Por más que tuviera un auto él preferiría ir en colectivo, porque ahí hay aventura, porque es el más íntimo de los lugares masivos. Cada mueca de la gente la representa tal cual es, sea hablando, o con el sublime momento de paz que se vive al mirar ciegamente por la ventanilla.
La parada da justo a un kiosko, donde compra un atado de cigarrillos, pero de 10.
Camina unas pocas cuadras y fuma. Mira a las más jovencitas, “ésta está buena”, “ésta no”.
Desvía en la vereda y entra al importante edificio en el que se encuentran los más importantes Holdings de abogados de la región. El portero (de corbata) lo saluda con solemnidad y hasta le llama el ascensor.
Llega a la redacción y alguien lo espera, alguien de mucho poder que esta vez está sumiso ante el contrapoder que tiene un diario de papel.
Escribe la nota apurado. De vuelta en la calle la casa de gobierno lo espera. Lo conocen, entra, pone el grabador cerca del que ocupa el histórico sillón. Cuando termina se acerca a la mesa trasera en la que un cóctel se reserva para ellos. Otro funcionario le otorga boletos de avión para un viaje al Calafate, todo pago, mientras devora los sanguchitos. Come todos los que puede, con fervor.
Vuelve a la redacción y un compañero le pude un pucho, y otro, otro. Enciende la computadora de última generación de su escritorio y tipea.
Llama a las fuentes, las locales, las del país, y también a las de afuera. Sus contactos son de los que influyen y en serio.
La gente que lo conoce lo felicita por la calle por la última nota escrita. Como nunca, desde que firma las notas cientos de mujeres lo adulan vía mail, y aquellas que conoce personalmente lo tildaron de “buen partido” aunque sin explicación lógica, él se les aleja.
Mira los diarios del mundo. Lee las notas de los periodistas estrella y sueña, con El Mundo, La Nación, New York Times.
Pasa el día entero. Tiene hambre. Termina su trabajo y camina hasta la parada. Pero no sube a la línea de colectivos que lo trajo. Toma otra. Llega hasta la zona de destino, camina dos cuadras, hace de tripas corazón y mira su pero reloj para constatar la fecha. Apenas día 15. Siempre, pero siempre, antes de poner un pie adentro, mete la mano en el bolsillo para ver cuanto dinero tiene. Y no tiene. Sólo cospeles de colectivo que se aseguró a principio de mes. Respira hondo y el saberse periodista en Tucumán, lo conmueve. Toma asiento en una mesa con el rostro inclinado. Una mujer se acerca con un plato de guiso. Él siente vergüenza, aún después de un año de asistir. La mujer lo mira, le sonríe, le frota el hombro y le dice “siempre será bienvenido en este comedor barrial”.
La parada da justo a un kiosko, donde compra un atado de cigarrillos, pero de 10.
Camina unas pocas cuadras y fuma. Mira a las más jovencitas, “ésta está buena”, “ésta no”.
Desvía en la vereda y entra al importante edificio en el que se encuentran los más importantes Holdings de abogados de la región. El portero (de corbata) lo saluda con solemnidad y hasta le llama el ascensor.
Llega a la redacción y alguien lo espera, alguien de mucho poder que esta vez está sumiso ante el contrapoder que tiene un diario de papel.
Escribe la nota apurado. De vuelta en la calle la casa de gobierno lo espera. Lo conocen, entra, pone el grabador cerca del que ocupa el histórico sillón. Cuando termina se acerca a la mesa trasera en la que un cóctel se reserva para ellos. Otro funcionario le otorga boletos de avión para un viaje al Calafate, todo pago, mientras devora los sanguchitos. Come todos los que puede, con fervor.
Vuelve a la redacción y un compañero le pude un pucho, y otro, otro. Enciende la computadora de última generación de su escritorio y tipea.
Llama a las fuentes, las locales, las del país, y también a las de afuera. Sus contactos son de los que influyen y en serio.
La gente que lo conoce lo felicita por la calle por la última nota escrita. Como nunca, desde que firma las notas cientos de mujeres lo adulan vía mail, y aquellas que conoce personalmente lo tildaron de “buen partido” aunque sin explicación lógica, él se les aleja.
Mira los diarios del mundo. Lee las notas de los periodistas estrella y sueña, con El Mundo, La Nación, New York Times.
Pasa el día entero. Tiene hambre. Termina su trabajo y camina hasta la parada. Pero no sube a la línea de colectivos que lo trajo. Toma otra. Llega hasta la zona de destino, camina dos cuadras, hace de tripas corazón y mira su pero reloj para constatar la fecha. Apenas día 15. Siempre, pero siempre, antes de poner un pie adentro, mete la mano en el bolsillo para ver cuanto dinero tiene. Y no tiene. Sólo cospeles de colectivo que se aseguró a principio de mes. Respira hondo y el saberse periodista en Tucumán, lo conmueve. Toma asiento en una mesa con el rostro inclinado. Una mujer se acerca con un plato de guiso. Él siente vergüenza, aún después de un año de asistir. La mujer lo mira, le sonríe, le frota el hombro y le dice “siempre será bienvenido en este comedor barrial”.