Ay, si lo viera su padre. Cuantas ganas de estudiar.
Fue al colegio porque iba un amigo y porque había minitas. Alguna que otra profesora arruinaba la noche, aunque siempre, los jueves, aparecía la teacher. She was blondie. Los pibes le decían que la institutriz del idioma global alguna intriga tenía con él.
Veinte boludos años ya.
“Centro de Altos Estudios” se llamaba. Un colegio que un inversionista de brotado en los 90 de “Carlo”, puso porque decían que daba plata. Poquitas aulas, marcos de ventanas, unos cuántos bancos y el pizarrón era lo suficiente. Cuota cara, eso sí. Ojo, tenían informática, todo en el aula y con fotocopias.
Todos adultos. Ninguno bajaba de los 20 y se trataba de un club social. De carpetas prolijas y trabajos prácticos a tiempo, nadie sabía nada. Pero a él lo empezó a entretener la historia y la lengua. Las minitas de a poco desertaban y él se quedó sin laburo. “Changueaba”, cuentan. Lo suficiente como para comprar yerba y pan, los ingredientes de las apenas dos comidas diarias que se empujaba.
No fue el preceptor el que fue a tomar asistencia una noche, lo hizo el administrativo de un metro noventa y ciento veinte kilos al que siempre veía concentrado en la computadora jugando al solitario. “López”, dijo, “presente” respondió, “afuera” retrucó. “Usted debe seis meses”. Cabeza gacha.
“El guardian en el centeno” de J.D. Salinger era la tarea de aquellos días en los que entraba el chiflete por los agujeros de las zapatillas. La lectura se hacía en los recreos con el libro prestado de la profesora. Total, las chicas estaban todas abrigadas y no había qué mirar.
“Si no paga mañana, no entra más”. Holden, el protagonista de la novela, y él habían trazado el rumbos análogos puesto que los dos transitaban un "camino de desarrollo humano desde un idealismo juvenil e iluso hasta una madurez sobria y práctica. Este camino puede complicarse hacia el final, si se halla contaminado por distintos grados de esceptismo y resignación." La resignación puede tener dos consecuencias: la resignación activa, en donde el afectado es paradójicamente pasivo, o la resignación pragmática, esa en la que se tranza. “El guardian en el centeno” pudo más.
“Yo sé que le debo plata, no tengo para pagarle. Si usted quiere, compre pintura y le pinto las aulas”. Dos meses de brochas, rodillos, lijas, y pinceles.
Entre pared y pared, Holden y él fumaron cigarrillos, comieron sánguches de salchichón primavera y escucharon el aunténtico AM y onda corta que la Tonomac proveía. Ya por las noches, el timbre tocaba y él se escondía. Las minitas no debían verlo con sus jeans simil nevados a causa de la pintura y la cabeza albina de tanto lijar.
Perfumes franceses, el aroma de los trajes de etiqueta, el de los zapatos de cuero italiano, el de los aviones, y el de una fina novia rubia le hicieron olvidar aquella historia.
Sin embargo, no fue hasta hace unos días que recordó todo, cuando el capataz de pintores de su nueva casa, abrió un envase que contenía dos litros de tinner.