Fragmento de "El héroe sin nombre" de Rodolfo Rabanal.
“Aquello que más me atraía, y que sigue atrayéndome, es ella y la red tejida por ella a mi alrededor. Lo que más me repugna es la situación general que enmarca nuestras vidas y mi propia debilidad, mi propia licencia, mi propia proclividad a la sumisión “mimética” donde destaca, como una espina, mi incapacidad para llevar adelante un proyecto que tanto anhelé hasta hace apenas treinta días.
¿Es posible que lleguemos a sentirnos ahítos, atiborrados de amor? (he decidido utilizar la temible palabra, después de todo, aunque con todas las reservas del mundo). ¿Es natural que la constante e íntima presencia de la persona más deseada nos empache de ella misma sin que por eso deseemos perderla? ¿Es inevitable que la completud erótica desplace, elimine, o –en el mejor de los casos- postergue todo proyecto, toda tarea, toda ambición que no esté íntimamente relacionada con esa completud? Naturalmente, ha de ser por eso que toda organización humana se apoya en la existencia de leyes, límites, prohibiciones, símbolos. Qué espanto. Nada parece ser menos correcto e innecesario, para el desarrollo de la voluntad constructiva y organizadora, que el encantamiento mutuo de los cuerpos.
Días completos (no exactamente, yo debía arrastrarme hasta la oficina y ella debía arrastrarse hasta sus pacientes al límite fijado por su horario). Días completos, de todos modos, días sucesivos, perfectamente encadenados a la repetición innovadora de “lo nuestro”. Durante días enteros viví en su cueva, examinando sus hendiduras, explorándola toda, sondeando como un buzo en las aguas profundas olvidadas del sol. Yo fluía dentro de ella, me vertía. Ella me alimentaba como a un niño como a un niño de pecho. Comíamos en la cama, en el piso, sobre la mesa, a cualquier hora. Una noche soñé que me depuraba hasta desaparecer. Una tarde nos disgustamos hasta trenzarnos en una pelea quizá un poco más dura, un poco deliberadamente “teatral”. La insulté y me insultó, la tomé de los pelos y la eché bruscamente encima de la cama. Me resulta imposible recordar el motivo de la gresca, sólo sé que después –aún en medio de cierta violencia, también un poco “teatral”- la posesión fue perfecta como nunca lo había sido antes, o así me pareció.”
¿Es posible que lleguemos a sentirnos ahítos, atiborrados de amor? (he decidido utilizar la temible palabra, después de todo, aunque con todas las reservas del mundo). ¿Es natural que la constante e íntima presencia de la persona más deseada nos empache de ella misma sin que por eso deseemos perderla? ¿Es inevitable que la completud erótica desplace, elimine, o –en el mejor de los casos- postergue todo proyecto, toda tarea, toda ambición que no esté íntimamente relacionada con esa completud? Naturalmente, ha de ser por eso que toda organización humana se apoya en la existencia de leyes, límites, prohibiciones, símbolos. Qué espanto. Nada parece ser menos correcto e innecesario, para el desarrollo de la voluntad constructiva y organizadora, que el encantamiento mutuo de los cuerpos.
Días completos (no exactamente, yo debía arrastrarme hasta la oficina y ella debía arrastrarse hasta sus pacientes al límite fijado por su horario). Días completos, de todos modos, días sucesivos, perfectamente encadenados a la repetición innovadora de “lo nuestro”. Durante días enteros viví en su cueva, examinando sus hendiduras, explorándola toda, sondeando como un buzo en las aguas profundas olvidadas del sol. Yo fluía dentro de ella, me vertía. Ella me alimentaba como a un niño como a un niño de pecho. Comíamos en la cama, en el piso, sobre la mesa, a cualquier hora. Una noche soñé que me depuraba hasta desaparecer. Una tarde nos disgustamos hasta trenzarnos en una pelea quizá un poco más dura, un poco deliberadamente “teatral”. La insulté y me insultó, la tomé de los pelos y la eché bruscamente encima de la cama. Me resulta imposible recordar el motivo de la gresca, sólo sé que después –aún en medio de cierta violencia, también un poco “teatral”- la posesión fue perfecta como nunca lo había sido antes, o así me pareció.”
6 comentarios:
que buen fragmento este. la palabra que no se quiere decir, y el sentimiento de preguntarse si sera posible sentirse atiborrados sin perder lo que ya se tiene. los dias enteros de comer donde sea. la pelea. la reconciliacion. todo. gracias x el regalo
"Lo que más me repugna es la situación general que enmarca nuestras vidas y mi propia debilidad"... excelente eso... supongo que ahora tendré que comprar el libro, me gusto mucho!
Me encantó este texto, no lo conocía.
Muy buena selección.
hola señor. hoy paso por acá simplemente para contarle que tiene un premio para retirar en mi blog. La burocracia correspondiente corre por su parte.
beso
brillantina
Me gustó mucho este fragmento, concuerdo en casi todo. Lo dice tan fácil y se entiende tan bien que parece imposible no estar de acuerdo.
Un abrazo Juanpi
Increíble. Sin palabras.
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