Teníamos la esperanza de un bien que siempre triunfaba. Los dibujitos animados de los superhéroes así aseguraban. No había Skeletor, Moon-Ra o Guasón que resulte exitoso. Pero prevalecían. Nunca se terminaban de morir o por lo menos encerrados en cana, y si lo hacían, salía otro hijo de puta peor.
La vida giraba en torno a juguetes, a disfraces, a la camiseta de algún equipo. Un mundo hermoso de fantasía. De tener algún elemento y dejar que la imaginación fluya, como quien deja una manguera de presión abierta y desparrama su agua por doquier. Pero la cosa era tener el objeto, un materialismo subliminal que la ternura de la niñez tapa. Los que no tuvimos el juguete, mirábamos desde el cordón de enfrente cómo jugaban los otros, resignándonos a la pelota de trapo.
El amor no dolía ni lastimaba. Era simplemente el mirar y “presumir”. Decir “te quiero” estaba vedado a la oralidad y circunscrito únicamente a cartas en papel Rivadavia coloreada en crayones, lápices de colores, y, en el caso de los potentados, en fibras de tinta. Pero ya existía la indiferencia, el rechazo, las cartas rotas en el rostro por parte de la chica rubia de cintas con moño perfecto colgando del cabello. Esa, que izaba siempre la bandera, esa la que cuando no era escolta era abanderada.
El "fulbito" se jugaba en el asfalto y a los costados una tribuna mayor que la del Estadio Azteca vitoreaba el nombre de la futura estrella que de vez en cuando arremetía sobre el arco de palos de ladrillo, remeras o mochilas, un gol al ángulo imaginario. Pero ya existía la competencia. El que peorcito se desempeñaba iba al arco y no lo dejaban jugar nunca; el último elegido del "pan y queso".
Los valores eran distintos: todo se arreglaba a las piñas a la salida del colegio. Y una nariz sangrante era orgullo del agresor, el aplauso y el respeto del ganador ahora convertido en el púgil de los grados. Aquel que yacía sobre el suelo barroso, con el delantal manchado caía a la vez en el oprobio popular para luego ser castigado por volver tan sucio del colegio.
Quién tenía la mejor pelota, la bicicleta más cara, el baúl de los juguetes más lleno. Quién se compraba más golosinas en el recreo.
No, no eran tiempos tan distintos a los de ahora.
7 comentarios:
mati mati mati mira quien volvio
Ah bueno....y yo pensaba que las niñas eramos las competitivas!!
Gracias por la visita!!
sin dudas siempre me dejas pensando... siempre me gusta como escribis, siempre te tenemos presente con una compa del laburo con la que comentamos tus entradas mientras tipiamos...
Gracias.
Sa.
Huy... que viaje!! Me lelvaste a mis mas tiernos años...
Gracias!
Y tenes razon, ahora todo es diferente...
BEsos.-
De esos recuerdos inmortales.
De cuando en cuando,me gusta ir a las salas de los niños pequeños en mi colegio, y recordar lo que fuimos y somos.
Un saludos! =)
Aveces eso de que un@ aprende todo lo que necesita saber de la vida en el kinder parece tener mucho sentido... a veces...
Muchos saludos!!
Extraño los moños perfectos que juntaban en dos trenzitas a mis rulos.
Extraño la impermeabilidad al amor que tenía en esa época.
Extraño la infancia, ahora que tengo un corazón roto, los rulos indomables y una mayoría de edad que me pesa.
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