Encendió la luz y supo que ya no podría dormir. Justo al lado del interruptor del velador, frente a su rostro, una figura en el portarretratos lo asechaba. La imagen no tenía carácter de una persona fotografiada, sino la de un fantasma, y paradójicamente no podía dejar de observarla. Era la fotografía de la mujer que amaba y con la que hacía unos días había roto una relación.
El retrato la mostraba en un primer plano. Sonriente miraba a la cámara, ataviada de rojo, insinuando su busto. Su cabello castaño y ondulado caía por sus hombros, cascada sutil de arroyo. En sus ojos se dejaba notar una veta de soledad pretérita y a la vez contemporánea.
Él miraba aquella fotografía en medio de la madrugada, ornamentada de silencio. Concluyó que era el fantasma de aquella mujer, y el título de espectro lo adjudicaba el hecho de que a pesar de ya no ser vidas paralelas, él nunca pudo deshacerse de aquella fotografía, y mucho menos mudarla de su mesa de luz.
Siempre estará allí, de frente a la cama y frente a la puerta de la habitación. Cada vez que abriera la puerta lo recibiría la imagen y cada vez que encendiera la luz surgiría el ánima sonriente, cargada de recuerdos, poderosa y soberbiamente intrasladable e intocable.
Contemplaba el retrato de aquella mujer y sentía el frío que no aporta el invierno. El corazón se hacía audible y un zumbido en los oídos representaban los ayes de aquel fantasma. Su respiración se hacía profunda y todo era una tenebrosa quietud insostenible.
Se sobresaltó de un susto cuando algo se precipitó en su pecho y al observarse el pijama constató que se trataba de una lágrima; una lágrima que no sintió rodar en su rostro; una lágrima que no advirtió cargada en sus pupilas.
La fotografía en el retrato lo hipnotizaba hundiéndolo en un abismo de recuerdos de momentos negativos, de imágenes de tensión, de discordia, de separación, de desidia provocada. la instantanea parecía mover su boca y decir “no quiero que sigamos” “ya no estoy enamorada” “somos distintos” y los ayes ahora venían desde adentro de aquel hombre que empezaba a metamorfosearse también en un espíritu de la noche.
Temblaba y quería apagar la luz, pero no podía moverse. No podía quitar sus ojos del portarretratos que cargaba con la figura de la soledad disfrazada de la mujer que amaba. La sonrisa de aquella mujer era la burla misma del desamparo, y su cuerpo representaba la tortura de la inmensidad de su cama, ahora convertida en pampa.
Cerró sus ojos y súbitamente se acostó de espaldas al marco, pero era inútil, la imagen se proyectaba en su mente y al abrir los ojos ésta se estampaba en la pared de junto a la cama, justo el lugar donde a ella le gustaba hacer el amor.
Allí se encontraba. Terriblemente estremecido, impotente y vulnerable a cualquier ataque. Anhelaba el amanecer pero el reloj parecía álgido.
Ella le regaló esa fotografía días antes de que una madrugada de invierno partiera conmovida de dolor por haber descubierto la basura, debajo de la alfombra.
El retrato la mostraba en un primer plano. Sonriente miraba a la cámara, ataviada de rojo, insinuando su busto. Su cabello castaño y ondulado caía por sus hombros, cascada sutil de arroyo. En sus ojos se dejaba notar una veta de soledad pretérita y a la vez contemporánea.
Él miraba aquella fotografía en medio de la madrugada, ornamentada de silencio. Concluyó que era el fantasma de aquella mujer, y el título de espectro lo adjudicaba el hecho de que a pesar de ya no ser vidas paralelas, él nunca pudo deshacerse de aquella fotografía, y mucho menos mudarla de su mesa de luz.
Siempre estará allí, de frente a la cama y frente a la puerta de la habitación. Cada vez que abriera la puerta lo recibiría la imagen y cada vez que encendiera la luz surgiría el ánima sonriente, cargada de recuerdos, poderosa y soberbiamente intrasladable e intocable.
Contemplaba el retrato de aquella mujer y sentía el frío que no aporta el invierno. El corazón se hacía audible y un zumbido en los oídos representaban los ayes de aquel fantasma. Su respiración se hacía profunda y todo era una tenebrosa quietud insostenible.
Se sobresaltó de un susto cuando algo se precipitó en su pecho y al observarse el pijama constató que se trataba de una lágrima; una lágrima que no sintió rodar en su rostro; una lágrima que no advirtió cargada en sus pupilas.
La fotografía en el retrato lo hipnotizaba hundiéndolo en un abismo de recuerdos de momentos negativos, de imágenes de tensión, de discordia, de separación, de desidia provocada. la instantanea parecía mover su boca y decir “no quiero que sigamos” “ya no estoy enamorada” “somos distintos” y los ayes ahora venían desde adentro de aquel hombre que empezaba a metamorfosearse también en un espíritu de la noche.
Temblaba y quería apagar la luz, pero no podía moverse. No podía quitar sus ojos del portarretratos que cargaba con la figura de la soledad disfrazada de la mujer que amaba. La sonrisa de aquella mujer era la burla misma del desamparo, y su cuerpo representaba la tortura de la inmensidad de su cama, ahora convertida en pampa.
Cerró sus ojos y súbitamente se acostó de espaldas al marco, pero era inútil, la imagen se proyectaba en su mente y al abrir los ojos ésta se estampaba en la pared de junto a la cama, justo el lugar donde a ella le gustaba hacer el amor.
Allí se encontraba. Terriblemente estremecido, impotente y vulnerable a cualquier ataque. Anhelaba el amanecer pero el reloj parecía álgido.
Ella le regaló esa fotografía días antes de que una madrugada de invierno partiera conmovida de dolor por haber descubierto la basura, debajo de la alfombra.
3 comentarios:
La ruptura de una relación amorosa,es causa de la presencia de muchas "basuritas" que se esconden bajo la alfombra.
Cuando se "descubren" esas basuritas toman existencia y aplastan el "cálido" amor, aun a pesar de que muchas veces ardieran juntos sobre la misma alfombra donde se esconden esos residuos que como la piel que se cambia, dejamos los seres humanos...
Me gustó pero... tiene algo de autobiográfico?? esperemos que no...
Besos
Ta bueno el cuento Juan, me gustó. Che, está muy lindo tu blog. Beso.
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