lunes, marzo 30, 2009

La promiscuidad como delito


Por Rodolfo Rabanal. Texto extraído de "El héroe sin nombre"
Contexto: Se encuentran en Trelew luego de que la amante del protagonista visitara a su hermano preso de los militares en la cárcel de máxima seguridad de Rawson. Año 1978, plena dictadura militar.
Luego de la visita al convicto, la pareja vuelve al hotel donde paran.

De regreso, pedimos que nos subieran la comida al cuarto. Fue una noche sin sueño, de “desvanecimientos” y fatigas, de palabras inventadas, de discursos intraducibles, impúdicos, estremecedoramente delicados y deliberadamente violentos. Ana María Rige ya no era la profesional detrás de sus pacientes en el mundo habitual del trabajo, de la simpatía estratégica y de la circunspección atenta del médico que escucha los rumores orgánicos de un enfermo, sino más bien una niña imaginativa y, al mismo tiempo, desmantelada, anhelante de afecto y protección, y una puta dispuesta a todos los atrevimientos concebibles. No se parecía a nadie que hubiera existido antes de aquella noche. Ni siquiera a ella misma.
Ahora, en cualquier momento de esta larga noche, podían echar la puerta abajo y arrastrarnos a punta de fusil hacia la oscuridad fría y ajena de Chubut. ¿No vivíamos en el país del peligro? ¿No estábamos acaso muy cerca de una ciudadela de dolor? Bastaría que alguien “del otro lado” decidiera asignarnos la comisión de un delito intolerable, por ejemplo el delito del goce, y entonces seríamos culpables y sobre nosotros caería la más grave de las sanciones imaginables. Además ¿qué importancia podría tener la asignación de una culpa específica? Eso apenas si importa, todos cargamos con alguna culpa no expiada y no bien los verdugos indagan un poco, esa culpa aparece como un brote enfermo. Y es la figuración aterradora de ese final de pesadilla que nos sirve, esta noche, de inesperado estímulo en la mecánica obsesiva de nuestro entrevero: agotemos ahora todas las posibilidades existentes porque quizá no haya un después.

lunes, marzo 23, 2009

Postulado


(Por Rodolfo Rabanal, texto extraído de "El héroe sin nombre)
El amor es, desde siempre, una suerte de garra llena de discursos inadecuados donde uno de los puntos más altos se sitúa en el capítulo dedicado al compromiso. Palabra esta última con aliento a severidad, palabra que limita y aprueba como si fuera un contrato comercial leonino. Quizás el problema resida, como fatalidad semántica, en el uso abusivo de una palabra que ha sido llevada, por ese mismo exceso, hasta los extremos de su significado, y entonces ya sea difícil encontrarle un sentido. Es posible que decir te amo, o la amo, o lo amo tenga hoy el valor ritual de “lo siento”, “buenos días” o “buena suerte”, meros engrudos de cortesía y buena voluntad. Probablemente, si uno no habla de amor, si uno elude la presión evocativa que el término contiene, quizá esté armado de verdad y sin “saberlo”, sin “proponérselo”. Paradójicamente, sería preciso entonces no nombrar al amor para que el amor exista. No lo nombremos.

viernes, marzo 20, 2009

Carácter


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

viernes, marzo 06, 2009

Llegando está el carnaval


El desentierro

Llegando está el carnaval quebradeño, mi cholita”. No, no es sólo un verso más. Tampoco una de las canciones del imaginario popular argentino. Se trata de un anuncio, una advertencia y acaso una amenaza.
Sí, es el viernes 20 de febrero y la terminal del Municipio de Humahuaca, tierra heroica de nuestro Ejército del Norte, huele a valijas. Llegaron desde todo el país a “carnavalear”.
Frente a la plaza principal, el colosal Monumento alberga a miles (tal vez dos millares) en “La noche de los instrumentistas”, la fiesta (concierto al aire libre) que precede al “Desentierro del carnaval” llamado también, “Desentierro del diablo”.
En el escenario tocan músicos y los carnavalitos, las sayas, y otros ritmos telúricos y frente a él, los miles bailan. Los hay quebradeños, de las provincias todas, y de diferentes países del mundo (es muy difícil encontrar alguien sin sonreír).
La fiesta se termina no más allá de las 2 de la madrugada: es que mañana hay que “desenterrar”.
Los desentierros están a cargo de las diferentes comparsas. Cada uno hace su propio ritual y pueden ir cuantos quieran. Los integrantes y organizadores se encargan de convocar.
Durante la mañana ya del sábado, las primeras caras pasean por la calle colgando de las orejas un pequeño ramito de albaca que indica soltería.
A las 15 del sábado, comienzan a llegar los primeros al “mojón”, un agrupamiento conoidal de piedras que indica el lugar del desentierro que en este caso se estableció en medio del monte, a la orilla del río. El mojón tiene carácter de altar de ofrenda. El pozo es la Pachamama en sí.
Desde muy temprano, el pozo en su adentro contiene incienso que “sahuma” (purifica).
Unos metros más allá, es el punto de reunión y lo marca el olor a asado ya apostado en varias parrillas que sostienen carne para unas 150 personas.
Allí, preparan un tacho plástico de unos 80 litros de saratoga (vino blanco, limón y la maceración de diferentes frutas y canela).
Algunos pocos que llegan, bajo un árbol comienzan a guitarrear.
Para llegar a ese lugar en medio de la selva, las comadres de la comparsa, marcaron el camino con serpentinas.
Los más bienvenidos son los que traen instrumentos, y de a poco se comienzan a orquestar tocando canciones al unísono. Guitarras, bombos, quenas, samponias y sikus son los que hacen el sonido.
Cada vez llega más gente y una de las integrantes de la comparsa advierte que ya es momento de bailar. La indicación, marca el punto en que las mujeres toman una bolsa de harina o talco, o los dos productos mezclados, se acercan a los hombres y pintan su rostro. Debe pedirse permiso al varón. Éste cierra sus ojos, y la moza debe pintarle la cara acariciándolo con las dos manos y le cuelgan serpentinas.
Mariano Chapur, es organizador del rito. Tiene unos 35 años, los rasgos característicos del lugar y el porte de un líder, en este caso espiritual. “Este es el momento previo al tiempo de reflexión que marca la Cuaresma”, dice y toma saratoga. “Acá hacemos la fiesta para agradecerle a la Pachamama la cosecha, la salud, y todo lo que nos regala y le pedimos por el año que viene”, explica y uno de los carnavaleros lo amenaza dándole una botella descartable cortada al medio con más de un litro de vino. “Secá”, le ordena. La exigencia quiere decir que debe hacer un “fondo blanco” y al finalizar debe dar vuelta el vaso sin que caiga una sola gota. Si esta cae, debe beber otro vaso y otro y otro, hasta que no salga una sola gota.
Ya son más de cien; ya son más de la siete de la tarde. El “desentierro” no debe hacerse hasta que no se ha bebido y comido todo. Ya lo hicieron, por lo tanto, todo el mundo al mojón.
Hay un pozo tapado por un poncho al que nos advierten que no debemos fotografiar por respeto. Dentro del pozo, se “sahuma” el mojón con incienso y se pide a “la Pacha” por todo lo que nos dio y por las herejías cometidas hacia ella. Mariano pone énfasis en la contaminación, y el mal trato que los hombres le dan.
El poncho se quita y el pozo queda a cielo abierto. “¡Sigan tocando carajo! ¡Sigan tomando!” grita. Las mujeres arrojan las serpentinas con cuidadoso detalle, otros clavan cigarrillos encendidos en un montón de arena. Esos cigarrillos deben prenderse sin aspirar el humo, pues todo el humo es para Pacha.
Una ronda gigante se forma alrededor del pozo, todos abrazados, sin importar si se han conocido. Las chicas miran a los chicos. Los chicos hacen lo propio, el amor está cerca. La música no para.
Las copleras, en este caso, hermosas jóvenes humahuaqueñas, comienzan a cantar. “Hoy comienza el carnaval, no me hablen de casamiento”, improvisan y una especie de sapucay (grito extremo de júbilo) corta el aire.
“Venga rompe corazón, solterito para amar; la albaca el bombo y la chica serán gualicho pal carnaval”, contestan los hombres.
Muchos lloran. Mariano pide silencio. “Vamos a dar comienzo al desentierro. Los que vienen por primera vez no hablen. Vamos a dar de tomar a la Pacha”, anuncia y vacía botellas de diferentes bebidas con alcohol. Ruega que el carnaval sea “lindo” y que “nos vaya bien todo el año. En el trabajo, en la salud, en el estudio pero sobre todo le pedimos alegría”. Todos deben sacarse el sombrero. Mariano pide los instrumentos y “chaya” los instrumentos, que es el ofrecimiento de cada uno para la Pacha, al servicio de ella y el carnaval.
Se ofrenda en el pozo todo tipo de bebidas alcohólicas no sin antes bañarlo de agua bendita. “La agüita para la Pacha. Que nos ayuda a vivir y a crecer”, exhorta Mariano. Luego se le regala hojas de coca. Más tarde alcohol puro, “alcoholcito que nos sana nos desinfecta. Ahora vinito, que nos macha, nos alegra, nos enfiesta en todo el carnaval, que está con nosotros cuando estamos mal y cuando estamos bien”.
Los que observan por primera vez, lloran, hasta este cronista. Se pide por el mundo, por los que no están.
Se deja caer una damajuana, y su rotura en el piso es el anuncio oficial, la “voz de ahura” que da el pie a que los músicos comiencen a tocar.
Los músicos toman sus instrumentos chayados, y gritos de júbilo erizan la piel.
Todos danzan alrededor del mojón, más o menos por media hora hasta que el sol se pone. La comparsa se forma en la calle para bajar al pueblo. La formación consiste en los músicos delante, las copleras detrás, luego las mujeres en general y detrás los hombres.
La fiesta llega a conmover. Los gritos de alegría, las coplas y la fiesta es una pandemia.
La caravana va hasta el pueblo, y en una plaza continúa festejando, nueve días, nueve noches.
Sí, este cronista desea terminar esta crónica, porque si en Brasil todo es alegría, aquí todo es felicidad, humildad, rusticidad. En el marco de un territorio patrimonial de los hombres, en una de las ciudades más pintorescas y conocidas del mundo. Además, entre nosotros, la nota debe concluirse ahora mismo. El lector sabrá entender: el vino, la chicha, es carnaval en Humahuaca...


El entierro (nueve días después)
Cae la damajuana al suelo, se rompe con estrépito y los gritos de júbilo estremecen hasta el hombre de acero.
La caravana de sábado de carnaval avanza por las calles humahuaqueñas a canto unísono: la comparsa Rompecorazones a copado la ciudad.
Son jóvenes. Los miembros oficiales son humahuaqueños; los músicos cuantos quieran, de donde se quiera. Bombos, sikus, guitarras y quenas dan música a las coplas que hablan de amor, de un “este carnaval me voy con otra mujer” de los hombres y la contestación de las mujeres que sentencia, “por lo que queda de madrugada no quiero ser tu mujer”.
Así, la comparsa llega al punto de encuentro, y el festejo continúa. Mariano Chapur pide silencio e informa que esa noche hay dos “invitaciones” que consisten en la recepción de todas las almas que participan del la feliz procesión.
Se trata de casas de familia que esperan a la comparsa con comida y bebida. Las puertas del hogar se decoran con serpentinas, y la familia entera los espera en la vereda. Una vez llegada al lugar, todos cantan y las familias “chayan” a hombres y mujeres. Se trata de entalcar o enharinar su rostro, cabeza y regalarles un collar de serpentinas.
La comparsa ingresa a la casa y en ella espera varias ollas populares llenas de vino y otras bebidas. Los recipientes están también decorados con serpentinas, aunque en una de las casas a una de las ollas las decoraron con rosas.
Los anfitriones dan la bienvenida en un acto casi protocolar y finalmente se chayan ollas, y también a todos los presentes, en este caso con vino o agitando una botella de cerveza como lo hace un piloto ganador de carreras de autos.
No, los solteros no han dejado caer su ramito de albaca colgado en su oreja derecha indicando su soltería.
“No he visto cosa más impresionante en el mundo entero. Se bebe como en ningún lado”, dice Sandra Tamir, una española de 35 años. “Y además no puedes no enamorarte”, dice Jean, un francés que desde hace 3 años no deja de venir al carnaval. “El baile de la chacarera y la zamba son tímidamente sensuales. Decir ‘te quiero’ con un pañuelo, es lo más sensual que he visto”, agrega.
La comparsa Rompecorazones tiene 12 años de fundación, y se caracteriza por la integración de hombres y mujeres de todo el país y de todas las latitudes terrestres. Otras, como la de la “Juventud Alegre”, y “Los Picaflores”, tienen más de ocho décadas y su comparsa se musicaliza básicamente por una banda de vientos y cada marcha por la ciudad se extiende por unas tres cuadras de gente.
Aunque Rompecorazones no los tiene, las comparsas tradicionales están integradas por “diablos”. Estos son habitantes de Humahuaca que usan un disfraz enmascarado durante los nueve días y las nueve noches y nadie, pero absolutamente nadie puede saber su identidad, salvo, claro está, los que habitan en su hogar, sin embargo, hay algunos que no develaron su rostro de carne ni siquiera a los suyos. Éstos, cuando se comunican, lo hacen con un grito desgarrado con el fin de, en primer lugar, representar a Lucifer, y también no hacer oír su voz para no ser reconocidos.
Una de las mañanas del carnaval, las obligaciones llevaron a este cronista al correo de Humahuaca justo en el día en el que se pagaba a los beneficiaros del “Plan Jefas y Jefes de Hogar” y un diablo “machao” estaba en la cola esperando su beneficio. Éste nunca se quitó su careta, pero además no quería mostrar su DNI al cajero. La discusión continuó por unos minutos y el disfrazado nunca dejó de hablar como su condición de representante lo obligaba.
Beben todo el carnaval. Duermen por unas horas en cual lugar les ofrezca horizontalidad, se despiertan y vuelven a beber y a cantar. El último día del carnaval, éstos recorren las calles “llorando” la partida del carnaval. “Ay, porque te vas carnaval”, gritan de tal manera que se los escucha por toda la ciudad.
Cada uno de los días de jolgorio, Rompecorazones tiene no menos de dos “invitaciones”. Se reúnen en una plaza. Los rostros de todos dejan ver una resaca bestial, y sin embargo ya comienzan a tomar cerveza, en ayunas, puesto que la invitación que se viene, ofrece locro.
Los músicos tocan desde el mediodía hasta la madrugada sin parar y todos bailan ritmos folklóricos alegres. Ya hay besos. Algunas parejas fijas desde hace unos días, y otras, más liberales, tuvieron amores con diferentes festejantes, durante los nueve días.
Según la médica humahuaqueña Susana Vega, el promedio de vida de los quebradeños oscila en los 40 años. La cirrosis, la hepatitis, las úlceras estomacales e intestinales son la principal causa de muerte.
Cuanto más se acerca el final del carnaval, las invitaciones aumentan en poder alcohólicos.
En la última casa, se ofrece asado. Una olla de unos 80 litros contiene saratoga, y uno de los dueños de casa ofrece cuba libre en un vaso pequeño que se debe secar. Luego se ofrece chicha, el no beberla es desprecio, y finalmente hay vino.
Una vez que se termina con toda la comida y bebida, se avanza hasta otra invitación en la que además hay un paredón de “fusilamiento”. Éste tiene que ver con la ingestión de bebidas blancas a “fondo blanco”. Son 19 vasos, son 19 licores.
La noche se acerca y el carnaval debe enterrarse. Pero pasó algo que crispa a todos. A uno de los que conforman la procesión le han robado en medio del baile una campera y su cámara fotográfica.
Se ha ido, con bronca. No asistirá a la ceremonia del entierro. La comparsa sí lo hace, en la avanzada callejera más enérgica de todos los días.
El mojón se rodea junto al pozo que representa a Pachamama. Se le agradece por el carnaval, y el presidente da la palabra a quien quiera agradecer, pedir y prometer. Muchos rememoran a los suyos, presentes en este mundo y no, y ya muchos dieron paso al torrente imparable de las lágrimas. No, no hay fotos del rito porque está prohibido.
Alguien se acerca a uno de los congregados y le pregunta “¿esta campera y esta cámara no es de tu amigo?”. “¡Si!”, responde, y grita a todo pulmón un “gracias pachita”. La situación, aumenta el nivel de las lágrimas.
Un poco de alcohol, coca y tabaco, se vierten en el pozo, y también las serpentinas colgadas en los cuellos presentes. “Hasta el año que viene. Gracias a todos”, se despide Chapur.
En silencio y respeto, los presentes dejan el lugar.
La vivencia es profundamente espiritual. Los que se regalaron amor se despiden, y los que etilizaron el hígado, ya emprenden su marcha al hogar, el carnaval se ha terminado y el perfume de albaca ya se disuelve.
Humahuaca a los dos días siguientes tiene feriado; para recuperación. La ciudad el lunes primero de marzo, es quietud, y sonido de pájaros, y recibe al sol ya sola, desierta, fantasma, dejándose sumergir en un infinito mar de sueños, de sueños de carnaval.