jueves, mayo 29, 2008

Crónica de otra vida



Tenía el poder de adulterar la realidad, y no me importaba si me ponía las zapatillas al revés.
No había virus ni bacterias que me infecten si comía el algodón de azúcar con las manos sucias.
Los adultos eran gigantes de otros planetas que no paraban de tomar café, cosa que tampoco me causaba curiosidad.
Todos los objetos del mundo representaban algo para abrir, desarmar y no volver a armar jamás, nada servía al pasar por mis manos.
Mi casa tenía un jardín anterior, y precediéndolo una reja y un portón que cubría un escalón. Ese era mi palco, y la calle la pantalla donde se proyectaban mis sueños de superhéroe y por momentos, cantante, y escritor. Pasaba horas ahí, pensando. Las viejas pasaban con sus bolsas de las compras y me saludaban. Desde adentro se percibía el olor de las papas fritas de mi muy española abuela quien al servirlas cortaba mis sueños al grito de “¡Juanito!”, la gran invitación al deguste.
En ese escalón evocaba a Verónica, mi amor más inocente, cuya boca nunca besé por vergüenza, creo que, de hecho, después del “sí”, ni siquira la volví a saludar.

El abuelo dejaba de leer sus aventuras de Alejandro Dumas y Julio Verne al tiempo que la abuela ponía en la mesa a “El Crestón”, un vino cuyo envase consistía en una botella de color verde de un litro con una tapa a rosca de lata. Cuando la Lola se iba a buscar otra cosa, el abuelo vertía vino rosado en una tapita y me daba a beber con sonrisa cómplice y con seña se “sshh” significando nuestro secreto.
El fondo enorme de casi cien metros fue mi estadio de cantante y cada uno de las hojas del césped, mi público.
La televisión por cable no existía, y una tarde de inverno, un fin de semana, transmitieron por televisión un concierto de “Los Tres Tenores”. Pavarotti, Carreras y Plácido Domingo, regalaban su ópera más popular y el mundo entero, desde Roma, escuchaba.
Mi abuelo, quien escapó de su Granada natal por sentencia de fusilamiento, amante de la ópera y la zarzuela, permanecía frente al televisor atento, inmóvil. Yo lo observaba mientras gritaba “Lola, ven aquí, que Carreras va a cantar ‘Granada’…”.
Un acorde dio el tono al tenor pañuelo en mano y, de su diafragma, la palabra “Granada”, rompió el corte silencioso que la precede.
Solo bastó esa palabra. Giré mi cabeza y mi abuelo, de más de siete décadas ya no miraba el televisor. Su rostro intentaba llegar a su pecho en su posición reclinada. Su cabeza toda temblaba ante el impulso perseverante del llanto. Intentaba sentarse derecho pero su abdomen, en ese momento convulsionado por el llorar no se lo permitía. Finalmente, su espalda se dejó caer en el respaldo de su mecedora, su rostro se inclinó hasta su hombro y se dejó llorar. Su llanto era persistente, tupido, pero silencioso, como tratando de no interrumpir la música.
Inmediatamente la Lola caminó hasta allí ya con sus pómulos mojados y se arrodilló junto a él. Lo abrazó y los dos jadeaban en vaivén.
Los años del viejo, y las enfermedades en su cuerpo ya no le permitían moverse demasiado, por lo que, acaso, sabía que ya nunca volvería a ver la Alhambra.
Meses después, el abuelo murió.
La abuela haría varios viajes a España otra vez y yo crecería de tamaño y disminuiría en interés por sus papas fritas, sus visitas al recreo del colegio con chocolates para todos mis compañeros, su gelatina diaria y su banana pisada con miel.
En verdad, me estaba convirtiendo en este que soy ahora.

(En la foto, la Lola y el abuelo Enrique).

18 comentarios:

Rocío Ricci dijo...

Me hiciste llorar. Sos terriblemente hermoso. Vos y tus abuelos. Y me hiciste acordar de una anécdota parecida de mi nonno. Te quiero.

Verónica E. Díaz M. dijo...

Yo también lloré... Lo ví... igualito... sin televisión por cable
Un abrazo Juanpi

Emma dijo...

qué cosa, como cuando somos chicos miramos tanto a los grandes y después idolatramos aquel momento.
Me conmovió tu texto. Creo que hay cosas que son eternas, como ese constante viaje a los momentos que más nos gustaron.

Alguna dijo...

Cuando mirabas la calle con algún amiguito, no jugabas a "el primer auto que pase es tuyo y el que sigue es mio y asi sucesivamente"? jajajaa, yo recuerdo eso también, sentada en la ventana con una de mis mejores amigas, riéndonos de los autos que nos tocaban...

Hermosas historias. Bendecidos nosotros.

una loca linda dijo...

me llegó mucho... justo esta tarde estaba acordándome de mis abuelos, encontré una foto que tengo con ellos que había estado "perdida" mucho tiempo...
increible texto...
los abuelos son lo mas... nada me gusta más que pasar unos días en casa de mis abuelos (los que todavía viven), y ayudar a mi abuela a hacer sus cosas, y escchar a mi abuelo contando todas las cosas que siempre cuenta...

L! dijo...

bu... llore.. soy una maricona, pero tus palabras demasiado dulces como para no conmoverse... no dejes ir a ese niño que enloquecia por las papas fritas!... es mas lindo ser niños!... saludos.. me encató! gracias por pasar por mi casis!.. lindo dia para ti!

Donna Pinciotti dijo...

me sacaste lagrimitas.



beso

LUNA dijo...

Al igual que los demas, me sacaste las lagrimas.
Siento que eres una persona extremadamente tierna, te felicito de verdad.
Besos en tu frente.

Juan Pablo López dijo...

che, muchas gracias a todos. (no es pa tanto...)

Sabrina Konz dijo...

No sé qué me ha emocionado más... La increíblemente tierna fotografía... o tus palabras llenas de nostalgia.

Pasajera En Trance dijo...

hermoso...como todo lo que escribis...

besos!

María Julia dijo...

La niñez es esa etapa de la vida en la que no existe proyección de futuro alguna.
Recuerdo que solía "buscar tesoros" en el fondo de la casa de mi abuela y renegaba cuando le decía al abuelo que me despertara a las diez y comenzaba a llamarme a las seis para que a las diez, tan harta, esté de pie junto al té con leche de la abuela. Que tiempos aquellos, en los que los abuelos parecían eternos...

Muy buen texto. Estimulaste mi sensibilidad.-

Señorita Trixie dijo...

Si lo otro era de gallina, esto no puede ser menos que pollo...acrecentando nudos, aunque por lecturas ajenas...
abrazo llega hasta los cerros tucumanos!
Ju

Unknown dijo...

La verdad, no leí todas las otras firmas. Pero ¿sabés qué? estoy segura que todos cuando terminar de leer, se sintieron así, como yo, ahora. Con una especie de ácido en el pecho que se parece bastante a la angustia.

Y a todo eso que perdimos, y que no vuelve con solo recordarlo.

Animoc dijo...

Sería repetirme en los demás si tratara de agregar algo. Muy bueno!

El Titán dijo...

Emocionante viaje hacia tu niñez.Me alegra haber pasado.Un abrazo.

Anónimo dijo...

Qué delicia de relato! Entrañable, amorosa descripción. Gracias por este viajecito a tu niñez y a la mía.

Un placer leerte!

Fer dijo...

Me maravillan los relatos de infancia, emocionan los viejos tiempos y las escenas que siempre vuelven a la memoria...

un beso