
Vení. Sacáte la ropa. No tengas miedo. Desnudarse es abrir un telón para que la naturaleza brille.
No te avergüences. Mi cuerpo tampoco salió en Caras y yo sé que no te importa. Sentáte ahí, en el suelo. Apagá las luces del departamento y dejá que la luz de la calle delimiten tus contornos. Quiero que esa luz también ilumine solo la mitad de tu rostro, nada más que uno de tus senos y tu pierna flexionada.
Si hablás, hacelo despacito. Ah, perdón, me olvidaba, soltáte el pelo.
No. Ahora no quiero acariciarte, todavía no vamos a hacer el amor. Quiero hacer lo que toda mujer quiere que le hagan: mirarte, pero en tu estado puro, es ese desnudo que no es otra cosa que tu verdad, tu "yo misma". Quiero rendirte culto con mis ojos.
¿Querés vino? Tengo. Mientras vos lo tomas, y como no sé pintar ni dibujar, voy a escribir. Voy a intentar pincelar un cuadro imaginario para que la fantasía lo exponga en el más despojado de los museos.
Todo se dió. Los autos que de estrepitosos molestan, parecen haber declarado huelga y por la ventana solo se cuela el sonido del viento y del otro extremo de la habitación Chopin me extremece y me roba una lágrima.
¿Qué por qué lloro? Porque esto es amor...
Quedáte ahí, no vengas a mí. Necesito verte desnuda y arrinconada y que la soledad de esta contemplación se acreciente para que al fin me humanice; me reproche que mi carne es débil y así con desesperación me acerque a vos, tal vez llorando aún y pueda por fin penetrar en las profundidades que conducen a los ápices de tu alma.
Y ya está sucediendo, así que voy a dejar caer el cuaderno, el lápiz y también la cordura.