Se exaltó abruptamente en la cama y de madrugada. Gritó fuerte. Tomó un almohadón y lo llevó a su boca para morderlo con fuerza. El dolor era indescriptible. Y era la primera vez que lo sintió.
Ya no pudo dormir más. Dio vueltas y vueltas entre las sábanas que plasmaban las huellas de su secreción. No tomó ningún medicamento porque no sabía qué tomar para ese tipo de patologías.
Las horas no pasaban más y anhelaba el momento del amanecer para acudir un médico. Pero las horas no pasaban. No comprendía lo que le estaba pasando. No lo asimilaba. Apenas podía levantarse de la cama. Su piel arrugada y flácida no eran pruebas que le hagan reconocer que ya era viejo y además decrépito. Por un instante pensó que se trataba de una especie de castigo y lloró por el dolor, pero sin hacer mucho ruido: nadie debía escuchar un llanto de su parte, eso sería una humillación, y la demolición de su impronta y de sus principios.
El dolor cedió finalmente pero él persistía en su llanto hasta que se durmió como duermen los bebés después de un largo llanto.
Por la mañana, llamó a su médico de cabecera. “Eso es problema de próstata. Tiene que irse ya a un proctólogo para que lo revise”, le dijo el doctor y el hombre palideció. Había escuchado de los proctólogos y sus pacientes y eso del “tracto rectal”. Aunque no estaba de acuerdo, fue como por instinto. Iba a tratar de evitar cueste lo que cueste que el profesional le ponga un solo dedo encima, o bien, en este caso, adentro.
Llegó al consultorio y el doctor le hacía preguntas de índole historial. Le preguntó el nombre al paciente y cuando éste le respondió quedó helado. El médico disimuló y aplicó una sonrisa tratando de proyectar el mismo rostro que a los demás pacientes pero igual, se veía en el cierto diabolismo y una pizca de venganza.
Luego vino el clásico “qué me le anda pasando” y el paciente habló mientras miraba los dedos del doctor que había abierto su mano en toda su extensión sobre el escritorio mofándose de sus dedos que tenían el espesor de un vibrador.
“Por favor vaya atrás de ese biombo y desvístase”, ordenó. “No doctor, usted no entiende. Yo quiero que me medique y me mande a casa. No quiero que me meta sus dedos en mi ano”, explicó con voz temblorosa. “Mire, si no lo reviso y no hago un diagnóstico no lo puedo medicar, y menos mandarlo a casa”, le respondió. Sin embargo el paciente se cerró en su deber. El médico se levantó y llamó a unos guardias que lo habían llevado al consultorio. Habló con ellos en voz baja al punto que el paciente no escuchaba nada. Finalmente, el proctólogo entró con los guardias y le dijo “usted no es un paciente común aunque viva en su casa. Usted es un paciente del Servicio Penitenciario Federal y debe acatar las órdenes que se le dan. Sobre todo usted, que es un tipo que dio muchas órdenes. Así que si no quiere problemas vaya a ese biombo y quítese la ropa”. “¿Toda?”, le preguntó con la cabeza gacha. “Si, toda”, dijo el profesional mientras se calzaba los guantes de latex y guardaba en un cajón el pote de vaselina que decidió no utilizar.
El paciente se acercó a la camilla. Sus hombros permanecían encogidos. Su rostro inclinado. Su mirada presta para el llanto. Sus pechos parecían dos mitades de un limón en una bolsa de nylon colgante. Casi no tenía panza y se notaban a la perfección sus costillas mientras la piel del tórax se le derramaba por un costado.
Su pene, de tamaño medio, se movía como una gelatina y su color era violacio y del que colgaba un hilo de fluido.
La situación era extremadamente humillante para el paciente. Sentía ganas de llorar influida por su vejez que lo hacía vulnerable y así abochornado comenzó a entender que lo que le sucedía a su próstata era apenas el inicio de todo lo que vivía, supo en ese momento que se trataba de un castigo.
“Suba por favor a la camilla y póngase en cuatro patas”, pidió el médico. “Pero… ¿en cuatro patas?”, preguntó el paciente. “¡Que se suba le digo!”
Sobre la camilla entendió que prefería estar en una guillotina antes que en ese lugar. El médico de tras de él empezó a introducirle el dedo mayor para que cuando llegue a la mitad, doblarlo un poco y realizar el tracto. Sin embargo no lo hizo. Metió su dedo mayor en el recto del paciente hasta el fondo. El paciente cerró sus ojos del dolor y dejó salir una lágrima mientras escuchaba risas en su mente. Su imaginación lo llevó, en la misma postura a la Plaza de Mayo y se vió allí en cuatro patas, con un hombre que le mete un dedo en el culo rodeado de las Madres, de las Abuelas, y de multitudes.
Se vio por TV y en tapas de diarios y las risas cada vez eran más.
A todo esto el doctor revisó como debía al hombre sacó su dedo y le explicó que le haría otro tracto por precaución y volvió a penetrar a su paciente, pero esta vez con los dedos índice y mayor. Fue horrible. El paciente dio gritos y el médico los penetraba con fuerza hasta el fondo al punto de empujar ya con la fuerza de su brazo mientras mentalmente decía “tomá hijo de puta, tomá viejo puto, esta va por muchos que no están, la re concha de tu madre…”
“Vístase. Y deje de llorar que eso no es de hombre…” exhortó el proctólogo.
El paciente se acercó sin dejar de mirar el suelo, sin mirar a los guardias y sin mirar al médico se sentó. Se sintió como una adolescente violada delante de miles.
“Firme acá que esto es para la derivar el informe al ministerio de salud y al juzgado. me viene a ver una vez por semana. todo el año vamos a hacer este ejercicio”, le dijo el profesional.
El paciente tomó el bolígrafo y se pudo ver su temblor. Llevó su mano cerca del papel y justo el el lugar un momento donde debía plasmar su nombre dejó caer su cabeza en el escritorio y volvió a llorar pero esta vez a los gritos. “¡Que firme le dijo el doctor carajo!” le gritó uno de los policías y con su rostro humedo, los mocos chorreando y la boca babeante escribió: Jorge Rafael Videla.
domingo, abril 22, 2007
El paciente
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4 comentarios:
esto si se merece un "epa..."
muy bueno...!
saludos---
Fua! Me veía venir un final así...
Sin embargo voy a mostrarte una cara opinologa mia (?) que no suelo hacer púbilica dados mis estándares de discreción y recatamiento (?)
(eso fue un: no le digas a nadie que dije esto, perooo... )
¡¡Los hombres mueren por.. (pensá, Meru, una forma sutil de decirlo.. mm.. ehhh... "tener en cuatro" a una mujer (y todo lo que sigue después, no creo que se vayan a quedar mirándola nomás :P ), pero cuando son ellos los que tienen que "entregar" es un sacrilegio!!
¿te das cuentA? eh??
Impresionante cómo escribís.
Lástima que el castigo no alcance...
Qué fuerte!
Me llevaste por un laberinto escalofriante
Buen final
K
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