martes, mayo 26, 2009

Catorce probabilidades y una certeza


Tal vez empañaron el vidrio. O acaso todo fue hecho en algún lugar improvisado a causa de la hormonal emergencia. Lo cierto es que entiendo que ninguno de los dos quería. Pero se dio, a pesar de un desfachatado “tené cuidado” y un cínico “no te preocupes”.
Probablemente, con la noticia, alguno de los dos (y yo creo que los dos) exclamaron “la puta madre” o “me cago en la leche”. Minutos después, quizá, agarrándose la cabeza uno de los dos pregunto a voz viva “¿qué vamos a hacer ahora?” y el otro pensó “¿Qué carajo voy a hacer ahora?”.
Tal vez sus padres pusieron su peor cara y es muy posible que se haya desatado una discusión. Acaso hubo pronunciamiento para él: “¡sos un pelotudo!”. También para ella: “¡sos una puta!”.
Cuando sus amigos se enteraron por confesión y por rumores, es asequible que hayan exclamado un pasmado “¿qué?” acompañado de un rostro con mezcla de sorpresa y terror.
A lo mejor las primeras noches fueron casi en vela, con un sentimiento de muerte y posible que, como eran otros tiempos, ella tenía vergüenza de salir y que la vieran tan niña y tan “irresposable” y él no conseguió trabajo tan fácilmente debido a su nueva condición.
Tal vez lloraron, por el “error” cometido, y hasta es probable que se hayan arrepentido.
Pero lo que es seguro, es que nadie dijo: “bienvenido al mundo”.

martes, mayo 05, 2009

De beats y de glups


No quiere ir. No tiene ganas. No quiere saber de ferias porque ya la kermés no tiene tiro seguro, ya no hay ruletas ni bocaditos Holanda. Ya no hay guirnaldas de lamparitas de 75 colgadas de un poste a otro.
Pero va, porque la fiesta parece estar implícita, porque la tertulia es un viaje de ida.
Enmudece, sólo mira. Presta atención y anhela. Ve al hombre de saco blanco y moño negro que se acerca: hay que decidir. Pero la lucha es mínima, la rendición es total.
El demoño se inclina y vierte en la copa el rojo sanguíneo del fruto de la vid que deja en el paladar el gusto roble.
La música avanza en decibeles. Beats, booms, glups, más glups.
Ahora habla. Todos ríen. Ellas más. Lo observan, lo estudian, se sorprenden de la súbita pragmática, oratoria y juzgan “qué labia”.
No quiso ir, pero ya mueve sus pies. Los globos ya no representan nada, pero el cotillón adorna su cabeza. Glup, más glup.
Volvieron los bocaditos, se mueven al compás del reggaeton pecaminoso y ahora quiere Holanda sopado en cabernet.
Si va al baño no se mira en el espejo. No es momento de mirarse el rostro demacrado.
Foto, foto. Click, flash, glup. Pierde el paso y enmudece otra vez. Caderas van, caderas vienen y da lo mismo. El boom aturde, el glup deprime. Ella, ella. Taxi.
El chofer mira por el espejo y trata de charlar. La lucha inminente entre el dedo pulgar y las teclas del celular. Ella, ella. Llamáme.
Agua, ducha. Se pasa el jabón no como si se lavara, más bien se acaricia. No se pasa el jabón por otras zonas del cuerpo, más bien traza círculos en su pecho con languidez.
El boom resuena en el oído aún en el silencio de su habitación. El glup hace estragos en el corazón. Posición fetal. Último suspiro. Domingo, síndrome.
"No debí haber ido".