lunes, octubre 19, 2009

Actitud Facebook


Sexo: mujer. Me interesan: hombres. Cuando agrega la fotito de perfil, que sea la mejor producida, no sólo en lo estético de la instantánea. La expresión debe ser la estudiada, la ensayada para la foto pública. Las curvas deben ser acentuadas, la ropa, mejor si tiene escote o deja mostrar las piernas, caderas, y nalgas de la redención.
Nunca viene mal una autofoto tomada con celular brazo arriba para la acentuación pectoral y las gafas de sol habrán de ponerle noche hasta a el lunes a media mañana.
Todo, absolutamente todo lo que se publique ha de buscar el comentario obsecuente, la adulación no espontánea. La autora, para el alimento del ego, el comentarista, para recibir el favor del encuentro.
Es tal el protagonismo que tiene en la vida, que no hay salida sin cámara, no hay fin de semana que no sea publicado aunque todo lo que se registra tiene que ver con los momentos previos al etanol haciendo efecto.
Nunca falta el álbum “pile”, “mardel”, MDQ”, “Sanber”, “Sancle”, “Lastonis”, que ever la bikini y a la vez el comentario poco creativo, tal como “sos muy linda” cuando en realidad el comentarista pensó “te parto en 24”. (Algunas ya empezaron a mostrar bombachitas).

Si el pibe tiene buen lomo, a “Fotos de perfil”. Incluyen toda la información precisa que hasta determine posición económica. No ha de faltar la instantánea tuerca que muestre el logro (no sólo) del auto, sino también del “tunning”. De 500 contactos, no más de 20 son varones y aquel que mejor “material” tenga en la friendlist mayor jerarquía habrá de tener.
“¿Hola? ¿Te conozco?”, dice en el chat con ingenuidad premeditada a sabiendas que él mismo fue el que la agregó para luego, como indio que orteó al cacique, se haga el que no la conoce.
La pulsión voyerista en su máxima expresión, y el deseo de trascendencia como punto imperante. Facebook como parte de la vida y como página principal, que se abre apenas después del msn. De hecho, la fotito del msn ya no es tan importante como la del “Face”.
Sirve también para ver qué hace el ex, sirve también para mostrarle al ex “lo bien que se la está pasando”.
Eso sí, cuantos más contactos se tiene, más soledad se siente.

miércoles, septiembre 23, 2009

Casualmente premeditado

Bailaba con estridencia al ritmo de una música que tenía como consecuencia el feroz empinamiento de codo litro por litro.
Noche de frío y todos en remera porque el calor del boliche no se debe a su perímetro sino a las hormonas de ellas en escote, tanga y taco aguja; de ellos en jean abultado y brazos desnudos y trabajados.
Él no tenía sus músculos al viento y de hecho por más desnudo, sus músculos no se percibían. Él tomaba como quien va al cadalzo, lo suficiente como para que esa noche nadie acepte su ternura y mucho menos su indecoro.
Vueltas y vueltas en la pista oscura, zona liberada en la que su participación no era grata, acaso por los balbuceos.
La noche terminó. Había que ganar la calle y luego la cama de la soledad pampeana pero su amigo, con el que concurrió a la disco, solicitó espera y besó a una mujer así como besa Arnaldo André. Su rostro se parecía al de un indigente que mira comer asado.
Pero alguien lo saludó desde atrás y la voz, sea la de quien fuere, era como la de un ángel. Una vieja compañera de trabajo que también esperaba que su amiga termine el intercambio de fluidos.
“Estás linda”. “Gracias, vos también”. Los dos floreos se hicieron mirando a los ojos. Las dos cabezas se inclinaron en sonrisa. Los cuatro pulmones, se agitan a la vez. Señales suficientes que dan a entenderlo todo.
“Cada semana veo tu trabajo y realmente te admiro. Vas a ser un capo en tu materia y de mi parte vas a tener siempre mi admiración, porque además…”. Una serie de halagos continúan a la última cita, que no se detallan aquí, porque así como se interrumpió el relato, se interrumpió la atención de él, para preguntarse dentro de sí “¿le tiro todos los galgos? Probemos con un chiste”. El experimento se lleva a cabo y ella ríe a carcajadas. “Listo, es mía”.
Flores van, flores vienen pero ninguno es claro aún y los dos esperan que alguien haga la esperada sentencia.
El veredicto: “Me gustás mucho”; “vos también”. Los fundamentos: “Tremendo y tu escote, y ni hablar de lo bien que te queda ese jean en la cola, que deja ver el elástico de tu ropa interior y me muero por saber si será culotte, tanga o cola less”. Ella roja. “¿Querés ver?”. “Sí, claro”. “¿Dónde?”. “Conozco un lugar por acá cerca”. "Vamos".
Dos cuadras caminando pero alejados por más de un metro. Él se preocupa por su estado etílico que de ser importante podría hacerle pasar una importante vergüenza, pero aún así la tormenta de hormonas ya es torrentosa. Ella, solo calla y espera el acoso, el empujón que la choque en un paredón a la espera del avasallamiento del muchacho con el que ya todo está dicho.
“Lo pedís, lo tenés”. El beso en la pared oscura. La mano que recorre cerca de los puntos prevenida de un “no toques” que no llega, y no llega, y no llega, por lo que todo es palpado, todo.
La oscuridad se presta. Ella, federada en el juego de la adrenalina se pone de rodillas. El pela, ella fela. Escondidos los dos detrás de un cartel publicitario a cincuenta metros de una casa de amores.
“Maestro, ¿tiene habitación?”. Madrugada del domingo, cinco de la mañana, momento en que todo el mundo sale al mismo tiempo y satura los hoteles. Pero el sexo que es casual, lleva inexorablemente consigo una carga de fortuna, no así, aquel que se planea. “Sí, la 23. Pasen chicos…”.
Al final era una tanga. Al final la sincronicidad era exacta. El manejo preciso, los tiempos de redención paralelos y en conjunto. La confianza y el conocimiento mutuas y las vergüenzas y complejos de ninguno. Claro, la carga de fortuna del sexo casual.
No, no hubo tiempo para pucho de intervalo, todo fue aprovechado.
Turno. Teléfono. Despedida que no se desea. No hicieron falta agradecimientos ni despedidas obsecuentes. Bastaba con el abrazo, y con el último beso que fue como el primero, “así que mejor andate porque entramos de nuevo”. Media vuelta y dos taxis esperaban. No hubo que preocuparse por eso.
Llaves. Casa. Heladera. Que belleza: hamburguesas, pan, mayonesa, queso y coca. Claro, la carga de fortuna que el sexo casual conlleva.

jueves, agosto 06, 2009

Redactores de provincia


Por más que tuviera un auto él preferiría ir en colectivo, porque ahí hay aventura, porque es el más íntimo de los lugares masivos. Cada mueca de la gente la representa tal cual es, sea hablando, o con el sublime momento de paz que se vive al mirar ciegamente por la ventanilla.
La parada da justo a un kiosko, donde compra un atado de cigarrillos, pero de 10.
Camina unas pocas cuadras y fuma. Mira a las más jovencitas, “ésta está buena”, “ésta no”.
Desvía en la vereda y entra al importante edificio en el que se encuentran los más importantes Holdings de abogados de la región. El portero (de corbata) lo saluda con solemnidad y hasta le llama el ascensor.
Llega a la redacción y alguien lo espera, alguien de mucho poder que esta vez está sumiso ante el contrapoder que tiene un diario de papel.
Escribe la nota apurado. De vuelta en la calle la casa de gobierno lo espera. Lo conocen, entra, pone el grabador cerca del que ocupa el histórico sillón. Cuando termina se acerca a la mesa trasera en la que un cóctel se reserva para ellos. Otro funcionario le otorga boletos de avión para un viaje al Calafate, todo pago, mientras devora los sanguchitos. Come todos los que puede, con fervor.
Vuelve a la redacción y un compañero le pude un pucho, y otro, otro. Enciende la computadora de última generación de su escritorio y tipea.
Llama a las fuentes, las locales, las del país, y también a las de afuera. Sus contactos son de los que influyen y en serio.
La gente que lo conoce lo felicita por la calle por la última nota escrita. Como nunca, desde que firma las notas cientos de mujeres lo adulan vía mail, y aquellas que conoce personalmente lo tildaron de “buen partido” aunque sin explicación lógica, él se les aleja.
Mira los diarios del mundo. Lee las notas de los periodistas estrella y sueña, con El Mundo, La Nación, New York Times.
Pasa el día entero. Tiene hambre. Termina su trabajo y camina hasta la parada. Pero no sube a la línea de colectivos que lo trajo. Toma otra. Llega hasta la zona de destino, camina dos cuadras, hace de tripas corazón y mira su pero reloj para constatar la fecha. Apenas día 15. Siempre, pero siempre, antes de poner un pie adentro, mete la mano en el bolsillo para ver cuanto dinero tiene. Y no tiene. Sólo cospeles de colectivo que se aseguró a principio de mes. Respira hondo y el saberse periodista en Tucumán, lo conmueve. Toma asiento en una mesa con el rostro inclinado. Una mujer se acerca con un plato de guiso. Él siente vergüenza, aún después de un año de asistir. La mujer lo mira, le sonríe, le frota el hombro y le dice “siempre será bienvenido en este comedor barrial”.

domingo, julio 12, 2009

Por las dudas


Se ven, se miran, se gustan. Mantienen una charla y se impactan. Pasan los días y el muchacho tarda más de media hora en redactar un mensaje de texto tratando de componer la frase exacta que proponga una cita.
Mal o bien hecha, la señorita acepta, porque la primera impresión ya contó.
Él, camisita, y hasta zapatos, buscando cierta formalidad. Ella, pollera. Si es invierno, jeans. Lo que sí, no importa la estación, siempre habrá de estar parada encima de tacones.
Bar o restaurant de común beneplácito y nunca de nivel medio y mucho menos bajo.
¿Qué se busca en la charla? Puntos en común. Que él diga que le gusta tal cosa, y que casual o causalmente uno de los dos responda “¿en serio? A mí también me encanta…”
Diez de estas casualidades terminarán en besos más tarde. Entre veinte y treinta terminarán en besos apasionados y en una siguiente cita no más allá de dos días. De treinta casualidades en adelante, habrán de definir un noviazgo esa misma noche (si sobrepasan las cien) o en no más allá de una semana.

Pero nadie mencionó lo que a uno no le gusta. Ninguno de los dos mencionó lo que se odia. Con el tiempo aparece, pero no en forma de mención, sino en forma (y con la drástica tonalidad) de reproche.
A mí decime de primera lo que no te gusta. Prevenime sobre lo que odiás. Prefiero evitar morderme los labios y los suspiros que en el silencio suenan como bombas.
Yo quiero mirar esas piernas en tacones y oler el perfume, a mirar a los ojos en cada sorbo de vino. A hablar relajado y a volumen susurrante.
Elijo decir incoherencias y despertar la risa a la histérica empresa de “caer bien”.
Renuncio a la información de “lo que le gusta”; prefiero abocarme a descubrirlo, mirándola, sintiéndola, por consecuencia.
Opto, con el cielo como testigo, por saber aquello que se odia, para entender a la perfección la tarea urgente y oportuna de la reconciliación desnuda.

martes, mayo 26, 2009

Catorce probabilidades y una certeza


Tal vez empañaron el vidrio. O acaso todo fue hecho en algún lugar improvisado a causa de la hormonal emergencia. Lo cierto es que entiendo que ninguno de los dos quería. Pero se dio, a pesar de un desfachatado “tené cuidado” y un cínico “no te preocupes”.
Probablemente, con la noticia, alguno de los dos (y yo creo que los dos) exclamaron “la puta madre” o “me cago en la leche”. Minutos después, quizá, agarrándose la cabeza uno de los dos pregunto a voz viva “¿qué vamos a hacer ahora?” y el otro pensó “¿Qué carajo voy a hacer ahora?”.
Tal vez sus padres pusieron su peor cara y es muy posible que se haya desatado una discusión. Acaso hubo pronunciamiento para él: “¡sos un pelotudo!”. También para ella: “¡sos una puta!”.
Cuando sus amigos se enteraron por confesión y por rumores, es asequible que hayan exclamado un pasmado “¿qué?” acompañado de un rostro con mezcla de sorpresa y terror.
A lo mejor las primeras noches fueron casi en vela, con un sentimiento de muerte y posible que, como eran otros tiempos, ella tenía vergüenza de salir y que la vieran tan niña y tan “irresposable” y él no conseguió trabajo tan fácilmente debido a su nueva condición.
Tal vez lloraron, por el “error” cometido, y hasta es probable que se hayan arrepentido.
Pero lo que es seguro, es que nadie dijo: “bienvenido al mundo”.

martes, mayo 05, 2009

De beats y de glups


No quiere ir. No tiene ganas. No quiere saber de ferias porque ya la kermés no tiene tiro seguro, ya no hay ruletas ni bocaditos Holanda. Ya no hay guirnaldas de lamparitas de 75 colgadas de un poste a otro.
Pero va, porque la fiesta parece estar implícita, porque la tertulia es un viaje de ida.
Enmudece, sólo mira. Presta atención y anhela. Ve al hombre de saco blanco y moño negro que se acerca: hay que decidir. Pero la lucha es mínima, la rendición es total.
El demoño se inclina y vierte en la copa el rojo sanguíneo del fruto de la vid que deja en el paladar el gusto roble.
La música avanza en decibeles. Beats, booms, glups, más glups.
Ahora habla. Todos ríen. Ellas más. Lo observan, lo estudian, se sorprenden de la súbita pragmática, oratoria y juzgan “qué labia”.
No quiso ir, pero ya mueve sus pies. Los globos ya no representan nada, pero el cotillón adorna su cabeza. Glup, más glup.
Volvieron los bocaditos, se mueven al compás del reggaeton pecaminoso y ahora quiere Holanda sopado en cabernet.
Si va al baño no se mira en el espejo. No es momento de mirarse el rostro demacrado.
Foto, foto. Click, flash, glup. Pierde el paso y enmudece otra vez. Caderas van, caderas vienen y da lo mismo. El boom aturde, el glup deprime. Ella, ella. Taxi.
El chofer mira por el espejo y trata de charlar. La lucha inminente entre el dedo pulgar y las teclas del celular. Ella, ella. Llamáme.
Agua, ducha. Se pasa el jabón no como si se lavara, más bien se acaricia. No se pasa el jabón por otras zonas del cuerpo, más bien traza círculos en su pecho con languidez.
El boom resuena en el oído aún en el silencio de su habitación. El glup hace estragos en el corazón. Posición fetal. Último suspiro. Domingo, síndrome.
"No debí haber ido".

martes, abril 21, 2009

Tips



Yo soy el arrinconador. Cuando me tiro encima tuyo, perdiste. No hay tiempo para nada. No hay tiempo de reflexiones, dudas ni cuestionamientos. El momento de la despedida es el momento de decir "adios" o "abrí la puerta que esta noche duermo con vos". No te doy tregua. Si veo un gesto que me sugiere que te gusto, arranco, y no hay forma que escapes. Yo ni te toco, pero vos no te querés soltar tampoco. No hace falta decir mucho. No es necesaria la charla sostenida y subliminal que con interrogatorios se desvanese pero se solidifica en el nunca y bien ponderado chamuyo.
Con el misterio todo bien y no hay mujer que no exija como requisito el hacerla reir.
Dejo que cualquier charla fluya. Dejo que hable. Sólamente digo "si", "no", "qué garrón", "buenísimo". Miro como un rugbier a su contrincante.
Mi silencio se hará misterio, y el misterio, curiosidad y la curisidad ansiedad, y la ansiedad calor.
La observo, con algunas vetas de gesto de camionero.
Cuando los dos ojos se miran sin decirse nada, el ataque inevitable avanza como estampida sobre la pared, plano vertical de fusilamiento en donde arrojo todos los cartuchos de los besos. Sorpresa: a pesar del avasallamiento el primer contacto entre labios apenas roza la boca.
La lengua acaricia: vos sola vas a pedir más fuego.
No paro un minuto. No hay puchos, no hay trago, y si lo tengo, lo tiro. Tampoco hay descanso. Por momentos acaricio y por otros te tiro de los pelos de la nuca. De vez en cuando hay calma y por momentos la respiración es agonizante.
Lo que venga después, lo decide la progesterona.


miércoles, abril 15, 2009

Infancia


Teníamos la esperanza de un bien que siempre triunfaba. Los dibujitos animados de los superhéroes así aseguraban. No había Skeletor, Moon-Ra o Guasón que resulte exitoso. Pero prevalecían. Nunca se terminaban de morir o por lo menos encerrados en cana, y si lo hacían, salía otro hijo de puta peor.
La vida giraba en torno a juguetes, a disfraces, a la camiseta de algún equipo. Un mundo hermoso de fantasía. De tener algún elemento y dejar que la imaginación fluya, como quien deja una manguera de presión abierta y desparrama su agua por doquier. Pero la cosa era tener el objeto, un materialismo subliminal que la ternura de la niñez tapa. Los que no tuvimos el juguete, mirábamos desde el cordón de enfrente cómo jugaban los otros, resignándonos a la pelota de trapo.
El amor no dolía ni lastimaba. Era simplemente el mirar y “presumir”. Decir “te quiero” estaba vedado a la oralidad y circunscrito únicamente a cartas en papel Rivadavia coloreada en crayones, lápices de colores, y, en el caso de los potentados, en fibras de tinta. Pero ya existía la indiferencia, el rechazo, las cartas rotas en el rostro por parte de la chica rubia de cintas con moño perfecto colgando del cabello. Esa, que izaba siempre la bandera, esa la que cuando no era escolta era abanderada.
El "fulbito" se jugaba en el asfalto y a los costados una tribuna mayor que la del Estadio Azteca vitoreaba el nombre de la futura estrella que de vez en cuando arremetía sobre el arco de palos de ladrillo, remeras o mochilas, un gol al ángulo imaginario. Pero ya existía la competencia. El que peorcito se desempeñaba iba al arco y no lo dejaban jugar nunca; el último elegido del "pan y queso".
Los valores eran distintos: todo se arreglaba a las piñas a la salida del colegio. Y una nariz sangrante era orgullo del agresor, el aplauso y el respeto del ganador ahora convertido en el púgil de los grados. Aquel que yacía sobre el suelo barroso, con el delantal manchado caía a la vez en el oprobio popular para luego ser castigado por volver tan sucio del colegio.
Quién tenía la mejor pelota, la bicicleta más cara, el baúl de los juguetes más lleno. Quién se compraba más golosinas en el recreo.
No, no eran tiempos tan distintos a los de ahora.

miércoles, abril 01, 2009

Insomnio


Las zapatillas no tenían una suela demasiado alta y todo charco de agua que pisé humedeció mis plantillas y mis medias. Igualmente caminé en la madrugada de una noche anaranjada y llorona.
Contaba con un paraguas, y aproveché el desierto de un martes de madrugada por las calles de un San Miguel de Tucumán mojado y de ventosidad fría.
Eran los primeros días de un otoño caluroso en sus días primeros, aunque esa noche pareció instalarse en la atmósfera. El único hombre que vi en más de diez cuadras, dormía dentro del taxi que conduce, acaso, resignado a una noche sin trabajo.
Me agaché para atarme los cordones de una de mis zapatillas y un perro se acercó festivo tal vez creyendo que bajé al suelo con el fin de regalarle algo para comer o una caricia a la que accedí darle.
No había mas ruido que el de gotas precipitándose en el suelo y el de chorros de aguas que por más angostos, en el conjunto de los muchos de una sola cuadra, imitaban el sonido de una pequeña cascada.
Miré las vidrieras y allí estaban inmóviles los maniquíes en su eterna tarea de vender la ropa que no eligieron a gente que ni siquiera los mira. Volví la vista a mis espaldas y ví al perro que acaricié siguiéndome y comportarse alrededor de mí como si ya me hubiese adoptado como nuevo amo. Detrás de él, otros nueve hacen lo propio. El seguimiento me hace sonreír y me doy cuenta que no estoy tan solo como creí.
Sí, a veces me siento un fantasma que vaga en una pampa, y últimamente me comporto como eso que creo y salgo a vagabundear por las calles, y como era vagabundo, diez perros me seguían. Salir a vagabuendear, es una forma de decir que salgo a pensar en “ella”, la “ella” que no está.
En ese momento fue que pensé que el indicativo “ella”, cuando una “ella” a partido, se convierte en adjetivo calificativo.
Cuando la mujer amada está junto a uno, se la llama por su nombre. Cuando se ha ido, se le dice “ella”.
Sin embargo, acaso motivado por el deseo de su retorno, me propuse no llamarla nunca más de esa manera. Porque mi vagabundear tiene fundamento, el de recordarla, el de sufrir, y el de cansarme para poder dormir sin dejar de pensarla, sin dejar de evocarla y sin dejar, claro, de hablarle. Sí, mientras avanzo por las calles, por momentos, voy hablándole. Casi siempre del amor que podríamos proyectar si su distancia no fuera tan decisiva, otras veces, me transporto a un deliberado futuro y “charlamos” de cuestiones que son el presente de ese porvenir.
Volví a casa y dejó de llover. Ya las gotas no se escuchan y la noche parece una nada. Así es que olvidé por ese instante lo mucho que le gustaba la lluvia y las cosas que le provocaba.
El acolchado de mi cama parecía invitarme a su refugio y, suspiro mediante, mis ojos se cerraron. No obstante, vencido el insomnio que se alimenta de su recuerdo y finalmente rendido en mi lecho, ninguna de estas noches, la dejo de soñar.

lunes, marzo 30, 2009

La promiscuidad como delito


Por Rodolfo Rabanal. Texto extraído de "El héroe sin nombre"
Contexto: Se encuentran en Trelew luego de que la amante del protagonista visitara a su hermano preso de los militares en la cárcel de máxima seguridad de Rawson. Año 1978, plena dictadura militar.
Luego de la visita al convicto, la pareja vuelve al hotel donde paran.

De regreso, pedimos que nos subieran la comida al cuarto. Fue una noche sin sueño, de “desvanecimientos” y fatigas, de palabras inventadas, de discursos intraducibles, impúdicos, estremecedoramente delicados y deliberadamente violentos. Ana María Rige ya no era la profesional detrás de sus pacientes en el mundo habitual del trabajo, de la simpatía estratégica y de la circunspección atenta del médico que escucha los rumores orgánicos de un enfermo, sino más bien una niña imaginativa y, al mismo tiempo, desmantelada, anhelante de afecto y protección, y una puta dispuesta a todos los atrevimientos concebibles. No se parecía a nadie que hubiera existido antes de aquella noche. Ni siquiera a ella misma.
Ahora, en cualquier momento de esta larga noche, podían echar la puerta abajo y arrastrarnos a punta de fusil hacia la oscuridad fría y ajena de Chubut. ¿No vivíamos en el país del peligro? ¿No estábamos acaso muy cerca de una ciudadela de dolor? Bastaría que alguien “del otro lado” decidiera asignarnos la comisión de un delito intolerable, por ejemplo el delito del goce, y entonces seríamos culpables y sobre nosotros caería la más grave de las sanciones imaginables. Además ¿qué importancia podría tener la asignación de una culpa específica? Eso apenas si importa, todos cargamos con alguna culpa no expiada y no bien los verdugos indagan un poco, esa culpa aparece como un brote enfermo. Y es la figuración aterradora de ese final de pesadilla que nos sirve, esta noche, de inesperado estímulo en la mecánica obsesiva de nuestro entrevero: agotemos ahora todas las posibilidades existentes porque quizá no haya un después.

lunes, marzo 23, 2009

Postulado


(Por Rodolfo Rabanal, texto extraído de "El héroe sin nombre)
El amor es, desde siempre, una suerte de garra llena de discursos inadecuados donde uno de los puntos más altos se sitúa en el capítulo dedicado al compromiso. Palabra esta última con aliento a severidad, palabra que limita y aprueba como si fuera un contrato comercial leonino. Quizás el problema resida, como fatalidad semántica, en el uso abusivo de una palabra que ha sido llevada, por ese mismo exceso, hasta los extremos de su significado, y entonces ya sea difícil encontrarle un sentido. Es posible que decir te amo, o la amo, o lo amo tenga hoy el valor ritual de “lo siento”, “buenos días” o “buena suerte”, meros engrudos de cortesía y buena voluntad. Probablemente, si uno no habla de amor, si uno elude la presión evocativa que el término contiene, quizá esté armado de verdad y sin “saberlo”, sin “proponérselo”. Paradójicamente, sería preciso entonces no nombrar al amor para que el amor exista. No lo nombremos.

viernes, marzo 20, 2009

Carácter


Yo no tengo una personalidad; yo soy un cocktail, un conglomerado, una manifestación de personalidades.
En mí, la personalidad es una especie de furunculosis anímica en estado crónico de erupción; no pasa media hora sin que me nazca una nueva personalidad.
Desde que estoy conmigo mismo, es tal la aglomeración de las que me rodean, que mi casa parece el consultorio de una quiromántica de moda. Hay personalidades en todas partes: en el vestíbulo, en el corredor, en la cocina, hasta en el W. C.
¡Imposible lograr un momento de tregua, de descanso!
¡Imposible saber cuál es la verdadera!
Aunque me veo forzado a convivir en la promiscuidad más absoluta con todas ellas, no me convenzo de que me pertenezcan.
¿Qué clase de contacto pueden tener conmigo —me pregunto— todas estas personalidades inconfesables, que harían ruborizar a un carnicero? ¿Habré de permitir que se me identifique, por ejemplo, con este pederasta marchito que no tuvo ni el coraje de realizarse, o con este cretinoide cuya sonrisa es capaz de congelar una locomotora?
El hecho de que se hospeden en mi cuerpo es suficiente, sin embargo, para enfermarse de indignación. Ya que no puedo ignorar su existencia, quisiera obligarlas a que se oculten en los repliegues más profundos de mi cerebro. Pero son de una petulancia... de un egoísmo... de una falta de tacto...
Hasta las personalidades más insignificantes se dan unos aires de trasatlántico. Todas, sin ninguna clase de excepción, se consideran con derecho a manifestar un desprecio olímpico por las otras, y naturalmente, hay peleas, conflictos de toda especie, discusiones que no terminan nunca. En vez de contemporizar, ya que tienen que vivir juntas, ¡pues no señor!, cada una pretende imponer su voluntad, sin tomar en cuenta las opiniones y los gustos de las demás. Si alguna tiene una ocurrencia, que me hace reír a carcajadas, en el acto sale cualquier otra, proponiéndome un paseíto al cementerio. Ni bien aquélla desea que me acueste con todas las mujeres de la ciudad, ésta se empeña en demostrarme las ventajas de la abstinencia, y mientras una abusa de la noche y no me deja dormir hasta la madrugada, la otra me despierta con el amanecer y exige que me levante junto con las gallinas.
Mi vida resulta así una preñez de posibilidades que no se realizan nunca, una explosión de fuerzas encontradas que se entrechocan y se destruyen mutuamente. El hecho de tomar la menor determinación me cuesta un tal cúmulo de dificultades, antes de cometer el acto más insignificante necesito poner tantas personalidades de acuerdo, que prefiero renunciar a cualquier cosa y esperar que se extenúen discutiendo lo que han de hacer con mi persona, para tener, al menos, la satisfacción de mandarlas a todas juntas a la mierda.

viernes, marzo 06, 2009

Llegando está el carnaval


El desentierro

Llegando está el carnaval quebradeño, mi cholita”. No, no es sólo un verso más. Tampoco una de las canciones del imaginario popular argentino. Se trata de un anuncio, una advertencia y acaso una amenaza.
Sí, es el viernes 20 de febrero y la terminal del Municipio de Humahuaca, tierra heroica de nuestro Ejército del Norte, huele a valijas. Llegaron desde todo el país a “carnavalear”.
Frente a la plaza principal, el colosal Monumento alberga a miles (tal vez dos millares) en “La noche de los instrumentistas”, la fiesta (concierto al aire libre) que precede al “Desentierro del carnaval” llamado también, “Desentierro del diablo”.
En el escenario tocan músicos y los carnavalitos, las sayas, y otros ritmos telúricos y frente a él, los miles bailan. Los hay quebradeños, de las provincias todas, y de diferentes países del mundo (es muy difícil encontrar alguien sin sonreír).
La fiesta se termina no más allá de las 2 de la madrugada: es que mañana hay que “desenterrar”.
Los desentierros están a cargo de las diferentes comparsas. Cada uno hace su propio ritual y pueden ir cuantos quieran. Los integrantes y organizadores se encargan de convocar.
Durante la mañana ya del sábado, las primeras caras pasean por la calle colgando de las orejas un pequeño ramito de albaca que indica soltería.
A las 15 del sábado, comienzan a llegar los primeros al “mojón”, un agrupamiento conoidal de piedras que indica el lugar del desentierro que en este caso se estableció en medio del monte, a la orilla del río. El mojón tiene carácter de altar de ofrenda. El pozo es la Pachamama en sí.
Desde muy temprano, el pozo en su adentro contiene incienso que “sahuma” (purifica).
Unos metros más allá, es el punto de reunión y lo marca el olor a asado ya apostado en varias parrillas que sostienen carne para unas 150 personas.
Allí, preparan un tacho plástico de unos 80 litros de saratoga (vino blanco, limón y la maceración de diferentes frutas y canela).
Algunos pocos que llegan, bajo un árbol comienzan a guitarrear.
Para llegar a ese lugar en medio de la selva, las comadres de la comparsa, marcaron el camino con serpentinas.
Los más bienvenidos son los que traen instrumentos, y de a poco se comienzan a orquestar tocando canciones al unísono. Guitarras, bombos, quenas, samponias y sikus son los que hacen el sonido.
Cada vez llega más gente y una de las integrantes de la comparsa advierte que ya es momento de bailar. La indicación, marca el punto en que las mujeres toman una bolsa de harina o talco, o los dos productos mezclados, se acercan a los hombres y pintan su rostro. Debe pedirse permiso al varón. Éste cierra sus ojos, y la moza debe pintarle la cara acariciándolo con las dos manos y le cuelgan serpentinas.
Mariano Chapur, es organizador del rito. Tiene unos 35 años, los rasgos característicos del lugar y el porte de un líder, en este caso espiritual. “Este es el momento previo al tiempo de reflexión que marca la Cuaresma”, dice y toma saratoga. “Acá hacemos la fiesta para agradecerle a la Pachamama la cosecha, la salud, y todo lo que nos regala y le pedimos por el año que viene”, explica y uno de los carnavaleros lo amenaza dándole una botella descartable cortada al medio con más de un litro de vino. “Secá”, le ordena. La exigencia quiere decir que debe hacer un “fondo blanco” y al finalizar debe dar vuelta el vaso sin que caiga una sola gota. Si esta cae, debe beber otro vaso y otro y otro, hasta que no salga una sola gota.
Ya son más de cien; ya son más de la siete de la tarde. El “desentierro” no debe hacerse hasta que no se ha bebido y comido todo. Ya lo hicieron, por lo tanto, todo el mundo al mojón.
Hay un pozo tapado por un poncho al que nos advierten que no debemos fotografiar por respeto. Dentro del pozo, se “sahuma” el mojón con incienso y se pide a “la Pacha” por todo lo que nos dio y por las herejías cometidas hacia ella. Mariano pone énfasis en la contaminación, y el mal trato que los hombres le dan.
El poncho se quita y el pozo queda a cielo abierto. “¡Sigan tocando carajo! ¡Sigan tomando!” grita. Las mujeres arrojan las serpentinas con cuidadoso detalle, otros clavan cigarrillos encendidos en un montón de arena. Esos cigarrillos deben prenderse sin aspirar el humo, pues todo el humo es para Pacha.
Una ronda gigante se forma alrededor del pozo, todos abrazados, sin importar si se han conocido. Las chicas miran a los chicos. Los chicos hacen lo propio, el amor está cerca. La música no para.
Las copleras, en este caso, hermosas jóvenes humahuaqueñas, comienzan a cantar. “Hoy comienza el carnaval, no me hablen de casamiento”, improvisan y una especie de sapucay (grito extremo de júbilo) corta el aire.
“Venga rompe corazón, solterito para amar; la albaca el bombo y la chica serán gualicho pal carnaval”, contestan los hombres.
Muchos lloran. Mariano pide silencio. “Vamos a dar comienzo al desentierro. Los que vienen por primera vez no hablen. Vamos a dar de tomar a la Pacha”, anuncia y vacía botellas de diferentes bebidas con alcohol. Ruega que el carnaval sea “lindo” y que “nos vaya bien todo el año. En el trabajo, en la salud, en el estudio pero sobre todo le pedimos alegría”. Todos deben sacarse el sombrero. Mariano pide los instrumentos y “chaya” los instrumentos, que es el ofrecimiento de cada uno para la Pacha, al servicio de ella y el carnaval.
Se ofrenda en el pozo todo tipo de bebidas alcohólicas no sin antes bañarlo de agua bendita. “La agüita para la Pacha. Que nos ayuda a vivir y a crecer”, exhorta Mariano. Luego se le regala hojas de coca. Más tarde alcohol puro, “alcoholcito que nos sana nos desinfecta. Ahora vinito, que nos macha, nos alegra, nos enfiesta en todo el carnaval, que está con nosotros cuando estamos mal y cuando estamos bien”.
Los que observan por primera vez, lloran, hasta este cronista. Se pide por el mundo, por los que no están.
Se deja caer una damajuana, y su rotura en el piso es el anuncio oficial, la “voz de ahura” que da el pie a que los músicos comiencen a tocar.
Los músicos toman sus instrumentos chayados, y gritos de júbilo erizan la piel.
Todos danzan alrededor del mojón, más o menos por media hora hasta que el sol se pone. La comparsa se forma en la calle para bajar al pueblo. La formación consiste en los músicos delante, las copleras detrás, luego las mujeres en general y detrás los hombres.
La fiesta llega a conmover. Los gritos de alegría, las coplas y la fiesta es una pandemia.
La caravana va hasta el pueblo, y en una plaza continúa festejando, nueve días, nueve noches.
Sí, este cronista desea terminar esta crónica, porque si en Brasil todo es alegría, aquí todo es felicidad, humildad, rusticidad. En el marco de un territorio patrimonial de los hombres, en una de las ciudades más pintorescas y conocidas del mundo. Además, entre nosotros, la nota debe concluirse ahora mismo. El lector sabrá entender: el vino, la chicha, es carnaval en Humahuaca...


El entierro (nueve días después)
Cae la damajuana al suelo, se rompe con estrépito y los gritos de júbilo estremecen hasta el hombre de acero.
La caravana de sábado de carnaval avanza por las calles humahuaqueñas a canto unísono: la comparsa Rompecorazones a copado la ciudad.
Son jóvenes. Los miembros oficiales son humahuaqueños; los músicos cuantos quieran, de donde se quiera. Bombos, sikus, guitarras y quenas dan música a las coplas que hablan de amor, de un “este carnaval me voy con otra mujer” de los hombres y la contestación de las mujeres que sentencia, “por lo que queda de madrugada no quiero ser tu mujer”.
Así, la comparsa llega al punto de encuentro, y el festejo continúa. Mariano Chapur pide silencio e informa que esa noche hay dos “invitaciones” que consisten en la recepción de todas las almas que participan del la feliz procesión.
Se trata de casas de familia que esperan a la comparsa con comida y bebida. Las puertas del hogar se decoran con serpentinas, y la familia entera los espera en la vereda. Una vez llegada al lugar, todos cantan y las familias “chayan” a hombres y mujeres. Se trata de entalcar o enharinar su rostro, cabeza y regalarles un collar de serpentinas.
La comparsa ingresa a la casa y en ella espera varias ollas populares llenas de vino y otras bebidas. Los recipientes están también decorados con serpentinas, aunque en una de las casas a una de las ollas las decoraron con rosas.
Los anfitriones dan la bienvenida en un acto casi protocolar y finalmente se chayan ollas, y también a todos los presentes, en este caso con vino o agitando una botella de cerveza como lo hace un piloto ganador de carreras de autos.
No, los solteros no han dejado caer su ramito de albaca colgado en su oreja derecha indicando su soltería.
“No he visto cosa más impresionante en el mundo entero. Se bebe como en ningún lado”, dice Sandra Tamir, una española de 35 años. “Y además no puedes no enamorarte”, dice Jean, un francés que desde hace 3 años no deja de venir al carnaval. “El baile de la chacarera y la zamba son tímidamente sensuales. Decir ‘te quiero’ con un pañuelo, es lo más sensual que he visto”, agrega.
La comparsa Rompecorazones tiene 12 años de fundación, y se caracteriza por la integración de hombres y mujeres de todo el país y de todas las latitudes terrestres. Otras, como la de la “Juventud Alegre”, y “Los Picaflores”, tienen más de ocho décadas y su comparsa se musicaliza básicamente por una banda de vientos y cada marcha por la ciudad se extiende por unas tres cuadras de gente.
Aunque Rompecorazones no los tiene, las comparsas tradicionales están integradas por “diablos”. Estos son habitantes de Humahuaca que usan un disfraz enmascarado durante los nueve días y las nueve noches y nadie, pero absolutamente nadie puede saber su identidad, salvo, claro está, los que habitan en su hogar, sin embargo, hay algunos que no develaron su rostro de carne ni siquiera a los suyos. Éstos, cuando se comunican, lo hacen con un grito desgarrado con el fin de, en primer lugar, representar a Lucifer, y también no hacer oír su voz para no ser reconocidos.
Una de las mañanas del carnaval, las obligaciones llevaron a este cronista al correo de Humahuaca justo en el día en el que se pagaba a los beneficiaros del “Plan Jefas y Jefes de Hogar” y un diablo “machao” estaba en la cola esperando su beneficio. Éste nunca se quitó su careta, pero además no quería mostrar su DNI al cajero. La discusión continuó por unos minutos y el disfrazado nunca dejó de hablar como su condición de representante lo obligaba.
Beben todo el carnaval. Duermen por unas horas en cual lugar les ofrezca horizontalidad, se despiertan y vuelven a beber y a cantar. El último día del carnaval, éstos recorren las calles “llorando” la partida del carnaval. “Ay, porque te vas carnaval”, gritan de tal manera que se los escucha por toda la ciudad.
Cada uno de los días de jolgorio, Rompecorazones tiene no menos de dos “invitaciones”. Se reúnen en una plaza. Los rostros de todos dejan ver una resaca bestial, y sin embargo ya comienzan a tomar cerveza, en ayunas, puesto que la invitación que se viene, ofrece locro.
Los músicos tocan desde el mediodía hasta la madrugada sin parar y todos bailan ritmos folklóricos alegres. Ya hay besos. Algunas parejas fijas desde hace unos días, y otras, más liberales, tuvieron amores con diferentes festejantes, durante los nueve días.
Según la médica humahuaqueña Susana Vega, el promedio de vida de los quebradeños oscila en los 40 años. La cirrosis, la hepatitis, las úlceras estomacales e intestinales son la principal causa de muerte.
Cuanto más se acerca el final del carnaval, las invitaciones aumentan en poder alcohólicos.
En la última casa, se ofrece asado. Una olla de unos 80 litros contiene saratoga, y uno de los dueños de casa ofrece cuba libre en un vaso pequeño que se debe secar. Luego se ofrece chicha, el no beberla es desprecio, y finalmente hay vino.
Una vez que se termina con toda la comida y bebida, se avanza hasta otra invitación en la que además hay un paredón de “fusilamiento”. Éste tiene que ver con la ingestión de bebidas blancas a “fondo blanco”. Son 19 vasos, son 19 licores.
La noche se acerca y el carnaval debe enterrarse. Pero pasó algo que crispa a todos. A uno de los que conforman la procesión le han robado en medio del baile una campera y su cámara fotográfica.
Se ha ido, con bronca. No asistirá a la ceremonia del entierro. La comparsa sí lo hace, en la avanzada callejera más enérgica de todos los días.
El mojón se rodea junto al pozo que representa a Pachamama. Se le agradece por el carnaval, y el presidente da la palabra a quien quiera agradecer, pedir y prometer. Muchos rememoran a los suyos, presentes en este mundo y no, y ya muchos dieron paso al torrente imparable de las lágrimas. No, no hay fotos del rito porque está prohibido.
Alguien se acerca a uno de los congregados y le pregunta “¿esta campera y esta cámara no es de tu amigo?”. “¡Si!”, responde, y grita a todo pulmón un “gracias pachita”. La situación, aumenta el nivel de las lágrimas.
Un poco de alcohol, coca y tabaco, se vierten en el pozo, y también las serpentinas colgadas en los cuellos presentes. “Hasta el año que viene. Gracias a todos”, se despide Chapur.
En silencio y respeto, los presentes dejan el lugar.
La vivencia es profundamente espiritual. Los que se regalaron amor se despiden, y los que etilizaron el hígado, ya emprenden su marcha al hogar, el carnaval se ha terminado y el perfume de albaca ya se disuelve.
Humahuaca a los dos días siguientes tiene feriado; para recuperación. La ciudad el lunes primero de marzo, es quietud, y sonido de pájaros, y recibe al sol ya sola, desierta, fantasma, dejándose sumergir en un infinito mar de sueños, de sueños de carnaval.

jueves, febrero 19, 2009

Gaby



Gaby nació y de golpe no más, salió y se sintió sola. Así que Dios (a veces es Dios el que nos encarga y no los padres), me llamó a mí para que al año y pocos meses le haga compañía.
Como había buena onda, me prestaba el andador y yo la dejaba entrar en mi corralito.
Yo era el varón, así que era el más mimado, pero a Gaby la preferencia no le molestaba, más bien me miraba como lo hacían los otros y encontraba eso que atraía a los otros y lo aplicaba en mí.
Tanto lo aplicó, que cuando sonaba el timbre del maternal, no sabía salir afuera si no era de su mano.
Como me llamo Juan Pablo Ezequiel, el primer grado fue un martirio, y la “J” no me salía si su mano no me ayudaba con ese asunto del rulito de la letra en su versión “carta”.
Diego me tenía de hijo. Me ponía serias piñas y me partía los labios, pero wonder woman salió un mediodía al rescate y cómo lo habrá surtido que después dijo que y era su mejor amigo.
Me dejaba jugar al novio con sus amigas y no decía nada si se enteraba que les metí la lengua (María Lilia, teléfono para vos).
No contaba nada si yo rompía algo, y cuando papá, mamá, padrastro, madrastra, nos aleccionaban, la amazona le salía y “a Pablito no lo toca nadie”.
De tanto defenderme, la ajusticiaron y se desterró a los 13 a los abuelos que siempre apañan.
Como yo tenía 12, periódicamente pasaba por casa para saber cómo yo estaba. Como ella tenía 13, ya había dado varios besos y había conocido el sabor de la matinee por lo que una noche me llevó caminando y me sacó arrastrando por los efectos de media lata de cerveza.
Tanta adolescencia me desterró a mí también y no hace falta describir a dónde fui.
A veces no había ni pan. Pero ella salía y volvía con facturas. Me hacía comerlas todas, con una leche chocolatada muy dulce para recuperar calorías que se perdieron después de varios días sin tener con qué comer.
Gaby a los 20 comenzó a ganar plata y tampoco hace falta decir a dónde dejaba su sueldo.
Tiene la culpa de que mis cajones no cierren de tanta ropa, y también del perfume de cada una de las prendas que desde hace muchos años dejé de lavar.
Si no vuelvo a horario, llama. Si vuelvo, pide comida. Si vuelve del super, no falta el yogur. Si pasó por el Shopping de seguro sacrifica su pantalón por uno para mí y no hay feria que se resista a la compra de medias y calzoncillos. (No quiero decir ropa interior, sino no suena como debería).
No la abrazo ni la beso mucho. De hecho no la abrazo ni la beso nunca. Ella tampoco lo hace conmigo.
Llegó hace diez minutos y al abrir la puerta, preguntó por mamá. “No está”, le dije. ----- -Mmm, debe estar medio atontada, comentó.
-¿Por?
-Y… por la noticia que le dí…
-¿Qué pasó?
Gaby me miró fijo a los ojos. Los suyos tenían levantadas las cejas apenas un poco levantadas y el gesto de su semblante guerrero por primera vez se hacía tierno, o acaso, tenía más ternura que nunca. Como demoraba, volví a mis tareas e el monitor y cuando ya no la veía, cual novela mexicana, a mis espaldas seguía mirándome. La escena tardó unos dos segundos, pero ahora que lo pienso, pareciera que se trató de una docena de horas.
-Vas a ser tío…
Las cuatro horas se hicieron 30 años, los míos. Y tres décadas pasaron frente a mí en otros dos segundos. Me froté los ojos, lo recuerdo. Me puse de pié, y apenas a dos pasos y ya tenía ganas de caerme sobre ella y apretarla con la fuerza de un titán. Estaba tan seria que pensó que me iba a enojar, pero cuando sintió mi abrazo y vio mi gesto de emoción, se dobló toda, se sentó en la silla, y me dijo “gracias, sos el primero que me abraza”.
-Si te abrazo, pero mejor un poquito y despacito, no más, que hay que tener cuidado con mi sobrino.
-Vas a ser padrino también...

Foto de arriba: Gaby, el abuelo Enrique -a medias- y yo. Cumpleaños número cinco. 1984.
Foto de abajo: Gaby y yo, en la misma situación, hoy 2009, 25 años después.
No, nada ha cambiado desde entonces.

viernes, febrero 13, 2009

Paredes de cristal


No miraba la pared de su cuarto. Más bien sus ojos se posicionaban hacia allí. Y aunque los tenía abiertos no veía lo material que lo rodeaba sino las imágenes que lo envolvían. Le llamó paradójicamente la atención el hecho poderoso de la mente que consiste en mostrar miles de instantáneas y cortos mientras uno tiene los ojos abiertos. “Quizá lo del alma sea verdad, entonces”.
Eran sonrisas, fideos con manteca y huevos fritos. Una bufanda tejida, un reciente sweater de bremmer y mayonesas de verdeo.
Vio cómo abría la puerta de la habitación y lo despertaba haciendo caso omiso a la halitosis matinal, la boca abierta a mil y la mancha de baba en el almohadón.
Recordó la mano que exigía la otra en su pecho toda la noche.
Subliminales que la proyectaban practicando (inconcientemente) ser madre con los hijos de otros ganándose paso a paso el altar, el vals, y un viaje a donde quiera.
Recordó cosquillas, noches de baile, cervezas compartidas como vikingos y la mano pequeña, delicada y urgente sobre algún cuerpo en algún hospital, paciente reconfortado. La vió salir del sanatorio orgulloso de saber que quien lo abrazaría a los segundos había salvado vidas y nada más debilitante que una veinteañera con el estetoscopio colgado del cuello.
Fueron esas imágenes las que presentaron al insoslayable abandono, que siempre se da una vuelta a ver cómo estamos. Entendió que el abandono no sólo tiene que ver con la partida de alguien sino con la llegada de otros miles; millares de voces que hablan todo el tiempo, que se mueven, que nos escuchan y que interactúan con uno con total normalidad.
Una sola se fue. Pero volvió como prometió volver la abanderada de los humildes.
Supo que durante largo tiempo, ya no volvería a ver la pared de su habitación, ni el pasar de las casas detrás de la ventanilla de un colectivo, ni los chicles sobre las baldosas y menos que menos a la luna que cada noche pasa por su ventana.

De Pedro Aznar, interpretado por él mismo, "Décimas".

jueves, enero 15, 2009

Carta


Es madrugada en Buenos Aires, es 15 de enero del 2009

Lee JP lee:
Tenía que empezar con Seselovsky. Si fuéramos putos, seríamos novios y nos acostaríamos los tres. Gracias a Bob Dylan, nos encantan las minas. (Al menos a nosotros dos). Pero repasemos nuestro amorío. La primera ficha cae en el anfiteatro de Letras, la segunda en un teatro, la tercera, la cuarta, y así en más bajo lunas, humos y dónde es el after. La Gaceta generó pocas cosas válidas para mi anuario: la mejor fue ese I can´t get no… El saludo fue de caballeros y me agarraste la palanca: metiste quinta: sí, papucho, quiero. ¿Qué querías? ¿Qué quería? Yo quería identificarme con un flaco de Adidas negras, campera bis, y amigos famosos. Quería mi cronista RS, en vivo, sin filtros. Y te agarré, guarro. Entre descorches, el affaire empezó a desvanecerse hasta que posamos en el living del amor, trocamos vinilos y hablamos. Sin make up, hablamos. Y elegimos lo que somos: una exquisita pareja de escritores perdidos, de hombres encontrados.
El humor, Symns, Capusotto, Dolina, Lammoglia, las nochecitas de Laprida y Corrientes, la hermosa cena sin Silvina en tu casa, los maratónicos chats, la insistencia por aceptá y abrí: qué reeeco. Situaciones de vida y un momento cumbre: el adiós, la separación, cómo ahora, si recién empezamos, la puta madre, porque te extraño, loco, yo también, loco, siempre agregando el trato rancio para no ser tan putitos como los rugbiers en Divas. Mi partida, después del semen Pantene ProV, te dejó allá, me trajo acá, pero me acompañaste como nadie, durante las siestas más duras de mi vida. Nunca me dejaste. Me temblaban las piernas, iba a colgar los botines, me llovían los gargajos, pero te metiste a la cancha, en pelotas para que te filmen, le mandaste un saludo a los que te conocen y me salvaste. Tu pasión me llevó a escribir en un blog (volveremos, ¡eh!), pero tu estirpe creativa y tu honestidad ósea generaron un registro en Asch. Y él confió en ese registro. Y me dio laburo. Y hoy vivo en Buenos Aires gracias a vos. En esta ciudad que te recibió conmigo adentro, con calor, Quilmes, la mejor música en una noche, y los cachetes de Albertina. Todo por el hermoso Ente Tucumán Turismo. Gran viaje, sagrado Juan Pablo. Recién empieza.
Felices 30 años y tres días, hermano, amigo. Tu nacimiento no me resbala. Quizás tampoco recuerde los 31.

Alfredo Aráoz, encantado de conocerte.
  • Nota del editor: Tanto Alfredo como yo, admiramos a Alejandro Seselovsky y tenemos todos sus discos.
  • Divas es una disco gay (de travestis, en realidad), de Tucumán.
  • I can' get no hace referencia a una remera que tengo y que en realidad dice "I can't get no Playstation".
  • Asch: Hugo Asch. Ex director de El Periódico (semanario tucumano), ex prosecretario de redacción de Perfil, actual director de proyecto editorial al que Aráoz fue incluido.

jueves, enero 01, 2009

2009


Duele el cuello. Uno se pone intolerante, putea por todo y se enloquece en el enloquecido ritmo de los demás.
Como si el Gabriel hubiese tocado la trompeta anunciando el fin de todo, corren a los shoppings como ratas a la madriguera. Miles de personas hablan al unísino. Bocinas, embotellamientos, caos.
Algunos aportan al ruido su cuota de decibeles instalando los enormes parlantes de su equipo de audio hacia afuera, varios vecinos hacen lo mismo y arranca la competencia que demostrará quién suena más fuerte. Obvio, melodías vulgares, expresiones baratas en forma continua, enganchadas por alguien que inmediata mente manda a vender su éxito de éxitos al suelo de la peatonal. Así fue a para a mi vecino, y al otro y al otro, quienes no escuchan la música dentro de su casa y prefieren regalársela a los demás.
-Buenas. Venía para comprar unos cuantos cohetes.
-Si, tiene con estas y estas luces que hacen esta figura...
-No, yo quiero de esos que suenan bien fuerte...
¿Sonará así una guerra? Toneladas de papel quedan en el suelo y miles de perros corre confundidos por las calles. Plata quemada, que le dicen.
No, este texto no representa un queja.
Lo mejor del día de año nuevo, es el día en sí. El 1 de enero por la mañana y lo que sigue. No hay sonido más que el de los pájaros. Algún humito de asado que se huele cercano y el extraordinario sonido del viento en los árboles.
Se trata del día más calmo del año y creo que es el día que más adoro. Porque me levanto y no hay que cocinar: sobró de todo de ayer. Solo se trata de abrir la heladera, sacar un plato y cargarlo de sanguchitos de miga y servirme un vaso de coca cola con hielo.
Eso hice hoy, y cuando encendí el televisor comenzaba Ratatouille. Luego lo apagué y dormí una siestita, tal vez de una hora, abrazado al cuerpo amigo.
Y aquí estoy, redactando este texto de año nuevo mientras veo al gato dormir, escucho a los pájaros cantar y mientras un brisa liviana me envuelve como si Dios me acariciara.
Empezamos bien el año. Feliz 2009.