miércoles, septiembre 24, 2008

Bailar pegados es bailar



Tres hombres, tres mil trillones de células reproductivas, empujadas por el avance avasallador e inminente de la testosterona, activada por la cerveza, que enlatada con una capacidad de 350cc. en las manos del que ha caído al antro equivale al vasito del odontólogo.
Y se baila, como primate. Se relojea como búho buscando la coincidencia de contemplaciones. Cuando el encuentro se lleva a cabo, no se mira a la muchacha, se la escanea.
Tres hombres. Bailan. Gritan, hacen chistes. Carcajadas de camionero. Detrás, la progesterona en toda su efusión, moviendo lo que mueven los primates hembras aprovechando la luz negra para la acentuación curvilínea. Y la manifestación hormonal masculina, a esa altura ya es una revolución rusa. El zarismo ha caído. Rasputín no se hace cargo de las últimas dos sílabas de su apellido y quiere demostrar su virilidad.
Los muchachos buscaron la entrada perfecta, aunque se antecedieron ellas: pidieron foto. Recurso ambiguo: ¿pidieron solo con el ánimo de plasmar una instantánea o de conocer al grupo? No. Querían conocer al más lindo.
Pero la hormonidad de ellas es compatible a la de los muchachos y el grupo, pragmático, nada irasible y generoso de actitud, hizo parte abrió inscripción.
La noche llegaba al fin. El país enteró arengó el retorno triunfante del la canción “lenta” y la gitana dio con el gusto. Sonó el primero, los muchachos miraban, meta echarle carbón a la locomotora. Las chicas solo miraron el suelo.
Las células reproductivas, las hormonas y la revolución cayó en el precipicio cuando la advertencia cortó la pasividad de la melodía: “estamos todas de novias”.
Aún así, el pragmatismo hizo bandera, y para no ejercer el ejercicio humillante del derrotado cuyo estandarte de “poronga” se arrantra sobre la polvora de la guerra perdida, los muchachos allí se quedaron.
Sonó “Amazing”, “Presente”, y algunos dignas de un telo de $18. La imagen se proyectó sobre cuatro chicas y tres hombres en ronda moviendo sus cuerpos sin siquiera tocarse, aunque ese momento estaba premeditado para tacto y el intercambio de fluidos.
Cantando la canción con el gesto de quien está en el concierto del intérprete, en suma, este relato es el registro de En suma, cuatro pelotudos bailando lento pero solos.

lunes, septiembre 15, 2008

Un relato de cartón y un corazón de acero


Era de tarde cuando se ordena que en esta página se realice una “nota” acerca de los cartoneros. Su vida, las horas de trabajo, su paga, su recorrido, cada uno de los detalles que hacen cada vez más popular este trabajo.
Noche de miércoles. Se anuncia lluvia. A buscar cartoneros para la “nota”. Uno no quiere, otro, tampoco. A seguir buscando.
Peatonal Mendoza al 600 atestada de botellas de plástico apiladas y cajas de cartón. Con y alrededor de ellas, como hormigas, llevando y trayendo, los cartoneros.
“La nota”, no se hace, nadie quiere salir.
Muchacho junta cartón en la misma calle a la puerta de un local de regalos. “Hola”, dice el cronista, “hola”, contesta el muchacho.
Trabaja enérgicamente, en soledad, en silencio. Moreno, de ojos achinados y rostro tierno. Dedos gruesos, uñas gordas, mucha mugre en sus manos.
Mario Antonio Páez, dice llamarse, 25 años, en pareja; una hija de un año y medio, y otra recién nacida.
Por lo general, cuando se realizan estas “notas” se acercan chicos de la calle u otros cartoneros a hacer chistes o bromas, y las notas son distendidas, esta noche eso no sucede. Nada interrumpió la charla entre el cronista y entrevistado.
Pero Mario habló, y puso bajo los cimientos de esta “la nota” una bomba que la demolió reduciéndola a escombros esparcidos por ¿el suelo?
“Pagan $0.20 el kilo”, explica. “Yo vengo a trabajar como a las nueve. Salgo de mi casa con el carrito a las siete y llego como a las ocho y media. Cuando cierra este negocio, ya me arrimo y me dan el cartón. Ellos siempre me lo dan a mí”, relata.
Al cartón que junta para vender, lo pasa a buscar un camión por su casa y se lo compra. “Nosotros le vendemos a un acopiador a $0.20 el kilo, y él lo vende a Buenos Aires a $1.80 ó $2”.
En total, Mario hace $20 diarios aproximadamente. “Antes ganaba mejor porque tenía el carro, pero me robaron el caballo. Al carro se lo di a mi hermano porque lo necesita. Quién me va a comprar un carro”, dice mirando al suelo con gesto de dolor.
Un caballo se está pagando $600, el carro $1.000. “Así que tengo uno más chiquito ahora y a ese lo traigo y lo llevo pechando no más”, indica.
“Hace como un año mi hija mayor tuvo un accidente. Se calló en un tacho de agua. Se ahogó y ahora tiene una parálisis cerebral. Casi me muero (se refriega el rostro). ¿Sabés lo que es? Ahora está con una traqueoptomía [una manguera que se le introduce por la garganta y hace funcionar sus pulmones] porque tiene parálisis cerebral. No me alcanza para los remedios, no me alcanza para la leche, y me nació otrita y es difícil”, dice y sus ojos empiezan a cargarse de lágrimas, pero aguanta mira hacia el suelo, agarra un cartón y lo dobla.
Luego revela que otra manguera entra por la panza de la beba y de esa manera se alimenta.
“Lo médicos me dijeron que su cerebro puede andar mejor, pero ahora no”, explica.
Vive junto a su familia “en una casa de machimbre”. Con su esposa y las dos nenas. Araceli, la mayor, vive constantemente con el aparato que la hace respirar, y comer.
“Encima para llevarla al hospital, siempre lo tengo que hacer en un taxi porque no puede andar en los colectivos porque hay mucha gente y un resfrío no más le puede hacer mal. Yo veo a otros padres que andan con los chiquitos paseando y yo la saco a mi hija. Mi señora me dice que le puede pasar algo, pero ¿qué voy a hacer?, pero yo la saco con el aparato y todo. Quiero que mi hija tenga una vida como cualquier chico”, relata consternado y otra vez a doblar el cartón.
“El aparato me lo consiguió Federico Masso, gracias a gente del hospital que se lo pedía. Después yo hablé con él por si podía conseguir ladrillos para hacer una casa con eso, porque el machimbre para mi hija es peligroso por las enfermedades. Fui varias veces y me dice siempre que vuelva después. (Silencio prolongado) Pero qué va a ser, es la vida del pobre. Yo quiero que mi hijita esté bien, que no sufra en la casa que tengo ahora. La quiero sacar a pasear, comprarle cosas”, reflexiona y vuelve a quebrarse, pero aguanta, no llora.
Silencio. El cronista no le dice nada. Él, calla y dobla.
Tiene habilidades como albañil, pero no tiene un oficial que lo llame.
Poco a poco la escasez de trabajo se profundizó, y “salí a juntar cartón”.
“Cuando lo ven a uno con la ropa que anda, que es para juntar cartón, las mujeres ahí no más se agarran las carteras, y yo le digo, amigo, que los choros, no están aquí trabajando. Ellos ganan bien; lo de ellos es más fácil”, afirma.
Vuelve a consternarse, otra vez aguantar. Tal vez a modo de descarga enuncia otro “qué va ser”.
Aunque contó que su hija necesita un respirador portátil de $1.500, que también quiere un trabajo más o menos estable, no lo pidió. “Lachiquitas no tendrán ropa de lujo, pero están bien”, cuenta.
Mario no aprovechó el contacto con un medio para pedir algo, más bien, enunció como un lema “hay que pelearla. No queda otra.”
Buscaba una “nota” acerca de “los” cartoneros. Esto, no es tal cosa. Podríamos llamarla “historia”.
La charla terminó y Mario dobló su espalda a su tarea, humilde, sin pedir nada, sin preguntar siquiera fecha de publicación de esta “historia” y se despidió limpiándose la mano y luego ofreciéndola.
Mario habló y entre sus palabras no hubo una sola queja al destino, Dios, la Patria, ni a los hombres.
Mario habló y puso bajo los cimientos de esta “nota” una bomba que la demolió reduciéndola a escombros esparcidos por ¿el suelo? ¿el suelo del corazón? ¿ el centro de nuestra egolatría? ¿de nuestra inconformidad? ¿de nuestra argentinísima queja permanente?
¿Será esto periodismo?

lunes, septiembre 08, 2008

Conversaciones con Don Jorge


- ¿Puedo?
- …
- ¿Cómo le va?
- Estoy solo y no hay nadie en el espejo…
- Me imagino… Con la ceguera se debe sentir la suma de todos los miedos
- Me gustaría ser valiente. Mi dentista asegura que no lo soy.
- A lo que voy es que se debe sentir horrible no poder verse uno al espejo…
- La paternidad y los espejos son abominables porque multiplican el número de los hombres.
- ¿Quiere una seca del pucho?
- Yo no bebo, no fumo, no escucho la radio, no me drogo, como poco. Yo diría que mis únicos vicios son El Quijote, La Divina Comedia y no incurrir en la lectura de Enrique Larreta ni de Benavente.
- Ah, perdón. Es un honor para mí estar aquí con usted, uno de los escritores más grosos del mundo.
- Dicen que soy un gran escritor. Agradezco esa curiosa opinión, pero no la comparto. El día de mañana, algunos lúcidos la refutarán fácilmente y me tildarán de impostor o chapucero o de ambas cosas a la vez.
- No, Don Jorge, a usted lo quieren mucho; y ahora más, porque a la gente se la quiere más después de muerta. A propósito, ¿cómo se sintió morirse?
- Sentí lo que sentimos cuando alguien muere: la congoja, ya inútil, de que nada nos hubiera costado ser más buenos.
- Qué lastima no tenerlo con nosotros, Don Jorge…
- Sólo aquello que se ha ido es lo que nos pertenece.
- Si, pero usted es un grande, tiene que estar acá, ahora, porque sus letras nos hacen bien…
- Cuando uno escribe, el lector es uno. Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe.
- No me diga eso, su trabajo era la literatura, usted amaba escribir…
- La literatura no es otra cosa que un sueño dirigido. Yo, a diferencia de otros escritores, no me jacto de lo que escribo sino de lo que leo. Si uno siente que la tarea literaria es misteriosa, entonces uno puede esperar mucho, ya que uno no es responsable.
-Ahora me doy cuenta por qué fue usted el director de la Biblioteca Nacional…
- Ordenar bibliotecas es ejercer de un modo silencioso el arte de la crítica.
- Y ¿que tal el “más allá”?
- El infierno y el paraíso me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto…
- ¿Anduvo? Que envidia…
- El tema de la envidia es muy español. Los españoles siempre están pensando en la envidia. Para decir que algo es bueno dicen: "Es envidiable".
- Me refiero a que debe ser interesantísimo saberse inmortal, carente de tiempo… - El tiempo es la materia de la que he sido creado. El tiempo es el mejor antologista, o el único, tal vez. La muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene. Lo cierto es que vivimos postergando todo lo postergable; tal vez todos sabemos profundamente que somos inmortales y que tarde o temprano, todo hombre hará todas las cosas y sabrá todo.
- Usted es inmortal Don Luis, yo no, yo estoy vivo…
- Inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal
- Y ¿qué somos entonces?
- Somos nuestra memoria, somos ese quimérico museo de formas inconstantes, ese montón de espejos rotos.
- ¿Quiere algo? Si quiere le pongo un tango, que a usted le gusta mucho...
- ...



- ¿Por qué suspira?
- He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.
- Entiendo. Usted vendió muchos libros, he hizo dinero haciendo lo que le gusta, y así se confirma mi teoría: el dinero no hace la felicidad…
- Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas. Si de algo soy rico es de perplejidades y no de certezas.
- ¿Amó?
- Las mujeres me han hecho desdichado. Pero la poca felicidad que he obtenido compensa toda la desdicha. Es mejor ser feliz y desdichado que no ser ninguna de las dos cosas.
- ¿Qué me cuenta de la Argentina hoy por hoy?
- Democracia: es una superstición muy difundida, un abuso de la estadística.
- Si, es verdad…¿Le gustan Cristina y Nestor?
- Hay comunistas que sostienen que ser anticomunista es ser fascista. Esto es tan incomprensible como decir que no ser católico es ser mormón. Creo que con el tiempo mereceremos no tener gobiernos.
- …
- Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos …
- La verdad… Bueno, me voy antes que anochezca. Mi casa está lejos.
- Antes las distancias eran mayores porque el espacio se mide por el tiempo.
- Gracias a usted Don Luis… Lo visito el domingo que viene ¿quiere?
- Sólo los dioses pueden prometer, porque son inmortales.
- Hasta luego…
- Disculpe.
- Si, diga…
- Quizá haya enemigos de mis opiniones, pero yo mismo, si espero un rato, puedo ser también enemigo de mis opiniones…
- Adiós, Don Jorge.
- Gracias por la música, misteriosa forma de tiempo.