lunes, noviembre 17, 2008

Es lo que hay


Se conectan, se llaman, se reunen o se encuentran en la cancha. Todos juntos, “lo’h pibes”, salieron la noche anterior. El sábado de la ducha más profesional, del boxer caro (por las dudas), de polvo Véritas en la pelvis también por las dudas (algunos apelan al Axe en el escroto), el mismo que terminará en el cuello salvo que mamá haya comprado un perfume a la vendedora de Avon.
En el caso de ellos, camisita planchada (nunca remera) dentro del jean, de esos con bolsillos en las piernas, y zapatos náuticos marrones.
Pelo con baño de crema, aliento sin chicle y alguno que otro, un Renault 12.
Como ya hace calor, en el baño de los adonis mojan su cabeza y menean sus rulos en la pista.
Tomaron, como vikingos, ríeron, como tales pero no bailaron: dieron vueltas al asecho de la presa de escote, la dueña de todos los halagos, la reina de la noche. Y el glamour se apartó de ellos.
Cada una de las niñas de atención llamar, rechazó los favores prometidos y el objetivo, en el ocaso de la noche, ya dejó su lado selectivo por el azaroso.
Alguno de ellos tuvo suerte. El beso creció cual hiedra en la pared de la pista.
Ya el domingo, sea de donde sea el encuentro de cazadores, la orden del día establece el balance de la noche anterior.
El que besó, sonríe orgulloso. El que no, reprocha:
-Qué te agrandás… semejante bagre que te chapaste.
-Bueno che, era lo que había…
Todos ríen.
Las historia no es ficción; las imágenes no son mera coincidencia, se repite cada fin de semana.
Nosotros, los que en ningún centímetro de nuestro cuerpo hemos sido moldeados por el dios de la belleza, hacemos oprobio de la mujer conquistada: “era lo que había”, nos excusamos.
Perdón, ¿no será que también uno “era lo que había”?
Cuántas veces el erótico momento vivido con una mujer de belleza notable haya sido vapuleado por sus congéneres al día siguiente mediante un “qué bagre te comiste anoche” y el consecuente “era lo que había” sin que uno se entere.
La conquista de una mujer, en los varones, no busca en su totalidad el placer propio, sino la aprobación unánime de los demás. El “bagre” es motivo de vituperios, risas y burlas (aunque cuando un “bagre” macho se levanta una flor de mina, dicen “mirá la diosa esta con el gil que sale… debe tener mucha plata o así una p…”).
Si bien es cierto que la Pampa Argentina a dado la mejor carne del mundo, el hallazgo ha favorecido en su mayoría a las mujeres. Los hombres argentinos somos, mayormente feos.
He visto la luz; una de las verdades fundamentales de mi vida, la cual imprimió la cuestión en mi mente: ¿será que todo este tiempo el “bagre” fui yo cegado por el machismo? Definitivamente sí, por que “era lo que había”.
Ahora soy feliz porque el “es lo que había” termina por disparar la pregunta retórica fundamental para el autoestima alto: “Qué tendrá el flaquito”.

martes, noviembre 11, 2008

Buenos Aires


Bajás las escaleras y lo primero que tenés es una boletería. Un señor, una chica, una señora, un tipo, un viejo: cualquiera puede atenderte en una boletería. Prefiero pensar que la emisión de la palabra “hola” se desintegra en el vidrio porque nunca me saludó algún boletero. Mucho menos una chica muy linda en la ventanilla de Retiro en la que se compra el boleto para ir a Tigre. La señorita no solo no dice “hola” sino que usa gafas de sol, ahí debajo del tubo fluorecente.
No sé si es una especie de rechazo repulsivo, o una especie de habilidad que se transmite como si fuesen croupiers, pero arrojan la tarjeta como los niños a las figuritas y las monedas como tejo debajo del arco del vidrio. Tampoco hablemos del “gracias”, o del “chau”.
La estación del subte huele a estrés, y las miradas al suelo dan la pauta de una vida en soledad. Un “buen día” general, para el que lo quiera recibir, tiene efectos tan extremos como antitéticos: se puede recibir una sonrisa o un “…cha tu madre”.
Dejar pasar al otro en la puerta del subte, implica la pérdida del tren por lo tanto no importa si se lleva una carga pesada, un niño o si se es anciano, hay que subirse, a como de lugar, con la ayuda del codo.
Peatonal Florida. En su suelo se marchitan millones de millones de oportunidades de conocer a otros, de enamorarse: todo el mundo se choca y nadie se mira. Pedir disculpas luego de la colisión involuntaria sorprende los locales.
Los taxistas parecen harbese doctorado en la Academia Nacional de las Quejas.
Cuantas mujeres sin maquillaje. Sentadas en las plazas con la cabeza apoyada en el puño mirando una baldosa. Cuantas mujeres sin peinarse. Entregadas a la maldición de la edad que ya se fue, la juventud lo es que lo es todo son la causa de sus ojeras y las arrugas el estigma del que ya no sirve.
La cuidad tan inmensa hace que el hombre se sienta un minúsculo átomo en el universo y se pibotea de destino en destino; allí nunca se sabe si se va a regresar a casa.
Las personas no dejan de hablar a las radios, el psicólogo colectivo, que presta gratuitamente su diván que (el teléfono), mientras que durante las 24 horas C5N muestra un mundo mejor para vivir.
Algunos le dicen “coso”, y otros dicen “break”, nadie dice pausa, recreo, o intervalo.
El que anda de traje tiene un modo y acentuación al hablar; el que reparte medias reces en un camión parece hablar otro idioma. Uno odia al otro por “cheto” y éste al anterior por “cabeza”. Cada grupo se distingue por su atavío, modo de hablar, peinado y otros puntos, todos, siempre visuales. Lo que cada uno muestre eso es.
Los hombres “son todos unos complicados”, “las chicas todas histéricas”, “este país da para todo” por eso es que “ya no se puede vivir”.
Todo es lo “más” del mundo, y estamos de acuerdo: la cuidad más coherentemente contradictoria de este planeta. La villa se erige con soberbia frente a los hoteles más caros de la ciudad. Las personas más indeseables comparten el conglomerado con las más maravillosas; las más ricas, con las más miserables.
La noche puede ser un ápice de pasión o la soledad más persistente.
Te juro, está bueno Buenos Aires.