miércoles, junio 01, 2011

La anfitriona


Esa noche la terminal no podía estar llena porque su entrada hubiera perdido la teatralidad que su figura impone.
Era un punto negro en el horizonte enorme y curvo de la estación que se aproximaba sin mirar al objetivo porque sabía que el objetivo la observaba venir.
Toda de negro y un libro blanco en los brazos. Viento lateral en su pelo castaño claro y los ojos con dos arrugas mínimas producto de la sonrisa sostenida. La mano, el beso, la mano siempre agarrando, poseyendo.
Así, dos días después, la mano primero encendió velas y más tarde rasguñó la espalda. Horas después una mano conducía y la otra señalaba los lugares más característicos de una ciudad desconocida para él. Lo gótico, lo colonial, lo moderno. La mirada, la explicación, la didáctica. La arquitectura.
Una milanesa, un lomo y una eterna mirada. Verse masticar. Sonreír y mirar para abajo. ¿Panza llena corazón contento? Nada de eso, el corazón es feliz cucharita mediante.
Equipaje y boletos en una mano, la otra siempre en la otra mano.
Cabaña, estrellas, sol, nubes, cerro, calle de tierra y cabaña otra vez. La mano sostiene la otra mano en su pecho y la escena se nutre de la teatralidad propia, ninguna más acertada. Siempre en cucharita. Siempre de algodón.
El beso no era beso. El beso era sangre, sudor y lágrimas. El beso era pura rúbrica, marca registrada y propiedad intelectual.
Esa última noche, la terminal no podía estar vacía, porque su salida entre miles de otros, toda de negro y sin el libro blanco en los brazos, hubiese perdido la teatralidad que su esencia impone.