El desentierro
Llegando está el carnaval quebradeño, mi cholita”. No, no es sólo un verso más. Tampoco una de las canciones del imaginario popular argentino. Se trata de un anuncio, una advertencia y acaso una amenaza.
Sí, es el viernes 20 de febrero y la terminal del Municipio de Humahuaca, tierra heroica de nuestro Ejército del Norte, huele a valijas. Llegaron desde todo el país a “carnavalear”.
Frente a la plaza principal, el colosal Monumento alberga a miles (tal vez dos millares) en “La noche de los instrumentistas”, la fiesta (concierto al aire libre) que precede al “Desentierro del carnaval” llamado también, “Desentierro del diablo”.
En el escenario tocan músicos y los carnavalitos, las sayas, y otros ritmos telúricos y frente a él, los miles bailan. Los hay quebradeños, de las provincias todas, y de diferentes países del mundo (es muy difícil encontrar alguien sin sonreír).
La fiesta se termina no más allá de las 2 de la madrugada: es que mañana hay que “desenterrar”.
Los desentierros están a cargo de las diferentes comparsas. Cada uno hace su propio ritual y pueden ir cuantos quieran. Los integrantes y organizadores se encargan de convocar.
Durante la mañana ya del sábado, las primeras caras pasean por la calle colgando de las orejas un pequeño ramito de albaca que indica soltería.
A las 15 del sábado, comienzan a llegar los primeros al “mojón”, un agrupamiento conoidal de piedras que indica el lugar del desentierro que en este caso se estableció en medio del monte, a la orilla del río. El mojón tiene carácter de altar de ofrenda. El pozo es la Pachamama en sí.
Desde muy temprano, el pozo en su adentro contiene incienso que “sahuma” (purifica).
Unos metros más allá, es el punto de reunión y lo marca el olor a asado ya apostado en varias parrillas que sostienen carne para unas 150 personas.
Allí, preparan un tacho plástico de unos 80 litros de saratoga (vino blanco, limón y la maceración de diferentes frutas y canela).
Algunos pocos que llegan, bajo un árbol comienzan a guitarrear.
Para llegar a ese lugar en medio de la selva, las comadres de la comparsa, marcaron el camino con serpentinas.
Los más bienvenidos son los que traen instrumentos, y de a poco se comienzan a orquestar tocando canciones al unísono. Guitarras, bombos, quenas, samponias y sikus son los que hacen el sonido.
Cada vez llega más gente y una de las integrantes de la comparsa advierte que ya es momento de bailar. La indicación, marca el punto en que las mujeres toman una bolsa de harina o talco, o los dos productos mezclados, se acercan a los hombres y pintan su rostro. Debe pedirse permiso al varón. Éste cierra sus ojos, y la moza debe pintarle la cara acariciándolo con las dos manos y le cuelgan serpentinas.
Mariano Chapur, es organizador del rito. Tiene unos 35 años, los rasgos característicos del lugar y el porte de un líder, en este caso espiritual. “Este es el momento previo al tiempo de reflexión que marca la Cuaresma”, dice y toma saratoga. “Acá hacemos la fiesta para agradecerle a la Pachamama la cosecha, la salud, y todo lo que nos regala y le pedimos por el año que viene”, explica y uno de los carnavaleros lo amenaza dándole una botella descartable cortada al medio con más de un litro de vino. “Secá”, le ordena. La exigencia quiere decir que debe hacer un “fondo blanco” y al finalizar debe dar vuelta el vaso sin que caiga una sola gota. Si esta cae, debe beber otro vaso y otro y otro, hasta que no salga una sola gota.
Ya son más de cien; ya son más de la siete de la tarde. El “desentierro” no debe hacerse hasta que no se ha bebido y comido todo. Ya lo hicieron, por lo tanto, todo el mundo al mojón.
Hay un pozo tapado por un poncho al que nos advierten que no debemos fotografiar por respeto. Dentro del pozo, se “sahuma” el mojón con incienso y se pide a “la Pacha” por todo lo que nos dio y por las herejías cometidas hacia ella. Mariano pone énfasis en la contaminación, y el mal trato que los hombres le dan.
El poncho se quita y el pozo queda a cielo abierto. “¡Sigan tocando carajo! ¡Sigan tomando!” grita. Las mujeres arrojan las serpentinas con cuidadoso detalle, otros clavan cigarrillos encendidos en un montón de arena. Esos cigarrillos deben prenderse sin aspirar el humo, pues todo el humo es para Pacha.
Una ronda gigante se forma alrededor del pozo, todos abrazados, sin importar si se han conocido. Las chicas miran a los chicos. Los chicos hacen lo propio, el amor está cerca. La música no para.
Las copleras, en este caso, hermosas jóvenes humahuaqueñas, comienzan a cantar. “Hoy comienza el carnaval, no me hablen de casamiento”, improvisan y una especie de sapucay (grito extremo de júbilo) corta el aire.
“Venga rompe corazón, solterito para amar; la albaca el bombo y la chica serán gualicho pal carnaval”, contestan los hombres.
Muchos lloran. Mariano pide silencio. “Vamos a dar comienzo al desentierro. Los que vienen por primera vez no hablen. Vamos a dar de tomar a la Pacha”, anuncia y vacía botellas de diferentes bebidas con alcohol. Ruega que el carnaval sea “lindo” y que “nos vaya bien todo el año. En el trabajo, en la salud, en el estudio pero sobre todo le pedimos alegría”. Todos deben sacarse el sombrero. Mariano pide los instrumentos y “chaya” los instrumentos, que es el ofrecimiento de cada uno para la Pacha, al servicio de ella y el carnaval.
Se ofrenda en el pozo todo tipo de bebidas alcohólicas no sin antes bañarlo de agua bendita. “La agüita para la Pacha. Que nos ayuda a vivir y a crecer”, exhorta Mariano. Luego se le regala hojas de coca. Más tarde alcohol puro, “alcoholcito que nos sana nos desinfecta. Ahora vinito, que nos macha, nos alegra, nos enfiesta en todo el carnaval, que está con nosotros cuando estamos mal y cuando estamos bien”.
Los que observan por primera vez, lloran, hasta este cronista. Se pide por el mundo, por los que no están.
Se deja caer una damajuana, y su rotura en el piso es el anuncio oficial, la “voz de ahura” que da el pie a que los músicos comiencen a tocar.
Los músicos toman sus instrumentos chayados, y gritos de júbilo erizan la piel.
Todos danzan alrededor del mojón, más o menos por media hora hasta que el sol se pone. La comparsa se forma en la calle para bajar al pueblo. La formación consiste en los músicos delante, las copleras detrás, luego las mujeres en general y detrás los hombres.
La fiesta llega a conmover. Los gritos de alegría, las coplas y la fiesta es una pandemia.
La caravana va hasta el pueblo, y en una plaza continúa festejando, nueve días, nueve noches.
Sí, este cronista desea terminar esta crónica, porque si en Brasil todo es alegría, aquí todo es felicidad, humildad, rusticidad. En el marco de un territorio patrimonial de los hombres, en una de las ciudades más pintorescas y conocidas del mundo. Además, entre nosotros, la nota debe concluirse ahora mismo. El lector sabrá entender: el vino, la chicha, es carnaval en Humahuaca...
El entierro (nueve días después)
Cae la damajuana al suelo, se rompe con estrépito y los gritos de júbilo estremecen hasta el hombre de acero.
La caravana de sábado de carnaval avanza por las calles humahuaqueñas a canto unísono: la comparsa Rompecorazones a copado la ciudad.
Son jóvenes. Los miembros oficiales son humahuaqueños; los músicos cuantos quieran, de donde se quiera. Bombos, sikus, guitarras y quenas dan música a las coplas que hablan de amor, de un “este carnaval me voy con otra mujer” de los hombres y la contestación de las mujeres que sentencia, “por lo que queda de madrugada no quiero ser tu mujer”.
Así, la comparsa llega al punto de encuentro, y el festejo continúa. Mariano Chapur pide silencio e informa que esa noche hay dos “invitaciones” que consisten en la recepción de todas las almas que participan del la feliz procesión.
Se trata de casas de familia que esperan a la comparsa con comida y bebida. Las puertas del hogar se decoran con serpentinas, y la familia entera los espera en la vereda. Una vez llegada al lugar, todos cantan y las familias “chayan” a hombres y mujeres. Se trata de entalcar o enharinar su rostro, cabeza y regalarles un collar de serpentinas.
La comparsa ingresa a la casa y en ella espera varias ollas populares llenas de vino y otras bebidas. Los recipientes están también decorados con serpentinas, aunque en una de las casas a una de las ollas las decoraron con rosas.
Los anfitriones dan la bienvenida en un acto casi protocolar y finalmente se chayan ollas, y también a todos los presentes, en este caso con vino o agitando una botella de cerveza como lo hace un piloto ganador de carreras de autos.
No, los solteros no han dejado caer su ramito de albaca colgado en su oreja derecha indicando su soltería.
“No he visto cosa más impresionante en el mundo entero. Se bebe como en ningún lado”, dice Sandra Tamir, una española de 35 años. “Y además no puedes no enamorarte”, dice Jean, un francés que desde hace 3 años no deja de venir al carnaval. “El baile de la chacarera y la zamba son tímidamente sensuales. Decir ‘te quiero’ con un pañuelo, es lo más sensual que he visto”, agrega.
La comparsa Rompecorazones tiene 12 años de fundación, y se caracteriza por la integración de hombres y mujeres de todo el país y de todas las latitudes terrestres. Otras, como la de la “Juventud Alegre”, y “Los Picaflores”, tienen más de ocho décadas y su comparsa se musicaliza básicamente por una banda de vientos y cada marcha por la ciudad se extiende por unas tres cuadras de gente.
Aunque Rompecorazones no los tiene, las comparsas tradicionales están integradas por “diablos”. Estos son habitantes de Humahuaca que usan un disfraz enmascarado durante los nueve días y las nueve noches y nadie, pero absolutamente nadie puede saber su identidad, salvo, claro está, los que habitan en su hogar, sin embargo, hay algunos que no develaron su rostro de carne ni siquiera a los suyos. Éstos, cuando se comunican, lo hacen con un grito desgarrado con el fin de, en primer lugar, representar a Lucifer, y también no hacer oír su voz para no ser reconocidos.
Una de las mañanas del carnaval, las obligaciones llevaron a este cronista al correo de Humahuaca justo en el día en el que se pagaba a los beneficiaros del “Plan Jefas y Jefes de Hogar” y un diablo “machao” estaba en la cola esperando su beneficio. Éste nunca se quitó su careta, pero además no quería mostrar su DNI al cajero. La discusión continuó por unos minutos y el disfrazado nunca dejó de hablar como su condición de representante lo obligaba.
Beben todo el carnaval. Duermen por unas horas en cual lugar les ofrezca horizontalidad, se despiertan y vuelven a beber y a cantar. El último día del carnaval, éstos recorren las calles “llorando” la partida del carnaval. “Ay, porque te vas carnaval”, gritan de tal manera que se los escucha por toda la ciudad.
Cada uno de los días de jolgorio, Rompecorazones tiene no menos de dos “invitaciones”. Se reúnen en una plaza. Los rostros de todos dejan ver una resaca bestial, y sin embargo ya comienzan a tomar cerveza, en ayunas, puesto que la invitación que se viene, ofrece locro.
Los músicos tocan desde el mediodía hasta la madrugada sin parar y todos bailan ritmos folklóricos alegres. Ya hay besos. Algunas parejas fijas desde hace unos días, y otras, más liberales, tuvieron amores con diferentes festejantes, durante los nueve días.
Según la médica humahuaqueña Susana Vega, el promedio de vida de los quebradeños oscila en los 40 años. La cirrosis, la hepatitis, las úlceras estomacales e intestinales son la principal causa de muerte.
Cuanto más se acerca el final del carnaval, las invitaciones aumentan en poder alcohólicos.
En la última casa, se ofrece asado. Una olla de unos 80 litros contiene saratoga, y uno de los dueños de casa ofrece cuba libre en un vaso pequeño que se debe secar. Luego se ofrece chicha, el no beberla es desprecio, y finalmente hay vino.
Una vez que se termina con toda la comida y bebida, se avanza hasta otra invitación en la que además hay un paredón de “fusilamiento”. Éste tiene que ver con la ingestión de bebidas blancas a “fondo blanco”. Son 19 vasos, son 19 licores.
La noche se acerca y el carnaval debe enterrarse. Pero pasó algo que crispa a todos. A uno de los que conforman la procesión le han robado en medio del baile una campera y su cámara fotográfica.
Se ha ido, con bronca. No asistirá a la ceremonia del entierro. La comparsa sí lo hace, en la avanzada callejera más enérgica de todos los días.
El mojón se rodea junto al pozo que representa a Pachamama. Se le agradece por el carnaval, y el presidente da la palabra a quien quiera agradecer, pedir y prometer. Muchos rememoran a los suyos, presentes en este mundo y no, y ya muchos dieron paso al torrente imparable de las lágrimas. No, no hay fotos del rito porque está prohibido.
Alguien se acerca a uno de los congregados y le pregunta “¿esta campera y esta cámara no es de tu amigo?”. “¡Si!”, responde, y grita a todo pulmón un “gracias pachita”. La situación, aumenta el nivel de las lágrimas.
Un poco de alcohol, coca y tabaco, se vierten en el pozo, y también las serpentinas colgadas en los cuellos presentes. “Hasta el año que viene. Gracias a todos”, se despide Chapur.
En silencio y respeto, los presentes dejan el lugar.
La vivencia es profundamente espiritual. Los que se regalaron amor se despiden, y los que etilizaron el hígado, ya emprenden su marcha al hogar, el carnaval se ha terminado y el perfume de albaca ya se disuelve.
Humahuaca a los dos días siguientes tiene feriado; para recuperación. La ciudad el lunes primero de marzo, es quietud, y sonido de pájaros, y recibe al sol ya sola, desierta, fantasma, dejándose sumergir en un infinito mar de sueños, de sueños de carnaval.