos de toma, resistencia o mantenimiento del poder.

Tucumán era el laboratorio de lo que vendría a partir del 76.






En los cerros y montes tucumanos, guerrilleros de izquierda planeaban una revolución que, mediante el "Operativo Independencia", fue frustrada por el entonces interventor militar de Tucumán, el General Antonio Domingo Bussi.
Dos años después, el gobierno de facto lo nombraría Gobernador con la suma del poder público.







En aquella década, mi padre disfrutó sus años mozos en forma, si se quiere, apolítica.
Yo nací en el 79, bajo la dictadura que, naturalmente, pasó sin inmutarme.
Así como le pregunté a mi abuela por Perón, también le pregunté por un tal Bussi. Me dijo que hacía encerar la Plaza Independencia; que los bronces de la Casa de Gobierno brillaban como oro y que en su época no había linyeras, ni borrachos en las calles, y, menos que menos, mugre en el centro.
A mi padre no le tocó el Servicio Militar Obligatorio, aunque a veces insistía con los cortes de pelo bien "prolijo", el famoso y castrense corte "Medio americano". Cuando no le prestaba atención en ciertas cosas, me imponía que ante sus órdenes yo contestara "Si señor".
Nunca fue amigo del rock, más bien de "Palito Ortega", "Leo Dan" y alguno de esos personajes.

Pasó el tiempo y cuando ya tenía 13 o 14 años trabajaba con mi padre en una camioneta de reparto de las flamantes latas de gaseosas que recién llegaban a la Argentina. Las vendíamos y repartíamos en las localidades de Tucumán, en sus cabeceras de departamentos y en ciudades más pequeñas.
Yo había descubierto a Sui Generis (quién no a esa edad) y sus canciones existencialistas, sutilmente contestatarias al sistema. Todos unos hippies. Un día decidí poner un cassette de la banda mientras recorríamos las rutas. Al poco tiempo de reproducción, papá me obligó a cambiar "esa música".
Nuestro itinerario consistía en recorrer cabeceras de departamentos del sur de Tucumán y sus diferentes localidades. Un día de poca venta, la pusión exploradora y Magallanezca de mi padre nos situó en pueblos alejados en el pedemonte precordillerano. Recuerdo el nombre de algunos: Teniente Berdina, Pueblo Independencia, Soldado Maldonado, Capitán Cáceres, entre otros que no recuerdo.
"No sabía que existían estos lugares", le conté a mi padre a lo que contestó: "Estos pueblos los fundó Bussi. Son fundamentalmente obreros de la caña de azúcar".
Papá habló de las obras de Bussi y de alguna manera halagó al ex Gobernador, y dado que sentía idolatría por mi padre, me quedé con esa idea.
Hoy, en este mismo momento, mientras escribo este post, caigo en que tres de estos pueblos tienen nombres de militares, y el nombre Pueblo Independencia, seguramente celebra la victoria del Operativo Independencia que se llevó a cabo en esas zonas.
Me puse a buscar acerca de los nombres de estos tipos, y no encontré nada.

Julieta Teitelbaum era una adolescente de 17 años cuando aceptó ser mi novia. Yo tenía 18.
Mis abuelos ya habían muerto y mi padre había corrido la suerte inmigrante de ellos, yéndose a España cuando el desempleo había llegado a sus índices más altos durante el período presidencial de Menem.
Julieta quería estudiar filosofía. En tanto Bussi se candidateaba para Gobernador. "¿A quién vas a votar en esta tu primera vez?", me preguntó, "a Bussi", le contesté.
No sabía de la otra historia del gobierno militar. Tampoco sabía lo que provocaban mis hormonas en aquel tiempo, pero todo lo que pasaba por mi cabeza era el sexo. Entonces Julieta se puso en la difícil tarea de explicarme paso a paso, la historia de Bussi. Acaso porque es judía, y aunque era casi agnóstica, creo que lo hizo porque aquel Proceso de Reorganización Nacional que comprendió el período entre los años 76 y 83 tenía un marcado perfil antisemita.
Ella habló de los desaparecidos y la metodología utilizada por militares, paramilitares, policías y grupos parapoliciales para desaparecerlos.
Con los años, afortunada o lamentablemente, mis hormonas se calmaron. Mi mente devino en la curiosidad: leer, preguntar, leer, leer, leer y luego supe que mi profesión iba a ser la de periodista.
Hace apenas tres días, Antonio Domingo Bussi, fue condenado a prisión perpetua por crímenes de lesa humanidad en San Miguel de Tucumán.
Asistí al juicio y en la audiencia recordé una conversación con mi abuelo unos 20 años antes. Horrorizado (horrorizándome), el viejo relató los pormenores de la guerra en el campo mismo de la batalla y tomándome fuertemente del brazo me aconsejó siempre huir de la guerra aunque sean mis convicciones fueran pilares de concreto. También me dijo, que los Napoleón y los San Martín se habían muerto pues en el 2000 (esto lo mencionó en los 80), las guerras iban a ser netamente tecnológicas, y que Estados Unidos por ser el país bélico más poderoso del mundo, sería el dueño del planeta.
Mi abuela, hizo sus aportes, pero desde el lado civil del conflicto. Hombres y mujeres escondicos en refugios bajo tierra escuchando los bombardeos y sintiendo el sacudir de la tierra con la lluvia de bombas. El sonido de las sirenas cuando se acercaban aviones enemigos; sed y hambre en todo momento y la vuelta al hombre primitivo que salía en minutos de tranquilidad a buscar un perro o cualquier otro animal que los alimente.
Finalmente, durante y después del juicio a Bussi, los que me rodean, los que conozco, los que frecuento y los que no conozco, se sumieron en un debate que concluye, de los dos lados, con un rotundo “lo que hizo Bussi estuvo bien” o “lo que hizo Bussi estuvo mal”.
Los medios de difusión también se subieron a su vereda. El hombre lloraba al momento de su declaración y el país se conmovía. Algunos por su sufrimiento, otros por la "desfachatez" del llanto.



Por ese juicio, por lo menos los tucumanos abrieron nuevamente el debate. ¿Hizo bien? ¿Hizo mal? ¿Fue un buen hombre y los otros los malos, o los otros ern buenos y Bussi el villano?
No hubo caso, por más que me pidieron opinión, no podía dejar de ponerme en ninguno de los dos lados. Todo mi corazón y mi conciencia me dice: soy pacifista. No estoy de acuerdo con el hombre que empuña un arma porque ese hombre sabe que en algún momento habrá de usarla y matar a otro hombre para conseguir algo que quiero o quieren, me parece el camino errado.
Acaso sea que mi pocisión nace a partir de leer acerca de Gandhi, y todo lo que consiguió solo con la palabra.
Lo peor, es que creo que los desaparecidos de este país, en su enorme mayoría, fueron hombres y mujeres que nunca empuñó una pistola.
Hoy por hoy, tengo 29 años. He visto los ojos de quien protagonizó una guerra. Un muy buen chiste, o una alegría de corazón, alteraban sus labios para la sonrisa , más no así con sus ojos. La mirada triste parecía haber sido tallada en sus ojos para siempre. La guerra parece dividir en los que las presencian dos hemisferios en el rostro: uno norte congelado y morfológicamente perpetuo y uno sur, que responde a los estímulos momentaneos. El gesto alegre de mis abuelos parecían dos caras a la vez, en los labios de la felicidad superficial, y los ojos de recuerdos que no se borran.


Este post no es la celebración por la condena de un hombre macabro, este es un homenaje aquellos que en aquellos tiempos de hostilidad y estado de sitio permanente, abogaron y murieron por la paz.
Que la paz sea con aquellos que murieron por mantener la paz (pero no con otra pistola, palos, piedras o puños).
NUNCA MÁS.

lunes, agosto 18, 2008

La peatonal


Los pies se hicieron sentir. No quisieron seguir. Entonces encaré a la peatonal, que va derecho hasta la parada de mi colectivo.
Auriculares, música.
Miré al horizonte y a todas las caras delante de mí; a todas y a cada una, al gesto triste del canillita; claro, eran las ocho y media de la noche, y se veía que le habían quedado mucho diarios.
Una chica miraba a su novio como viendo al mismísimo Dios, el chico, miraba las tetas de otra que pasaba. Esta señorita, ya cuando estábamos cerca me miró a mí, no como Dios, tal vez como a un Gauchito (muy) Gil (también muy). Es muy típico eso: cuando una pareja va por ahí abrazada, el varón o la mujer miran muy fijamente a otro que pasa.
En los auriculares, “Peace and love”, y “No tan distintos”, reggaes magistrales de Sumo.
Negocio de ropa interior a mi derecha. Vidriera enorme, buenas prendas, buenísimos posters. Como todos los varones, la miro de reojo y sonrío al ver a un sexagenario hacer lo propio a una tanga de esas que puestas en una mujer, dan ganas de morderle las dos nalgas. Las chicas desnudas son hermosas, pero en ropa interior son mejores. Que fetichista, que orgullo ser así. A propósito, me acerqué la vidriera pensando en que no hay que tener vergüenza en mirar ropa interior femenina. Es que los pibes pensamos que al mirar los demás juzguen que uno es degenerado o "puto". Miré el precio de unas portaligas y en ese momento se acercó a la vidriera una chica con un culo tallado, así que me dieron ganas de regalarle algo. Calculo que le quedará como en la foto de abajo e intuyo que la miraría con el mismo gesto que todos los tipos de la mencionada fotografía.


Seguí el camino de la parada del bondi, que son tres cuadras por la peatonal, camino corto si se quiere, pero digno de observación.
Hay días en los la urbe no la contamina y huele a rosa, jazmín y pino. En invierno a naranjas.

A esta hora huele a panchuque, mostaza y mayonesa. También huele a sahumerio barato. Es que hay una especie de artesano hippie que no es tal cosa. A mí no me engaña: esas cadenas y aros los compró en una fábrica y los sahumerios son más tucumanos que la caña de azúcar.
Al lado de él, un tipo vende películas truchas, y le dice a una señora que Wall E se vé “espectacular”. Mentira, se lo vende en un CD (no un DVD) y encima, todavía ni siquiera salió en DVD. ¿Lo botoneo? Es que la señora tiene pinta de señora que llama a alguien para que le prenda el DVD y le ponga una peli. Mejor no: la mafia de los cd’s truchos es grande en la peatonal y me van a matar diecisiete vendedores juntos, que (de paso se enteran), trabajan para uno solo. Ahí no se puede vender, pero los inspectores municipales terminan de laburar a las 20, así que a esta hora hacen estragos.


Otro culo interesantísimo cruza delante de estos ojos como scanners: Es que Tucumán es así, sinuoso, de cintura chiquita y culo manzana. Te juro, la mayoría de las minas son así.
Por suerte la mujer que me tocó amar por estos días vino con yapa: tiene buenas lolas, es rubia, y tiene ojos verdes, así que camino por la peatonal y miro culos, pero no con resentimiento, resignación, molestia, bronca o añoranza, más bien miro como quien recorre un museo. Igual, creo que la figura de esta ninfa que pasó, está potenciada por sus botas.
No, no sé como se llaman. Son las que se usan ahora, muy sexies, de taco altísimo. Deberían usarlas todas las minas: les queda bárbaro.
Otra de las cosas que les queda muy bien es el peinado ese que también está en boga: el flequillo hacia atrás sostenido por una traba y el pelo largo y sueltísimo.
Ah, y los chupines también les queda muy bien. Hace que uno quiera mirarles las piernas pero sin sacarles el pantalón. Aunque ahora lo usan con zapatillas, con botas creo que se potencia. "

Voy caminando lento y a mi diestra, a un metro, una chica camina a la misma velocidad. Entonces me doy cuenta (y ella también) que pareciera que caminamos juntos. Desacelera su marcha para que la pase, yo también. Entonces acelera ella, pero seguimos ahí porque es petiza y cada dos pasos que hace yo hago uno. Me río, no sé ella, tal vez sí, no la miro.
Parada del bondi. ¿Moneditas? Si, tengo.
Estoy tercero en la cola. Una minita llega y se pone adelante, nadie le dice nada y así como ésta un montón de viejas. Me pone muy molesto que una mujer aproveche su condición para ciertas cosas. La caballerosidad es una virtud que se regala, no a la que se está obligado. Digamos, ¿no estaría buenísimo que la vieja o la mina se pongan detrás de mí y yo les ofrezca mi lugar, asiento y afines?



Igual no llega a molestarme mucho. Porque voy en el bondi y suena “Hoy te esperé” de La Mississippi, compuesto por Ricardo Tapia, mi amigo. Si, mi a-mi-go.
Lo conocí en una entrevista e intercambiamos mails, ahora chateo casi todos los días y hablamos de política, de mujeres, de sus hijos a los que además admira. Una vez me saludó bien temprano a la mañana diciendo “¿qué hacés tan temprano?”, le contesté: “Vos qué hacés tan temprano. Sos un músico de rock. Calculo que te estás acostando”. “No”, dijo; “estoy escrbiendo. Lo hago a esta hora por el sol y los pajaritos…”. Abajo, en la foto, tomábamos un vino.
Las llaves. Abro la puerta y Estrella salta como loca. Una perra boxer que apareció para aportar un manantial de ternura a mi vida.
La peatonal ha quedado lejos. Eso quiere decir que hasta el lunes no voy a ir al centro. Eso quiere decir que no voy a trabajar. Eso quiere decir que no voy a recorrer esas calles en busca de nada. Eso quiere decir que voy a recorrer una avenida, que me lleva hasta su casa; a la rubia de ojos verdes de buen culo, buenas lolas; que a veces usa esas botas que conté y también chupines, de peinado con flequillo para atrás. La que escucha conmigo a La Mississippi, y hace todo para que me den ganas de ser caballero con ella.
Es la chica que me alquila las películas (originales) que me gustan. Si a ella no le gusta, todo bien, prefiere dormirse en mi regazo.
Su casa siempre huele a fruta, a mangos, a naraja y en invierno a mandarina.
En fin, tal vez, ella sea el resumen de lo que miro, de lo que escucho, de lo que toco y recorro.

Todo mi mundo se concentra en ella, acaso sea la sumatoria de mi vida en paralelo.